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En cuanto escuchó la voz, el maldito pervertido me soltó, por fin.

Levantó sus manos confundido al ver que el oficial lo apuntaba con un arma y le mostraba la placa con la otra mano. 

Por mi parte, me tapé el rostro con las manos, no quería ver. Sentía miedo de cómo terminaría esto. 

Sólo quería estar en mi casa, tranquila, de una vez por todas. Pero el infierno parecía no querer acabar. 

-Tranquilo, hombre- dijo el viejo, descarado –Sólo estábamos divirtiéndonos. –

La sensació

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