Aarón Maxwell nunca había sido un hombre impulsivo. Su vida estaba regida por la lógica, la estrategia y el control. Pero desde que había despertado en este nuevo pasado, cada día se sentía como una prueba constante de su paciencia. Su accidente le había dado una segunda oportunidad, pero también lo había lanzado de cabeza a un mundo que ya no podía manejar con la misma frialdad de antes.
Esa mañana, sentado en su despacho, repasaba documentos financieros cuando la puerta se abrió sin previo aviso. Luciano Maxwell entró con la seguridad insolente que siempre lo caracterizaba, con una carpeta en la mano y una sonrisa ladeada.
—Aarón, siempre tan concentrado —comentó con fingida admiración mientras se dejaba caer en una de las sillas frente al escritorio—. Debo admitir que, tras tu accidente, esperaba verte más… vulnerable.
Aarón no levantó la vista de los papeles.
—Si has venido a perder mi tiempo, Luciano, mejor vuelve por donde viniste.
Luciano soltó una carcajada y arrojó la carpeta