Marcus lo empujó con torpeza, pero con fuerza.
—¡Me la quitaste! —gritó—. ¡Alicia era mía! ¡Ella me amaba!
Dante ni siquiera se inmutó por el empujón. Solo sus ojos se oscurecieron peligrosamente.
—No vuelvas a decir el nombre de mi mujer con tu sucia boca —dijo con voz baja y tensa—. Ni lo menci