RECUPERANDO A MI EXESPOSA DESPRECIADA
RECUPERANDO A MI EXESPOSA DESPRECIADA
Por: F. L. Diaz
1. Esposa infértil

Esperaba recibir la noticia de que estaba embarazada, necesitaba darle un heredero a Giovanni, su esposo desde hacía tres años.

Demostrarles a todos que no era una "esposa infértil" como le decían a sus espaldas, que sí podía albergar vida dentro suyo.

No quería volver a ver un negativo en sus resultados.

Nunca le habían gustado lo hospitales. Le traían malos recuerdos de su infancia, pero era un precio a pagar por la recompensa que habría al final... El amor de su esposo.

La posibilidad de traer al mundo un ser que fuera de los dos.

«Dios, por favor... Que sea positivo, ¡dame un bebé!»

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Pero nada se nos da como queremos, ¿cierto? Porque cuánto más grande es el anhelo, más fuerte es la decepción.

El aire del hospital olía a desinfectante y por alguna razón, ahora creía que incluso a desilusión.

Skyler Donovan salió del consultorio con una carpeta bajo el brazo, los labios apretados y la mirada fija en el suelo. Su corazón latía con fuerza, pero no de emoción. Ya no. Era el latido hueco de una esperanza herida que se resistía a morir.

—El resultado fue negativo —le había dicho el médico con una expresión que pretendía ser empática—. Pero hay una posibilidad. Su retraso indica que aún no ha ovulado. Puede que no sea un no definitivo, solo un "todavía no".

Un "aún no" que había escuchado durante tres años.

Tres años de intentarlo. Tres años de aguantar preguntas incómodas, tratamientos dolorosos, pastillas, inyecciones hormonales, y noches con lágrimas derrotadas sobre la almohada mientras su esposo dormía a su lado con la espalda vuelta.

Odiaba las noches después de saber que no había logrado concebir, era una especie de castigo que Giovanni le daba por fallar.

Pero ese día era especial, porque se cumplían exactamente tres años desde que se había casado con Giovanni Accardi, y aún no había logrado concebir. No era una fecha que celebrara... Era un recordatorio.

Entró al coche sin mirar a nadie y condujo hasta casa. Lo hacía en automático. Como todo últimamente. Respirar, sonreír, cocinar, fingir. Ser la esposa perfecta aunque su cuerpo no lo fuera. Aunque cada mes el vacío siguiera igual de intacto.

Cuando abrió la puerta de la mansión, el aroma a whisky la golpeó primero. Luego, el sonido de un vaso estrellándose contra el suelo.

—¿Giovanni...? —llamó con cautela.

Lo encontró en la sala, medio derrumbado sobre el sofá, con los ojos turbios y la camisa desabotonada. Había botellas vacías sobre la mesa, algunas aún rodaban por el piso. Nunca lo había visto así.

—¿Qué pasó...? ¿Estás bien? —preguntó, arrodillándose frente a él.

Giovanni la miró como si no la reconociera. Pero luego estiró una mano y la atrajo hacia sí, con fuerza. Ella cayó sobre su regazo con un grito ahogado.

—¿Qué haces? —murmuró, pero no se resistió.

Él la besó. Con rabia. Con necesidad. Con una desesperación que no entendía.

Y Skyler, por una noche, dejó de pensar. Ella también estaba desesperada por pensar en otra cosa que no fuera un bebé.

Dejó de contar los días del calendario. Dejó de recordar las veces que falló, las veces que lloró. Solo cerró los ojos y se entregó al hombre que una vez la miró como si fuera todo lo que quería en la vida.

Pero a la mañana siguiente, despertó sola.

Y no tardó en escuchar el portazo de su dormitorio al ser abierto con fuerza.

Giovanni la miró desde el umbral con frialdad.

—Espero que estés feliz con lo que hiciste anoche —escupió.

Skyler se sentó en la cama, cubriéndose con las sábanas.

—¿Qué…?

—Me sedujiste mientras estaba ebrio —la interrumpió con desprecio—. Sabías que no estaba en mis cinco sentidos. Eres patética, Skyler.

Sus palabras fueron un balde de hielo.

Cada palabra le destrozó el corazón más que la anterior.

Ella no respondió. Solo lo vio marcharse.

Y el silencio volvió a ocupar la casa.

Horas más tarde, fue al hospital para continuar su tratamiento. Porque a pesar de todo, aún creía. Aún quería salvar su matrimonio. Aún quería ser madre y darle un hijo al hombre que amaba.

Porque así de ciego y tonto es el amor, ¿cierto?

El día era gris. El viento le alborotaba el cabello rubio y su abrigo no era suficiente para el frío que sentía en el alma.

Al salir de la clínica, se detuvo en seco.

El auto negro de su esposo estaba estacionado frente a la entrada. Su corazón, ingrato, palpitó con fuerza. ¿Había venido por ella? ¿Iban a hablar? ¿Él se había arrepentido?

Corrió. No pensó. Solo corrió, necesitando abrazar a su esposo y saber que todo estaría bien, saber que estaban juntos en ese barco.

Y entonces la vio.

Una mujer de cabello moreno, delgada, de vestido ajustado... con una barriga evidente. De al menos cinco meses.

La reconoció al instante: era su secretaria, Marcella.

Skyler se detuvo de golpe.

La mujer se acercó a la puerta del copiloto como si fuera lo más normal del mundo.

Giovanni salió por el lado del conductor, dio la vuelta y la ayudó a entrar. Luego se inclinó y la besó.

No fue un beso casto. Fue íntimo. Familiar. Era el beso que compartían dos amantes acostumbrados a hacerlo.

Skyler no gritó. No lloró como pensaba que debería hacer. Ni siquiera se movió de su lugar, se quedó estática como su corazón en ese momento.

Solo lo miró todo, como si no fuera ella quien estuviera parada bajo la lluvia que comenzaba a caer. Como si fuera una espectadora más de un drama ajeno.

Pero no lo era.

Era la esposa traicionada. La "estéril" que todos criticaban. La que iba a ser reemplazada por una mujer que sí logro darle lo que ella no pudo en tres años.

En ese momento, sintió que algo dentro de ella se rompía.

Su matrimonio estaba destruido.

-

¿Pero cómo iba a saber que los bebés eran pequeños milagros que llegaban cuando toda esperanza se había perdido?

Y tampoco imaginaria que las cosas buenas vienen en paquetes de tres.

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