Obligada a Casarse
Obligada a Casarse
Por: Alejandra Soto
Te conoci

 

El sol irradiaba luz fuerte por todas partes, ese día era especialmente esplendoroso. Quería hacer muchas cosas como ir a la playa, nadar o tomar un buen baño de sol. Luna era una chica de 18 años que simplemente quería vivir la vida al máximo.

Bajó las escaleras de la casa, a toda prisa. Tomó una manzana del frutero arriba de la mesa y se despidió de su papá de un beso en la mejilla, haciéndolo sonreír por la sorpresa.

—¡Ey señorita! —La madre de Luna la llamó al notar que saldría sin pedir permiso. Luna se paró en seco, resopló y puso buena cara antes de dar media vuelta y sonreírle.

—Voy a la playa con Paolo y sus amigos —dijo suplicante.

—Déjala ir mujer, estamos de vacaciones. —La mujer soltó un mohín, nada contenta.

Se suponía que las vacaciones eran para despejarse un poco y alejarse de la gentuza en la ciudad. Vaya sorpresa se encontró cuando se dio cuenta de que en realidad las vacaciones familiares que había dicho su esposo era una convención para los CEO’s importantes de Nueva York y que el hermano de su esposo iría junto a su familia, la cual detestaba enormemente.

Y no era diferencias de ideas o algo por el estilo, Camil siempre había visto mal que su familia se rodeara con personas de menos estatus que ellos. Aunque fuera el hermano de su esposo, aun así no tenían la misma distinción.

Para Luna eso le daba igual, Paolo era su primo, se llevaba bien y era lo único que le interesaba. Camil tenía que lidiar con eso todo el tiempo, su esposo e hija no entendían la importancia de la diferencia de clases.

Camil no dijo nada más y desvió la mirada hacia su desayuno, era imposible contradecirlo a los dos. Luna sonrió y le mandó un beso volado a su padre para luego salir de su casa directo a la playa.

Y es que no solo era el hecho de despejarse o divertirse, la razón de que actuara tan entusiasmada, sino era porque lo vería a él, si, a él, a David, su primer y gran amor.

Aún podía recordar la primera vez que se vieron en el colegio, la primera palabra dicha, el primer roce entre ambos, fue como amor a primera vista, sin imaginar que David era becado en la preparatoria. 

Ella no tenía problema alguno, pero cuando se enteró su mamá de ello fue como si le hubiera dado un mini infarto. La obligó a alejarse de él e incluso la cambió de colegio, alegando que ella no podía mezclarse con gente como esa.

Su amor fue más fuerte, porque a pesar de las circunstancias, meses después su amor era cada vez más fuerte.

Paolo era mejor amigo de David, por lo que todo se había planeado con anterioridad. Su primo había ayudado a su novio a ir al viaje para que pudieran verse ahí. Así que cuando lo divisó a la distancia sobre la playa corrió hacia él para abrazarlo fuertemente. David la tomó entre sus brazos y la levantó sobre el aire para darle una vuelta y besarla. Estaba emocionado de verla ahí, su corazón se agitó de sobremanera al tenerla en ese momento.

—Nena, estás aquí —dijo sonriente mientras le depositaba más besos sobre la boca.

—Estoy aquí. —Ella sonrió.

—Bueno, ya par de tortolos, vamos a divertirnos o ustedes se seguirán comiendo a besos. —Paolo los llamó gracioso al verlos tan empalagosos.

Ambos se miraron y sonrieron. Sería bueno pasar el rato con otros chicos más, y así empezaron el juego de vóleibol en la playa. Otros más se unieron y fue así que empezó todo. 

Tiempo después, Luna decidió descansar un poco, tomar algo refrescante, sin imaginar que no muy lejos de ahí se encontraba quien se convertiría en su esposo. 

Farit Montalvo, era un joven de 23 años, a su corta edad había sido casi obligado a hacerse cargo de la compañía de su papá, el cual en ese momento se encontraba muy enfermo.

La invitación de la convención le había llegado hace unas semanas, lo primero que pensó fue en lo aburrido que sería, sin embargo, no le quedaba de otra que acatar órdenes. Estaba un poco estresado ese día, tendría que dar el discurso de inicio y no tenía idea de lo que iba a decir.

Decidió ir a la playa, tal vez eso lo podría distraer un poco de todo lo que estaba pasando. Sentía una gran responsabilidad sobre él, la empresa de la familia era todo lo que tenía y si algo salía mal podría perderlo todo y eso ocasionaría la muerte prematura de su padre. Bufó, al encontrarse sentado sobre una piedra, en la orilla del mar, poco a poco el sol se iba metiendo dejando ver el hermoso atardecer que se avecinaba.

El viento en su rostro y el sonido de las olas chocando sobre las piedras era relajante, aunque esa relajación no duró lo suficiente. Su celular empezó a sonar dentro de su bolsillo, era Carlos, el abogado de su familia.

—Bueno... —respondió sereno.

—Lo siento tanto Farit, tu padre acaba de fallecer. —El azabache se quedó pasmado, escuchando las palabras, negó repentinamente, mientras algunas lágrimas caían en su rostro.

—Pero. ¿Cuándo? —Era irrelevante, solo quería que le dijera que no era cierto.

—Fue hace un momento, necesitas volver a casa para leer las cláusulas del testamento. —Farit frunció el ceño, ¿porque le urgía de leer el testamento de su padre?

—¿Pasa algo? —preguntó expectante.

—No es como deberías de saberlo, pero tu padre pidió que antes de hacerte cargo de la empresa debes contraer matrimonio...

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Cuándo lo decidió? —Estaba consternado.

—Es mejor que regreses Farit, aquí te daré los detalles. —El chico cerró los ojos, apretando sus labios fuertemente.

Hace meses que la idea de que esto pasara estaba en su mente, pero no creyó que sería tan pronto. Se paró de la roca y miró al horizonte limpiando sus lágrimas, era la primera vez que se permitía llorar.

Volvió a guardar su celular, iría a de vuelta al hotel, pero antes de hacerlo sintió como unos brazos rodearon su espalda de forma necesitada.

—Aquí estás, amor. —La voz de una chica lo hizo sobresaltarse. Al darse media vuelta se encontró con los dulces ojos de una rubia—. Oh Dios, tú no eres... —La chica se sonrojó ante el vergonzoso acto—. Discúlpame yo...

Farit se quedó sin palabras, sus ojos no pudieron dejar de contemplar tan bello rostro, podía decir sin miedo a equivocarse que no había visto a una mujer más hermosa que ella.

Luna sonrió ante su mirada, tenía que admitir que el chico frente a ella era muy atractivo. Unos ojos enigmáticos, una nariz respingada, unos labios carnosos y su mandíbula marcada era un conjunto de cosas que resaltaban totalmente en él. Solo había un problema, él no era su David así que se sacudió su cabeza para dejar de pensar así de otro hombre.

—Descuida... —Balbuceó Farit, aún seguía perdido en la belleza de la rubia.

—Bueno... —Luna trató de deshacer la incomodidad.

—Amm, sí... yo ya me tenía que ir. —Señaló otra dirección para despedirse de la chica que lo había cautivado y de la cual no tenía idea de su nombre. Farit se alejó dejándola sola en la orilla del mar.

Luna se quedó mirando su espalda, aún seguía pensando lo mismo de él. Pero cuando unas manos la atrajeron toda su mente se inundó de una sola persona y esa era David. Sonrió ante el contacto.

—Perdóname Nena, se me hizo tarde. —Ella negó, no importaba, lo bueno era que estaba ahí, aunque no tuvieran mucho tiempo, ya que su madre estaba sospechando de sus salidas.

El señor Sandoval se tocó el puente de la nariz después de quitar sus anteojos. Cerró por un momento los ojos, tratando de pensar en otra manera de salir de ese problema. En ese momento Camil entró a su despacho con un té que ella le había preparado. Era momento de decirle a su esposa lo que estaba pasando.

—¿Pasa algo? —Ella preguntó al verlo tan pensativo. El señor Sandoval se puso de pie y le entregó unos documentos, exactamente eran las finanzas de ese mes. Camil las revisó, abrió sus ojos, negando—. Esto...

—Esto es el final de la empresa Sandoval Camil. Estos son los estados de cuenta del último mes y como podrás ver le debemos al banco mucho más de lo que creíamos, estamos en...

—¡No lo digas! —respondió rápidamente—. Esto no puede ser, esto... debe ser, debe haber algo que podamos hacer.

—Al menos que otra empresa se haga cargo de esta deuda, esto no podía ser posible —Arturo se sentó de nuevo en su silla. Sentía que sería el fin.

—Tu hermano. —Pensó rápidamente.

—Él no puede sustentar esa cantidad, sería un suicidio para su empresa. —Camil se mordió el labio. No podían ser pobres, no podían. Se negaba a aceptarlo.

Unos golpes sobre la puerta los hizo reaccionar, soltaron una delante, dejando entrar a uno de los trabajadores de la empresa. Era el asistente del Arturo.

—Lo siento, señor, pero... me acaban de notificar que llegaron a embargar los inmuebles de la empresa y se llevaron todo. —El semblante de Arturo cambió una y mil veces, parándose estrepitosamente de su asiento.

—¡¿Qué estás diciendo?! Eso no puede ser posible... eso... —De pronto un fuerte dolor en su pecho lo hizo frenar, se llevó la mano hasta esa zona, sentía como la respiración se entrecortaba.

—Arturo. ¿Qué tienes? ¿Qué te pasa? —Camil se acercó a él con alarma, estaba teniendo un infarto—. Rápido pide una ambulancia. —Le pidió al chico parado frente a ella. Esto podía ser el final.

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