Capítulo 1

Ocho años antes

Caí sobre mi trasero por tercera vez consecutiva, eso se convertía en una rutina desesperante. Emití un grito de frustración y contuve un par de lágrimas que amenazaron con correr por mis mejillas. Estaba siendo una chiquilla malcriada, pero estaba dando todo de mí, haciendo mi mejor esfuerzo y el idiota de Lucas seguía mandándome a besar el piso.

Cuando lo que yo prefería era besarlo a él.

Lo miré desde el suelo, él era tan fuerte, tan duro, tan talentoso. Era un colombiano tan guapo como hijo de puta. Tan atractivo y con una sonrisa divertida que, si lo quería, podía hacer que mil mujeres cayeran a sus pies.

Pero era sensible, toda su coraza era una fachada que lo protegía de lo que le ocurrió años atrás, cuando perdió a sus padres y hermana pequeña y cuando lo hallaron bañado en sangre escondido dentro de una maleta en el hostal en dónde vacacionaban.

Decenas de turistas fueron asesinados durante una noche de luna en cuarto creciente... La culpa fue de quien tuvo la grandiosa de programar una travesía pasada la medianoche.

En ese momento no estaba siendo compasivo en absoluto, más bien se burlaba de mi ineptitud y de mi distracción. Y no me perdonaba un solo error.

Hacía lo correcto, pues la vida tampoco perdonaba, no había segundas oportunidades, no para los Monteros: Cazadores humanos de seres místicos.

Había un montón de ellos, desde los ya conocidos vampiros y hombres lobo hasta guerreros monstruo y espectros. En lo personal, prefería a los elementales, aquellos que englobaban toda clase de seres Fey desde gnomos hasta elfos curtidos. La verdad es que con ellos no era necesaria la sangre en el sentido desagradable y mísero de los vampiros o brujas/hechiceros. Pelear con ellos era un juego de soportar y no dejar entrever los sentimientos.

Los monteros manteníamos a raya a cualquier ser místico que quisiera pasarse de listo.

Todos los monteros eran humanos, pero no todos los humanos podían ser monteros porque había que cumplir un perfil. Un montero debía ser valiente, hábil, inteligente, empático y, sobre todo, abnegado.

No en el sentido de ser un sirviente, si no en el sentido de entregar la vida por los demás. La misión de los Monteros era mantener a los humanos a salvo de seres místicos; si para salvar a millones debían morir cinco, debíamos estar dispuestos a hacerlo. Y no todos tienen el estómago para hacerlo.

Además, un requisito era haber tenido alguna experiencia con un ser místico, podía ser un sobreviviente o haber visto algo o provenir de familia montera. De nada serviría tener a alguien que no creía que los vampiros o los guerreros monstruo existen.

—Cometiste el mismo error tres veces —reprochó Lucas—. Que yo sepa, no tienes tres vidas; a la primera estás muerta.

No hacía falta que me lo dijera, estaba perfectamente consciente de ello. A mis escasos dieciséis años ya había sido testigo de la muerte compañeros. Dos a manos de espectros y uno a manos de un hombre lobo. Fue un espectáculo terrible que me traumó por un mes entero, mi primera muerte fue a los trece años.

Los rumores decían que la peor muerte era la ocasionada por los dragones. Yo nunca había visto un dragón y esperaba nunca encontrarme con uno, pues a juzgar por las opiniones, ellos eran los peores. Solo podían existir cinco de ellos a la vez, pues eran tan poderosos y difíciles de matar, con propiedades curativas en su sangre y escamas con veneno capaces de hacer armas mortales, que, si hubiese muchos, habría caza furtiva de dragones y por ende asesinatos en masa a manos de ellos. El fuego no podía quedarse atrás, pues su llama es la que los mantenía vivos y era una llama que podía matar lentamente y con sufrimiento o rápidamente sin un ápice de dolor. Dependiendo de lo que el dragón quisiera.

Su forma humana era terrible por su capacidad de engañar, pero su forma elemental seguro me haría orinarme encima.

—No estoy en mi mejor momento.

—Un místico te ataca en cualquier momento, sea tu mejor o peor —Lucas dijo con voz seca—. En pie, montero. Vamos otra vez.

Me extendió la mano y la tomé gustosa. Sentí una corriente agradable recorrerme el brazo entero y rápidamente lo solté. Así como él sintió nada, yo lo sentí todo.

Esa era la peor realidad de todas. Lucas era mi todo, mi motor de cada día y la razón por la que no podía dejar de sonreír, así estuviera a punto de morir. Era feroz y decidido, un hombre agradable y con intenciones buenas para el mundo. Estaba enamorada de él desde que podía recordar y no había otro hombre en el mundo que algún día pudiera amar mientras él estuviera vivo.

Mis padres lo rescataron de aquella maleta en la que se escondió para sobrevivir al ataque de los místicos. Hasta la fecha se desconocía si fueron hechiceros o espectros. Pero él vivía para la venganza y mantener protegidos a los humanos. <<Yo no tuve una buena infancia, lucho para que cientos de miles de niños sí la tengan>>.

Él siempre estuvo presente, era como si no hubiese vida antes de Lucas. Él me ayudaba a levantarme para entrenar temprano todos los días, me obligaba a dar lo mejor de mí y fue un consuelo cuando mi hermano mayor se fue para siempre de nuestras vidas... De mi vida.

Me posicioné frente a él. Ambas manos alzadas, un pie frente al otro y mis respiraciones pausadas. Estaba sudando en exceso, mi coleta de caballo era un revoltijo de cabello después de tantas caídas y mis mejillas se sentían calientes. La ventaja de la piel morena oscura era que no dejaba entrever fácilmente los moretones, pero después del entrenamiento seguramente tendría varios en las piernas.

Hice una finta, fingí que lo iba a atacar, pero me quedé en mi lugar, de esa forma fue él quien se movió hacia mí y lo desconcerté. Esquivé dos duros golpes y lancé una patada baja, él la bloqueó fácilmente y contraatacó. Me agachaba, saltaba, subía, bajaba, golpeaba y pateaba. Era más fácil esquivar golpes que bloquearlos, además de que lastimaba menos y siempre fue lo más sencillo para mí.

Ambos jadeábamos, nos mirábamos con ferocidad y ninguno cedía terreno. Vi una gota de sudor escurrir por la sien de Lucas, al fin se estaba cansando. Me lancé hacia él con la mano alzada lista para dar un golpe en el cuello, Lucas lo previó y rápidamente lo bloqueó, sin embargo, fui más lista y me tiré hacia el suelo propinándole una fuerte patada en el abdomen y desestabilizándolo al momento.

Con mi otra pierna pateé su tobillo y provocó su caída. Soltó un quejido de dolor y se quedó tirado en la colchoneta. Me puse en pie y lo miré con orgullo desde arriba.

Lucas me sonrió, no con una sonrisa burlona, si no una de satisfacción. Le extendí la mano para ayudarlo a levantarse, sus ojos cafés analizándome con cierto orgullo. Fui consciente de su mano rodeando la mía, de su calor irradiando hacia mí, de nuestros jadeos por el cansancio, pero tal vez por algo más...

Que tal vez solo lo estaba imaginando.

—¿Cómo va el entrenamiento?

Ambos nos sobresaltamos y nos separamos, aunque no estábamos haciendo nada malo.

Mi padre nos miraba desde el umbral de la sala de combate. Su nombre era Raymundo, un hombre imponente de tez clara como la nieve y una quijada fuerte. Era de los mejores y el ejemplo a seguir de Lucas... Y sí, también el mío. Tenía una trayectoria ejemplar, cargaba varias muertes de toda clase de místicos, excepto de un dragón porque ningún montero podía jactarse de ello.

—Acabo de patearle el trasero.

Lucas me miró irritado, habían sido tres derrotas contra una victoria. Lucas se entretuvo guardando todo en su lugar y acomodando nuestro caos.

—Muy bien, ahora descansen —miró a Lucas—. Ambos. Hoy hay luna nueva, en punto de las diez vamos a salir.

La m*****a luna nueva. Los vampiros y las brujas eran unos sanguinarios de lo peor, amantes de la oscuridad y de la sangre, siempre tenían que dejar un cochinero.

Dependiendo de la fase lunar, eran los místicos que salían a cazar. El primer día de luna llena los hombres lobo y los guerreros monstruo tenían la facultad de cruzar al plano terrenal para comer, alimentarse y llenar fuerzas hasta que llegara el siguiente mes. Durante el primer día de cuarto menguante salían los elementales y en teoría los dragones (nadie había visto a uno), en cuarto creciente aparecían los hechiceros y los espectros, estos dos realmente no necesitaban la sangre en crudo, era más bien el dolor y en el caso de los espectros; un cuerpo.

Siempre lograban salirse con la suya, sí, deteníamos a muchos, pero muchos otros lograban su cometido. Era desesperante.

El plano astral, su hogar, solo les permitía el paso una vez al mes, nosotros, por el contrario, podíamos ir y venir de plano astral a terrenal y viceversa, pero cruzar sería un suicidio.

Asentí a mi padre quien nos lanzó una última mirada y salió de la habitación.

—Entonces hoy es día de caza —Lucas apenas asintió, algo en él había cambiado— ¿Ya sabes en dónde te tocará?

—Posiblemente en el sur.

Mi facción era la del norte. La ventaja de provenir de una familia de Monteros antiguos era que teníamos ciertos beneficios como el no tener que viajar a otros estados o incluso otros países. Había Monteros esparcidos por todo el mundo, de todas las nacionalidades y razas. Y mientras algunos debían cambiar de lugar de residencia cada mes, nosotros nos quedábamos en la capital por siempre.

Me despedí de él, tímida, esperando hallar el valor para decirle algo más, para quedarme un solo segundo más con él. Pero fue en vano, pues mi mente se quedó en blanco y simplemente me fui de ahí. <<M*****a cobarde, tal vez un día solo deberías besarlo y ya>>. Podía matar vampiros, pero no declarar mi amor, estaba destinada al éxito.

El enojo que sentí hacia mí fue tal, que de pronto apareció mi instinto asesino. Al menos esa noche podría cargarme a unos cuantos místicos.

***********

La bruja no hacía nada, estaba sentada en el suelo dentro de un círculo de hierbas que ella misma puso. Su rostro surcado por gruesas cicatrices aunado a algunos granos sobresalientes de la piel, era repugnante. Lo que más odiaba de los místicos es que eran feos, pero de alguna forma lograban cautivar y tenían un atractivo inconcebible.

Excepto los vampiros, claro, ellos eran hermosos. Algunas razas de los fey también, pero mucho menos.

La bruja abrió los ojos, sintiendo nuestra llegada. Eran dos globos oculares con una pupila en forma de estrella y su iris irregular de color verde olivo. Miró fijamente hacia el frente, su cuello tenso como una liga a punto de reventar. Sus fosas nasales aletearon, olfateándonos. Oh, no, fuimos descubiertos.

La carta que siempre jugábamos los monteros era la de la sorpresa, el elemento de conmoción nos otorgaba mucha ventaja tomando en cuenta que los místicos tenían muchas más habilidades que nosotros como humanos. Y en ese momento estábamos metidos en un problema.

Varios pasos resonaron, su eco esparciéndose por el callejón solitario. Mi compañera señaló hacia abajo y vi a un chico, desde ahí no habría podido calcularle una edad, pero se veía ebrio, confundido y como un a**o total. Caminaba a trompicones mientras fingía hablar con alguna mujer imaginaria e intentaba seducirla para llevarla a su casa. Entendía que estuviera ebrio, pero ¿Por qué tenía que meterse a un callejón tenebroso?

Entonces entendí que la bruja no nos había notado a nosotros, lo había notado a él. Por el momento seguíamos de incógnito. En cuánto lo atacara, nosotros la atacaríamos a ella.

El chico se detuvo al ver a la bruja, tuvo que dar algunos pasos para estabilizarse y poder mantenerse en pie. La bruja sonrió mostrando una dentadura pútrida y filosa, pero de alguna forma el chico logró no cagarse encima y seguir como si nada pasara.

—Halloween se adelantó ¿qué no? —soltó una carcajada—. Buen disfraz, eh.

El montero al mando nos hizo una seña para colocarnos en nuestros lugares, íbamos a rodear a la bruja para evitar que escapara. Y entonces comenzaríamos a disparar con todo nuestro arsenal y quien lograra acercarse más a ella le clavaría una daga en la cabeza o el pecho. Si se podía en el ojo mucho mejor.

—Ven —al contrario que todo ella, la bruja tenía una voz encantadora—. Únete, querido, a la fiesta de la luna.

—¿La fiesta qué? —el tipo se rascó el cuello—. Si tienes drogas yo le entro.

Tuve que aguantarme las ganas de reír para moverme en silencio y con cautela hasta llegar a mi posición, justo detrás de la bruja. Preparé mis dos pistolas con balas de cobre, tenían buen alcance y la bala explotaba en cuánto tocaba carne, hueso, metal o lo que fuera que impactara. De esa forma haría más daño.

El chico caminó hasta llegar al círculo, miró desconfiado, su instinto al fin presentándose.

—Vamos, no seas tímido —la bruja se puso de pie—. Dime qué quieres y puedo ver si lo hago realidad.

Las brujas hacían magia negra basándose en el dolor. Ellas no necesitaban grandes cantidades de sangre, aunque beberla les agradaba, pero lo que requerían eran solo unas pocas gotas y el dolor que una herida ocasionaba. A más dolor, más poder y estando muerto uno no podía sentir dolor, así que ellas prolongaban la muerte hasta que no se podía más. No tenía idea de lo que planeaba para ese chico, pero tenía suerte de que estuviéramos ahí.

El chico dio un paso hacia el interior del círculo y nos dieron la orden.

En el silencio más bonito, caímos sobre la bruja. Esta rugió enfadada y nos lanzó hacia atrás, su hechizo mandándonos a volar. Colisioné contra unos botes de basura y rápidamente me repuse. El chico gritó y corrió, pero la bruja lo atrapó en dos segundos.

—¡Déjame, no me toques!

La risa de la bruja fue terrorífica. El tipo gritó.

—Oye, ¿No sabes que no es no?

Me paré frente a ella, la pistola en alto apuntando directo a su cabeza. Volvió a reír, esta vez sonó intranquila.

—Oh, dulce niña, no te metas con lo que no entiendes —ronroneó—. Ven, ayúdame con este y te compartiré poder.

Sonreí.

—Gracias, pero no gracias —me aclaré la garganta para más dramatismo—. Ahora, por favor suéltalo y permíteme meterte una bala en la cabeza.

La bruja gruñó, aventó al tipo que fue a caer sobre unas bolsas de basura y se lanzó contra mí. Accioné el arma y con un atronador chasquido la bala salió y se enterró en su hombro derecho. Soltó un alarido de dolor y se miró la herida, un agujero por el que salía sangre verde espesa y fétida que apestaba a m****a.

—Creo que te hace falta un baño.

Esquivé su zarpazo y rodeé hasta la pared, para entonces mis compañeros se habían repuesto y luchaban contra la bruja. La amarraban, ella cortaba con sus garras, recibía balas y soltaba quejidos de cuando en cuando. En un momento dado, tomó un puñado de hierbas y las lanzó hacia un compañero, este estornudó y sus ojos se colorearon del verde de la bruja, acto seguido, de su boca comenzó a salir sangre a borbotones.

Una compañera gritó, pero no se distrajo mucho, pues apuntó con su arma y dio en el cuello de la bruja. Esta cayó al suelo gritando, un maldito grito ensordecedor. Fue suficiente como para llegar a ella y clavarle la daga una y otra vez.

Inmediatamente mi compañero dejó de vomitar sangre, cayó al suelo, su piel pálida se notaba enfermiza. No sabía qué le había hecho la bruja, pero definitivamente se veía mal. Entre los tres que quedábamos lo cargamos hasta llevarlo de vuelta al cuartel. Intentaron salvarle la vida, pero fue imposible, se había desangrado.

—Viv la mató —comentó una de mis compañeras—. Fue un espectáculo hermoso. La bruja no tuvo oportunidad.

La bruja había cobrado una vida. No la del humano ebrio que seguramente seguiría dormido sobre las bolsas de basura, si no la de un montero joven que era el líder de una facción. Ellos no se dignaban a hacer un funeral sencillo, cuando alguien caía en batalla los funerales eran ostentosos, llenos de lujos para celebrar lo que fue en vida y honrar la muerte. El de él no fue la excepción.

Fue hasta que terminó el funeral, que Lucas se acercó.

—Te buscan —dijo con su tono neutral de siempre—. Es algo importante.

Llegué a la enorme sala de juntas en dónde todos los Monteros de gran categoría estaban, eran los líderes de las grandes familias, las más antiguas; era el Consejo. En cuánto entré sentí la presión caer sobre mí, todos me miraban analizándome, viendo a través de mí.

—Buenos días, tardes ya.

Ya me había puesto nerviosa.

—Viviana, bienvenida al consejo.

Dijo un hombre delgado, pero con expresión feroz. Daba miedo. Sonreí tímida, no sabía qué hacía ahí ni qué esperaban de mí.

—Me mandaron llamar, claro que no iba a decir que no.

Me odié en ese momento, solo debía decir que el gusto era mío y ya. Miré hacia el lugar de mis padres, mi mamá me miraba con algo de pena, pero sonrió confortante. Mi padre ni siquiera me veía, seguro lo había decepcionado. Sabía que Lucas estaba cerca, no era necesario verlo para sentir que estaba ahí.

Por el infierno mismo, estaba haciendo el ridículo frente a todo el maldito consejo de Monteros. Quise hacer un agujero bajo tierra y meterme hasta que a todos se les olvidara mi nombre. Por pura suerte no volteé a ver a Lucas, de esa forma me ahorraría su mirada de reproche, aquella mueca de desaprobación que hacía con los labios cuando algo no le parecía y su indiferencia, lo peor de todo.

La montera mayor, la más vieja (y eso que solo tenía cincuenta y uno) se puso en pie, me sonrió amigable y se acercó a mí.

—Viviana Munguía Silva —el oírla decir mi nombre completo solo activó una alarma de pánico en mi cerebro—. Eres la única hija de tus padres —se me vino a la cabeza mi hermano, aquel que vivía como humano normal y el renegado de la familia, del que nadie hablaba—. Nacida durante una luna de sangre, sobreviviente a un parto alargado, tu linaje está intacto.

Sí, claro. La luna de sangre era una m****a, un simple evento natural, mis padres comentaron que era una bendición y una maldición, pues durante la luna de sangre todos los místicos podían cruzar al plano terrenal sin importar la raza. Sus habilidades decrecían considerablemente, pero seguían siendo peligrosos y más si se trataba de las ocho razas a la vez.

Cuando nací, mi madre fue acechada por una bruja que quería robarme y fue atacada por un guerrero monstruo además de dos lobos durante el trabajo de parto, mi hermano la defendió. Fue fuerte, todo un guerrero, había que concedérselo, pues fue hasta que salió el primer rayo de sol del día que nací cuando los peligros habían terminado.

—Esa soy yo.

—Hay un escrito —dijo sin inmutarse—. Un pasaje antiguo escrito de manera anónima que explica la llegada de la luz, el término de la noche oscura. El fin de los místicos y la llegada de la paz —me mantuve ecuánime, escuchando atenta—. Habla del Montero Celestial, un montero nacido durante una luna de sangre y con la capacidad de liderarnos.

Jamás escuché sobre el Montero Celestial, pero sonaba casi como un mesías. Y yo no podía serlo... ¿Cierto? Solo era yo. Viviana.

—¿Creen que soy yo?

—Debes serlo —la mujer se acercó y acarició mi rostro—. Todo el mito habla de ti, se refiere a ti. Eres quien nos conducirá a la guerra por el día eterno.

Alguien en el consejo se aclaró la garganta y se puso de pie.

—"A la edad de veinte años, se alzará radiante como el sol y fuerte como el huracán Montero Celestial. Nacido durante luna de sangre y sobreviviendo a cada obstáculo, crecerá digno de liderar a los monteros y conducirlos a la guerra por el día eterno. Indomable como el viento, osado como el mar, portará el báculo de Estordes y beberá sangre del cáliz de hielo cuyo brillo lo elegirá y se alzará como el líder de los monteros".

El báculo de Estordes se trataba de un báculo hecho de madera con incrustaciones de cobre y un diamante adornando el extremo curvo. Esa cosa era un mito, supuestamente un montero antiguo logró robarlo de los dragones y lo usó para vencer a sus enemigos. Sin embargo, al morir, lo escondió en un lugar que solo él conocía y que solo alguien digno lo podría encontrar.

En cambio, el cáliz de hielo era muy conocido. Adornaba la cámara de los trofeos, era la atracción principal. Un cáliz tan hermoso que podría contener en su interior cualquier bebida así estuviera hirviendo y no se derretiría.

Era un panorama alentador... Excepto por la parte de beber sangre. No tenía ganas de beber sangre, eso era de vampiros, de brujas, de dragones.

—Pero hay muchos nacidos en luna de sangre, no pude ser la única.

La mujer me miró profundamente, casi leyendo mi mente.

—Eres la única.

—¿Y por qué me lo dicen desde ahora? —inquirí, curiosa—. Apenas tengo dieciséis.

—Porque debes prepararte, serás la elegida, en tus hombros recae la victoria y la salvación de millones.

Al mismo tiempo, todos entonaron una profunda melodía, un cántico ancestral que se metió por mis poros y provocó una emoción como nunca en mi interior. Era especial, era la elegida. Nací del sufrimiento y de la fuerza, del sacrificio y del dolor, nací bajo la luz de la luna de sangre y todos confiaban en mí.

En aquel entonces no era la mejor, ni siquiera sobresaliente, pero me esforzaría, lo haría, me volvería tan hábil, que me haría merecedora del título de Montera Celestial. Era el centro de todo, a la que venerarían y la que nos conduciría al día eterno.

Ese día se me quedó grabado en la cabeza y por muchos años jamás lo olvidaría. Era Viviana Munguía Silva, Montera Celestial.

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