Deseo

—Siento tanto interrumpirlos — una voz no hizo separar, pero Caleb no me soltó en ningún segundo—. Es momento de irnos.

—No me parece conveniente que vayamos a tu casa, Augusto.

—Mi padre está de acuerdo, no tienes nada de qué preocuparte.

Caleb gruñó, apretándome contra su pecho mientras mi rostro ardía de vergüenza.

—Está bien, si no hay más opción, ¿qué más da?

—Es la mejor y la única que tienes, lobito celoso — su broma me sacó una risita.

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