La pantalla del celular se apagó automáticamente.
Roberto no le prestó atención y la abrazó, dándole suaves golpecitos en la espalda.
—Cariño, no llores más, haces que me preocupe sin necesidad.
—Todo esto es mi culpa, no debí haberte traído aquí a pasarla como un zapato. Ella es mi mamá, no la tuya; no tienes la obligación de aguantarte nada por mí.
—Puedes golpearme o gritarme todo lo que quieras, siempre y cuando te sientas mejor.
Durante el camino de regreso, Roberto no dejó de consolarla.
Bellona decidió cerrar los ojos y hacerse la dormida.
De vez en cuando, se oían notificaciones de mensajes, y durante el resto del trayecto, Roberto estuvo respondiendo mensajes.
Cuando llegaron a la entrada de la casa, Roberto le acarició la cabeza.
—Cariño, hay algo urgente en la oficina, quédate en casa y espérame, regresaré temprano, ¿de acuerdo?
Bellona bajó del auto en silencio.
Después de que Roberto se fue, ella aceptó la solicitud de amistad de Nadia.
Luego, abrió su última publicación.
Lo primero que vio fueron dos fotos fijadas en la parte de arriba de su perfil.
La primera foto era de la silueta de Roberto sembrando rosas.
La segunda mostraba un mar de rosas azules.
[Como sembraste esas rosas azules que tanto me gustan, te perdono esta vez. Solo ven a consolarme.]
Bellona sintió un vacío en el estómago.
Resulta que a Nadia también le gustaban las rosas azules.
Ni siquiera las rosas habían sido sembradas para ella.
Tomó un taxi y fue directo al jardín.
Al llegar, vio el auto negro de Roberto.
Mirando las rosas, Roberto no se percató de su llegada.
—Si Bellona no pudiera tener hijos, no te habría buscado. Ella es mi límite, y tú apareces frente a ella y todavía te atreves a hacer un escándalo.
Nadia lloraba a todo pulmón.
—Entonces, ¿por qué me buscas? ¿No te importa lo que me pueda pasar?
—Ya te dije que no es necesario tanto show —Roberto suavizó su tono.
— Mientras seas obediente, te cuidaré toda mi vida.
Nadia sonrió, secándose las lágrimas, y se lanzó a sus brazos.
—Puedo ser más obediente, si tú quieres.
—He apartado toda la tarde para ti, ¿acaso no sabes si quiero o no?
Roberto habló con voz rasposa, levantó a Nadia y fue directo hacia el interior del jardín.
Nadia, con una sonrisa provocadora, miró a Bellona, que ya la había visto.
Las sombras de los dos dentro del edificio se unían y parecían bailar bajo la luz de la luna.
En medio del camino, Bellona observaba; era como una forma de torturarse a ella misma, respirando el aire frío.
Era como si le clavaran mil espinas en el corazón, una por una.
—¿También vienes a tomar un par de fotos? El señor Hester y su esposa han tenido una relación tan buena todos estos años, qué envidia.
Una mujer que estaba tomando fotos se acercó a hablar.
—Su esposa es tan afortunada, ¿qué mujer no querría a un hombre como el señor Hester?
Bellona sonrió entre lágrimas.
—Pero ella ya no lo quiere.
Roberto le regaló lo que decía ser un jardín solo para ella, pero aquí estaba acostándose con otra mujer.
La mujer observó detenidamente a Bellona y se quedó sorprendida.
No era de extrañar que los demás pudieran confundirse.
Nadia se parecía mucho a cómo era ella cuando conoció a Roberto a los 24 años.
—Ya veo, todos los hombres son iguales. —La mujer pensó en algo y su expresión se tornó melancólica.
—En realidad, no es tan malo. Hasta las mujeres que busca fuera de tu cama se parecen a ti, tal vez él solo quiere tener un hijo tuyo.
—Mejor olvídalo, sigue con tu vida como siempre.
—No es lo mismo. —Bellona dijo con voz baja.
Que Roberto buscara mujeres que se parecían a ella no la hacía sentirse agradecida, solo asco.
Después de salir del jardín de las rosas, Bellona fue al hospital a recoger los medicamentos previos a un aborto.
Dejó los medicamentos sobre la mesa, mirando la caja un buen rato, sintiendo cómo un dolor la invadía.
De repente, la puerta de la habitación se abrió, Roberto llegó apurado, con la camisa mal abotonada y tropezando con una silla.
Él la miró de arriba abajo, con la cara pálida.
—Cariño, ¿por qué fuiste al hospital?