—Lo siento, señor Carmona. Nosotros ya no podemos hacer nada más—indicó el doctor con pesar en su semblante.
Mi madre gritó y mi padre trató de persuadirlo. ¿Era imposible? Ellos ni yo queríamos ese final para mí. El doctor intentó tranquilizarlos, pero ninguno le hizo caso. Lloraron. Empecé a hablarles diciendo que se calmaran, aunque yo también quería alguna solución; pero tampoco me escucharon.
—Dios, si existes, ayúdame por favor— oré— no quiero vivir lo que vi anoche.
¡Fue horrible! No se lo deseo a nadie que este muriendo. ¡Lástima que, en esta habitación, los ocho estamos sentenciados a encontrarnos con ellos! ¿Habrá esperanza?
Entonces, recuerdo cada escena de la noche anterior:
“Mi madre dormía a mi lado. La llamé varias veces, pero ella no despert