—Pedro, hace unos días me dijiste que en adelante seríamos como desconocidos y que no volverías a aparecer ante mí, ¿entonces qué estás haciendo ahora?
Pedro miró a Bella, su pequeño rostro mostraba un ligero enfado y sus grandes ojos, tan claros y profundos, reflejaban distanciamiento.
—¿Desconocidos? —bufó Pedro. —¿Has visto alguna vez a dos personas que se han casado, que han compartido la cama y tenido la relación más íntima, comportándose como desconocidos?
—Tú...
—Toc, toc.
Bella frunció el ceño, a punto de hablar, cuando se escuchó el golpe en la puerta y la voz cortés del empleado.
—Buenas noches, le traigo una bandeja de frutas.
—Enseguida.
Bella respondió, y luego miró a Pedro con una actitud más suave. —Suéltame, me estás lastimando las manos.
Pedro sabía muy bien que Bella estaba fingiendo debilidad intencionadamente, y que en cuanto bajara la guardia, ella contraatacaría.
Aún manteniendo a Bella acorralada contra la pared, alargó el brazo para abrir la puerta.
—Señorita, u