Capítulo 37
En medio de la noche, una mujer atesoraba el vaso de agua helada que sostenía en su mano como si se tratara de una medicina costosa.

―Nunca creí volver a experimentar estos malestares ―respiraba lento y profundo por la nariz y luego expulsaba el aire―. Todo es diez veces peor.

―Es parte del embarazo ―le dijo su esposo, sin saber qué más agregar.

Estela cerró los ojos y ladeó el rostro; no soportaba las náuseas. Todo daba vueltas a su alrededor. La mayoría del tiempo, la fatiga la llevaba a dormir toda la tarde y en las noches a estar como un búho.

Su estado empeoró en el instante en que los labios de su esposo nombraron a Mía, la novia de su hijo.

―Esa relación está destinada al fracaso ―declaró la mujer, su pecho se apretujó.

―Lo sé ―su esposo le hizo segunda―, pero tu hijo es tan obstinado. Y de verdad estaba muy entusiasmado con…

―No digas su nombre ―lo interrumpió―. No quiero saber nada de “esa” persona.

El señor Urriaga le recordó que, como fueran las cosas, la chica era s
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