Como era de esperar, Carlos entró en mi departamento con la misma facilidad con la que lo haría en su propia casa.
Encendió la luz, y desde unos metros de distancia me miró a los ojos, incluso me preguntó:
—¿No vas a entrar?
¿Entrar?
¿Para qué? ¿Para estar en el mismo cuarto que él?
Sentía que todo esto era un sueño. Lo miré y susurré, —Mi exmarido.
¿Mi exmarido, aquí, en mi casa?
La situación parecía completamente absurda.
—¿Qué me dijiste?
Elevó la voz, sus ojos oscuros y profundos destilaban un frío gélido, y cuando me miró, no pude evitar estremecerme.
—Mi exmarido— respondí, con indiferencia, —Voy a borrar tus huellas dactilares, y no quiero que vuelvas aquí.
Carlos permaneció en silencio, procesando cómo lo había llamado, sin darme respuesta.
La luz del pasillo se encendió y se apagó, y yo estaba parada en la puerta, ni entrando ni saliendo.
Agarré la manija de la puerta con tanta fuerza que mis nudillos se pusieron blancos.
—Ya deberías irte