Capítulo 4: Mi caballero

Naiara

No tengo dudas en afirmar que este templo jamás había visto tanto movimiento desde que fue creado, yo no recuerdo tantas personas yendo y viniendo desde la época en que mi madre vivía. Las devotas estaban tan emocionadas que rezaban día y noche. 

Se preparaba un consejo entre las casas más cercanas, una reunión entre los aliados de la noche, donde además de los señores juramentados, se había corrido la voz entre casas más pequeñas que querían ofrecer sus manos, y sus espaldas a mi causa. No era algo pequeño que ofrecer, el principal problema de mi causa era que yo… no tenía nada. Literalmente era nadie para el común del pueblo de Aveyron.

No solo eso, sino que la mayoría de las casas y familias me desconocían y así no iban a mover un dedo por mí. Sin contar que significaría poner su cuello en juego ¿Por qué? ¿Por una niña que el mismo emperador mandó a echar cuando estaba aún en el vientre de su madre? No soy una Caelum reconocida, no soy nadie. ¿Por qué alguien lucharía por mí o me diera algo? 

Tampoco tenía experiencia gobernando y mucho menos militar y de ataque. Para remate de todo, era mujer… no era un hombre fuerte que inspiraba poder y vigor, miedo y devoción, era una simple chica a la que casarían al mejor postor. 

De eso se iba a tratar mi matrimonio futuro, canjear por algo, apoyo, ejércitos, oro, lo que sea. Lo sabía y no estaba muy lejos de ello. No me hacía feliz, pero sabía que era mi destino ¿Qué otra cosa podría hacer? 

Yo solo quería conocer mi supuesto imperio y había algo que deseaba. Tenía un familiar, una prima, Azaleia. Cuando recibí su primera carta de Azaleia a través de los mensajeros de Layne… fue una grata sorpresa. Azaleia parecía ser encantadora, sencilla y dulce… la Dama de la Naturaleza. 

Me intrigaba su poder, como a todos, ella era el eclipse y una persona extremadamente valiosa para los opositores de Markus. Pero para mí, era mi familia, algo que no tenía tan directamente. 

Con el pasar del tiempo, recibí más cartas, ella parecía amar Bousquet y estaba muy contenta en su matrimonio… más aún, estaba embarazada y su esposo la hacía pasar horas en eterno descanso, sin mucho que hacer, así que me escribía dándome detalles de sus animales, del ducado. 

Azaleia… era fantástica, su historia era maravillosa y me moría por conocerla, acariciar a su zorro, su lobo, pájaros y demás. Sus descripciones eran tan vividas que yo me sentía ahí. 

Sus cartas y pensar en mi prima, me ayudaban a manejar la ansiedad de la otra cosa que iba a suceder. Mi caballero venía. A veces estaba comiendo, o viendo en el balcón, o leyendo una carta y una sonrisa nerviosa se dibujaba en mi cara, no estaba segura si alguien lo notaba, yo misma no era plenamente consciente de ello. Pero era así. 

Mi caballero oscuro vendría a verme. 

Habían pasado ya varios años… ¿Cómo estaría él? ¿Cómo se vería? ¿Sería tal como lo recuerdo? ¿Qué pensaría de mí al verme? ¿Me recordaría o pensaría que soy todavía una pequeña niña?

Era sin duda… el reencuentro que más esperaba en toda mi vida. Hasta planeaba lo que iba a decir, lo que diría cuando lo viera y como lo vería. Sentía que mi cuerpo quería hablarle a él, irse con él. Y eso que tenía años sin verlo. 

Los animales, especialmente las aves, se acercaban cada vez más y más y a veces encontraba también ardillas y pequeños ratones, criaturas que me observaban con curiosidad. Algunos iban y venían, otros los encontraba cerca de mi cama.

—Te están cuidando— me decía Sindri cuando yo los observaba de reojo. El extraño movimiento de los animales empezaba a llamar ya la atención de las sacerdotisas y evidentemente todo el mundo lo veía como algo positivo. 

—¿Tú crees devota Sindri?— preguntaba viendo un pequeño castor que se había ubicado en la esquina de mi habitación. No lo podía dejar de ver, era adorable, aunque no se acercaba mucho. Estábamos justo ahora tomando una lección de los ríos y lagos de Aveyron, ya había perdido la lección de cuantas veces había tomado esta lección.

—Claro que si… los animales, a diferencia de los hombres y mujeres, no hacen nunca nada sin razón ¿Por qué? Seguramente me preguntarás. La respuesta es… porque ellos conocen los designios de la naturaleza, no preguntan ni hacen lo que quieren… ellos saben el objetivo fundamental— dice ella con suavidad. 

Sindri tiene el caballo oculto con un pañuelo, aunque sé con certeza que es de un color blanco, de un tono diferente al mío. De joven había sido rubia, así que tenía pequeños destellos dorados. Mi cabello no tenía canas, simplemente era blanco, casi plateado en algunos puntos. O como a mi madre le gustaba decir… el color del brillo de las estrellas. 

Mi madre literalmente me dejó a su cuidado y yo la obedecía ciegamente. Era mi constante, Sindri, con su apariencia encorvada, sus ojos rodeados de arrugas, su sonrisa cercana, sus manos suaves donde se veían venas en los nudillos. También, me conocía como nadie.

—Estás particularmente distraída… es decir, siempre has sido una niña curiosa. Yo te tuve en mis manos cuando tu madre te dio a luz, lo sabes, y ya desde ahí mirabas todo a tu alrededor con una viveza que no había visto yo nunca en un recién nacido— me decía y me hacía sonreír.

 — Pero ahora, estás peor. Sé que están pasando muchas cosas, niña, pero tenemos que tener foco. ¿Es por tu prima? ¿La hija de Nara? ¿O… es por algo más?— me preguntaba y me miraba con los ojos entrecerrados.

—Azaleia… es todo lo que siempre quise. Alguien con mi mismo origen— 

 — Espero que sea por tu Azaleia mi niña… y no por otras visitas. Prepárate, la cena está próxima a servirse y hoy a luna nueva— añade para luego irse, apoyada en su bastón, con cuidado y sin dirigirme otra mirada.  

Como dije me conoce muy bien, pero no estaba en posición de contarle a nada de mi enamoramiento secreto. No había forma de que sucediera algo entre mi caballero Layne y yo. Por muchas razones, la primera era que mi matrimonio era una cuestión del imperio, no de lo que yo quisiera. 

Para colmo, como ya dije, necesitábamos apoyo, así que mi matrimonio iba a ser por una alianza, con algún hombre poderoso que me diera oro, apoyo o más hombres. Según decían mis consejeros, muchos hombres de poder querían casarse con la hija de la luna, como me decía. 

Era un matrimonio de acuerdo, más que por cualquier otra cosa, si me iba bien, y sería medianamente feliz, con suerte como mi madre y mi prima, y posteriormente, la razón era dar un heredero, como todas las mujeres nobles en Aveyron. Pareciera que no sirviéramos para nada más.

Otro punto importante y no menor… es que mi señor, para poder dedicarse enteramente a mí, había jurado no tener familia ni casarse, es decir, no tendría esposa ni hijos, estaría conmigo hasta el final de mis días, luchando por mi causa, protegiéndome, acompañándome, dando su vida por mí, literalmente. 

Dudo que Layne tenga esos sentimientos por mí, para él yo era la hija de la diosa luna, como pensaba el resto, una chica que había que ayudar a llegar al trono. No dudaba de su devoción, fidelidad y lealtad… pero de ahí a enamorarse, de ahí a… sentir amor; era algo totalmente diferente. Había amor, pero no del tipo que yo quería, del que mi corazón ansiaba. 

Esa noche, después de la cena, me paré en la azotea del templo con todas las sacerdotisas y no cerré a los ojos, sino que vi a la luna llena, la luna de nuevos comienzos y le pedí ayuda, dirección, guía, a aconsejarme en los pedidos de mi corazón, sin que opaquen por las estrellas más sagradas, a mi destino. Algo me decía que necesitaba fuerza para lo que iba a venir. 

—Los señores juramentados han llegado princesa— me dijo una de las criadas, y cuando vio mi felicidad, me abrazó y contenta, me ayudo a ponerme mi vestido, y en mi cabello un tocado que me había regalado una de las sacerdotisas. 

Baje con cuidado las escaleras en mis zapatos bajos que solían usar las sacerdotisas y cuando llegué a la entrada del gran salón me mantuve ahí, sin bajar los grandes escalones blancos. Mientras se acercaban los señores, yo mantenía mi pose derecha, seria, con los hombros ligeramente hacia atrás, para verme más alta. 

Poco a poco veía a lejos como se acercaban tres señores, dos mayores, lucían cansados, vestidos de colores oscuros y atrás había varios criados. Yo tenía un pequeño cuervo en mi hombro, uno de los que solían ir y venir enviando mensajes…  y lo pude ver desde el primer momento.

¿Como no verlo? 

Me resultaba imposible no verlo, lo hubiese podido notar hasta en la bruma más tupida, en la noche más oscura. 

Si mi caballero era antes hermoso… ahora… se había superado. Lucía más alto y más digno. Había venido cabalgando desde lejos y seguramente cansado, pero su apariencia era la de un héroe de esos que mi madre me leía en cuentos cuando yo era niña. Si alguien me preguntara como se vería un señor ideal, un caballero perfecto del imperio, un héroe, un salvador, la gloria de Aveyron… así mismo se vería… como Layne Isaac Haggard. 

Su cabello negro brillaba como si tuviera pequeñas ondas del agua y me recordaba a un lago inquieto. Su traje era negro y podía ver sus hombros amplios, sus piernas largas, su caminar seguro, sus manos apostadas a sus costados y a veces cerrando su puño. 

Finalmente, sus ojos verdes, brillantes como el césped del valle, cuando acaba de llover y está húmedo, irradiando pequeñas gotas de agua. Su nariz recta, sus labios entre abiertos mirándome con sorpresa. Todos me miraban con sorpresa. 

Siempre solía pensar que era porque era muy joven, ¿Esta sería la chica que va a gobernarnos? ¿Es esta niña la que nos llevará a la victoria? Pero Sindri me decía siempre “Te ven así porque eres la encarnación misma de la luna, mi niña”. Mi aspecto me ayudaba, y era lo único que tenía. 

Mi corazón me aleteaba dentro del pecho, como si fuera un pequeño pajarito que estuviera preso entre mis costillas y mi pecho, toda la vida y de repente tuvo un vistazo a como era el mundo afuera, los campos, las praderas, los valles y lagos, el cielo azul infinito, las nubes aglomeradas como conversando entre ellas, el sol al final con su calor. 

Y ese pajarito deseaba desesperadamente, salir a su encuentro, recorrer ese mundo que ni sabía que existía. Yo luchaba, juro que sí, pedía fuerza a la luna por no verlo tan directamente y ver a los otros… pero no podía. Solo podía verlo a él.

Cuando los señores se acercan unos ocho escalones más abajo de donde yo estoy, inclinan su mirada, casi sin pedirlo, ellos se arrodillan ante mí. Este acto era una acción de pleitesía y de jurar y luchar por mí. 

—Princesa y Gran sacerdotisa, los señores Fidela, Ofus y caballero Layne. Han venido desde el imperio de Aveyron hasta aquí para presentarle sus respetos — menciona mi caballero de Miraes en voz solemne. 

—Mis señores… gracias por venir hasta aquí. Espero que las estrellas los hayan guiado y la noche los haya protegido en los caminos, agradezco su presencia— digo yo en voz clara y firme, aunque no puedo evitar estar nerviosa.

—Sean bienvenidos al templo de la Noche. Esperamos que aquí encuentren descanso luego de su largo viaje, pero también guía para sus planes y los de la diosa. Por favor, pasen. También las personas que vienen con ustedes, tendrán sus habitaciones, aquí no tenemos diferencias entre criados o no— menciona Sindri y ello se levantan y hacen una pequeña reverencia, siguen a un costado, lanzándome miradas curiosas, y Layne… me mira fijamente hasta que yo me retiro con Sindri. 

Mientras ellos son llevados a sus habitaciones, yo me coloco mi mano en el pecho y en una esquina me asomo a la ventana a respirar y calmar mi agitada respiración. Es de mañana, realmente temprano, el sol llena de luz todo el valle con todas sus criaturas bajo él. 

Nuestra primera reunión será dentro de pocos minutos y mientras camino a los jardines que llegan al salón… lo encuentro. Por supuesto, se acerca primero él, es él quien es mi caballero, el que siempre tenía que estar aquí, junto a mí en mis reuniones, pero que por sus otras misiones no pudo hacerlo. Por años imaginé tenerlo aquí, que se sentara conmigo, y ahora lo haré. 

—Mi señora…—dice con una pequeña reverencia y ese tono de voz… me hace vibrar. Mi mente no había podido guardar los deliciosos detalles del sonido de su voz cuando salen de sus magníficos labios.

—Había deseado tanto verla, mi princesa… mi emperatriz— dice él sin quitarme esos ojos verdes de los míos y yo siento que en mi corazón es como si el sol y la luna se hubiesen encontrado y chocado produciendo miles de estrellas. 

Federica Navarro

Hola a todos! Sé que muchos estaban esperando esta historia :) que venía de otra aplicación donde quedó incompleta. Ahora si sabremos qué ha sucedido con Naiara, Layne, Azaleia y los demás. Para los que me están leyendo por primera vez, les comento que esta historia se puede leer por separado, pero, para mayor placer, pueden ir a mi otra historia "Un salvaje para la duquesa" que tiene más información de lo que leeremos a continuación. Espero les guste Bso Kika

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