Cuando estaba en casa y surgía algún problema, solía correr nerviosa y preguntar.
—Papá, ¿qué hago? ¿Cómo soluciono esto?
Mi padre siempre respondía.
—Sofía, en cualquier situación, debemos mantener la calma. Ser tan apresurada y ansiosa no te llevará a nada bueno.
Recordando esto, sentí una mezcla de tristeza y añoranza, como si la sombra de mi padre aún estuviera cerca.
Levanté la vista y miré a Sebastián.
—Sebastián, mi papá tenía otra frase favorita, ¿sabes cuál era?
Sebastián levantó una ceja, confiado.
—Claro.
Casi al unísono, ambos dijimos:
—En la prosperidad, no te regocijes; en la adversidad, no te desanimes; en la calma, no te vuelvas indulgente; en el peligro, no te asustes; aquellos que mantienen la calma interna como un lago en medio de una tormenta, son dignos de ser generales.
Después de decir esto, Sebastián y yo nos sonreímos.
Cuando Sebastián sonreía, se veía mucho mejor que con su habitual expresión fría y distante. ¿Cómo lo describen en las novelas? ¿Como una brisa