Capitulo III

Pasaron dos mujeres cerca de donde estamos nosotros y una de ellas se le queda mirando con demasiado descaro digo yo, casi que desnudandolo con la mirada para ser exactos. Luego me ve y su cara se transforma en mayor desagrado. Yo por mi parte no le hago ni el más mínimo caso, la verdad hoy tengo otras cosas en mente, pero él sí parece darse cuenta, porque se acercó a mí y colocando sus codos en la mesita en modo de apoyo con una de sus manos me acaricia la cara y hace que lo vea directamente a él, ignorando el mundo alrededor.

Me tiene totalmente descolocada, ese brillo en su mirada y su manera de actuar me confunden totalmente, lo hace con tanta naturalidad que no pareciera que nos acabamos de conocer. No pasa mucho tiempo hasta que suelta mi cara y pasamos a tomarnos nuestras bebidas en un cómodo silencio.

— Ámbar, quieres contarme qué te pasa, puedo ser lo que necesites en este momento. Tal vez un amigo, un confidente, un abrazo... — Me mira de manera tierna y sonríe incluso más bonito aún. — Mira que puedo seguir, puedo ser un aliado, un...

— Siiiiii ya entendí. — Respondo interrumpiendo sus palabras logrando mi primera sonrisa completa — Jean Pierre, no se que quieres lograr con esto. ¿Por qué te empeñas en hacerme sentir bien? No me debes nada, hasta hace media hora éramos unos completos desconocidos.

— Si, dijiste bien. Éramos unos desconocidos. Ya no. Y no es lo que creés, no intento sobrepasarme contigo. No me llamas la atención de esa manera.

No sé si fue tranquilidad, asombro, tristeza o decepción lo que sentí al escuchar eso, pero como pude le pregunté.

— ¿Ah no? Y de qué forma llame tu atención. Si se puede saber. — Este hombre me está enredando, qué forma de mirarme, ¿Que es lo que quiere?... — Digo porque es que no entiendo que viste. — concluyo mostrándole una sonrisa sincera pero desganada.

— A tí ... Te vi a tí. Te vi e inmediatamente mis pies tuvieron vida propia. Me encamine hacia donde estabas sin apenas darme cuenta. Hasta que te saludé y me ignoraste por completo. — Contestó con honestidad.

— Ohh.. No te ignore a propósito, la verdad es que no sabía que era para mí. Estaba pensando en... — Y un completo silencio me tomó por sorpresa, de repente me quedé solo viendo su expresión que me inspiraba a continuar.

— Sigue, anda. No me ignorabas, solo pensabas en...

Oh diablos. Un suspiro de nuevo. Bueno, al final no tengo nada que perder si se lo cuento. Qué más da, luego de que le cuente no lo volveré a ver en mi vida.

— Es una historia un poco larga y no te quiero aburrir.

— Tranquila, nos quedan dos bebidas más y una torta de chocolate por comer, así que toma todo el tiempo que necesites. — Dice de la manera más natural, mientras la camarera nos trae una enorme torta de chocolate, la deposita en nuestra mesa y junto a ella dos cucharas, servilletas y dos batidos tipo frappé con fresas y crema.

Esperamos a que la dependiente terminara de colocar todas las cosas que traía en la bandeja sobre nuestra mesa para empezar a hablar. En todo momento Jean Pierre no dejo de mirarme, solo se volteo para decirle a la muchacha un "Gracias" y regresar a nuestra conversación pendiente.

Ese tipo de detalle no me pasó desapercibido, es más, siendo honesta conmigo misma, tener toda la atención de este hombre realmente me gustó.

Empecé yo tomando un pequeño trozo de la torta de chocolate que se ve riquísima, nada más verla se me hizo agua la boca. Pocas veces me permito comer una de estas divinidades culinarias y hoy es uno de esos días, no porque esté acompañada de este hombre corpulento, cara definida con una barba en forma de candado de lo más sexi y sonriéndome como si fuera para él lo más importante del mundo.

No, es que en realidad necesito algo dulce en estos momentos.

Meto el pedacito, que termina siendo un gran pedazo de pastel en mi boca y me deleito con su sabor ¡Está demasiado sabrosa! Me hace hasta cerrar los ojos y saborearla lentamente, hasta se me sale una especie de jadeo mientras la pruebo.

— Ámbar... — Es Jean Pierre quien me habla — Si cada vez que vayas a probar el pastel haces eso, creo que te compraré más de uno con tal de escucharlo nuevamente. — Vuelve su mirada penetrante en mí.

Su comentario hace que abra los ojos y me pierda en esa mirada seductora. Pero es hora de volver a la realidad, me pongo entre seria y nerviosa al mismo tiempo, hasta que no puedo más.

— Jean Pierre... — Volteo la mirada hacia un lado, esquivando así sus ojos color miel. — Estoy... Estoy embarazada. — Listo lo dije y devuelvo mi vista a él para ver su expresión, pero no muestra nada, ni sorpresa, ni desconcierto. Nada. Sólo me escucha con atención y no dice nada.

Bueno y qué más podía esperar.

— Tengo unas 6 semanas más o menos, aún no he ido al ginecólogo. Lo puedo saber porque mi vida no es tan alocada como puede que lo creas tú. Pero ese no es el problema porque yo quiero a mi bebé aunque sea producto de.. de.. En fin, ese no es el problema.

Su mirada, la misma que me estaba empezando a gustar ya. Me decía que estaba buscando la manera de hacer su siguiente pregunta.

— Y... Mmm.. — Tosió un poco buscando tiempo para hablar — ¿Cuál es el problema entonces? — Me dijo sin más.

— El problema es que desde que nací tengo una dificultad en mi corazón. — Dejé escapar una especie de suspiro para poder continuar — Sufro de insuficiencia cardíaca de clase funcional III.

Jean Pierre se le notaba que no entendía nada de lo que le estaba diciendo, o lo tomó tan desprevenido mi declaración que parecía que estaba en shock.

— No he tenido una vida común como otros, siempre me alejo casi por completo de las... Emociones por así decirlo. Los sustos, las sorpresas, todo lo que pueda de alguna manera alterar mi corazón. Toda mi vida he estado distanciada de cualquier actividad física porque mi corazón no aguanta el ritmo. Me he sentido limitada a hacer actividades con mi familia por eso mismo y lo odio. A veces siento envidia de mis hermanos, ellos si pueden hacer todo lo que les provoque y a mi siempre me dejan a un lado, claro que después me siento mal por hacerlo. Pero es así y lo odio. Odio no poder correr como cualquier persona lo haría, no poder gritar hasta quedarme sin aliento, no saltar la cuerda ni escalar la montaña, manejar bicicleta, odio no poder hacer las actividades que hacen mis hermanos con mis padres.

Mi voz fue de tristeza, a la ira y luego a la derrota.

— Si sigo con mi embarazo existe la gran posibilidad de que muera. Mi doctor dice que si tomo la decisión ahora puedo interrumpirlo, que soy joven y que puedo programar un embarazo con mayor cuidado más adelante. El quiere que yo viva todo lo que pueda, lo dice porque aún soy joven. Pero es muy poco probable que eso suceda. Y sabes que, la verdad no quiero. No quiero interrumpir mi embarazo, no puedo hacer eso. Desde que supe que estoy embarazada lo amo, amo a mi bebé. Pero no puedo negar que hay días en los que pienso que soy una egoísta irresponsable por tomar esa decisión. ¿Y si muero? igual no podré verlo, no podré cuidarlo, darle todo el amor que se merece. ¿Quien se ocupará de mi bebé si yo no estoy? y si no puedo aguantar todo el embarazo y en el proceso morimos mi bebé y yo, mi familia quedaría devastada y me duele pensar en esos panoramas.

Decir todas esas verdades me dejó sin aire y tardé un rato en calmar mis ansias. Es la primera vez que las digo en voz alta, y me da miedo esa gran verdad. Sin embargo, las palabras de aquel extraño me hicieron salir de ese trance y me dieron la fuerza que me faltaba.

— Ámbar no eres una egoísta irresponsable. Eres una mujer maravillosa con una vida injusta. — Sentenció él. — Tengo a la mujer más hermosa que jamás había visto frente a mis ojos. Hermosa tanto por dentro como por fuera.

— Jean Pierre no hace falta.

— ¿No hace falta? — repitió él sacándolo de su ensoñación.

— No, no hace falta que me mientas con cosas como esas sólo para que me sienta bien.

Silencio por un momento, aunque alrededor había bullicio. Conversaciones. Música de fondo. Entre los dos solo quedó un completo silencio.

— Lo que te estoy diciendo Ámbar, es que eres la mujer más hermosa que he visto en la vida y eso no es una mentira.

Decirlo de nuevo en voz alta me dejó sorprendida y creo que a él también, por su mirada y la forma que me habló supe que no era mentira. Tanto que no supe qué decir, jamás en la vida me habían dedicado palabras tan bonitas, bueno si, las veces que estuve con él ese único mes, con el hombre del cual ya no sé nada. Pero que este extraño me diga las cosas de frente, y sin un atisbo de duda me desconcierta en la misma medida que me deja conmovida.

Está es la segunda vez, lo voy a hacer, voy a permitirme sentirlo, en mi interior va creciendo un cosquilleo, algo que me quema por dentro. Es una sensación atmosférica que hace todo mi mundo de vueltas.

Sin darme cuenta tenía sus manos agarradas y en un segundo mis ojos se cerraron atesorando sus palabras.

No decía nada, pero sus acciones lo dijeron todo.

Pureza

Temor

Ilusión

Para Jean Pierre, más que confesión, fue una revelación. No quería dañar el momento, viéndola así, tan pequeña, sensible, tan llena de inocencia. Pero algo si tenía claro, la quería tener entre sus brazos, en ese pequeño momento sintió tanto amor, que no pudo más y se levantó.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP