II

—Yo creo que le gustas.

Andrea entorna los ojos y resopla.

—No seas ridícula. Matteo ha sido un idiota conmigo desde el día uno. ¡Pensó que era un hombre!

—Pelo corto y sin peinar— enfatiza Pame —, piernas de pollito, brazos de fisicoculturista en esteroides…

—¡Ey! — intenta defenderse ella, pero Liv la interrumpe.

—¡Oh! ¡Lo había olvidado! Creo que tengo fotos de esa época, estabas mamadisima.

Puede sentir su rostro calentándose de vergüenza mientras sus amigas desvarían sobre ese año en donde iba al gimnasio con el amigo que le gustaba y hacían la misma rutina que, claramente, no era para ella.

Mira su brazo, lo flexiona de diferentes maneras y se sorprende que después de años todavía puede ver músculos en ellos.

—Además, Matteo dijo que cuando está nervioso es un idiota, bastante cliché la frase, déjame decirte, pero igual, lo tomaré como una señal.

—No le gusto, Liv— no se están viendo las caras, pero no hace falta, con su tono de voz ambas amigas saben que está intentando contener esa sonrisa que delata su esperanza.

 Lo que la hace sentir más ridícula. Ni siquiera tiene sentimientos por él, es tan solo su ego que quiere ser gustado por alguien y algo de sexo, dicen que es bueno para reducir el estrés y los cólicos menstruales, que ya están empezando.

Maldito síndrome premenstrual.

—Ugh, si tuviéramos una junta sería tan fácil ver si le gustas o no.

—Maldita pandemia, ¿no podemos hacer una fiesta online y ver si es que sus cuadritos se juntan en algún momento? La magia del internet— termina Pame con un tono sardónico.

Andrea suelta una carcajada con el mismo tono. Se gira en la cama y estira el brazo para alcanzar el vaso de bebida que dejo en el suelo. De fondo escucha a Liv comentar algo sobre Matteo.

—Bueno, creo que llego la hora de cambiar coca cola por vino.

Sus amigas la apoyan con gritos desde el otro lado de la línea y ella se ríe entre dientes mientras va a la cocina a buscar alcohol. Se dirige de inmediato al gabinete inferior, saca una botella de merlot, agarra el sacacorchos de otro cajón y antes de verter el líquido en su vaso cambia de idea, se siente con ganas de tomar en algo más refinado.

—¿Andre?

—Sigo acá, estoy buscando copas.

—Ugh, esto se puso bueno. Al fin te animaste, esto jamás fue té— Liv levanta su taza y sus dos amigas ríen.

—Es un tecito especial.

Andrea ríe de nuevo mientras se pasea por la cocina intentando recordar donde guardan las copas, probablemente junto a los vasos.

Deja el celular apoyado con la botella de vino y va a por la copa, el problema es que está en la repisa sobre los vasos, detrás de otro par de cosas inservibles que ni siquiera saber porque Matteo guarda. Así que para alcanzarla debe subirse en el lavaplatos, apoyando una rodilla en el borde e intentando apoyar su otro pie en el mesón de al frente. Se estira un poco más, sus dedos rozando el vidrio.

—Andrea, hay alguien contigo— la voz de Pame es urgente, llena de advertencias.

Ella se gira, tan solo para ver una sombra media deformada y alta en su visión periférica. Del susto su pie se resbala y ella va directo al suelo, pero en vez de caer sobre una superficie dura, son unos brazos los que la atrapan.

Levanta la mirada para ver a su salvador, dándose cuenta de que no es ningún asesino o ladrón, sino tan solo Matteo, con sus brazos bajo sus piernas y cintura, una mano peligrosamente cerca de la curvatura de su pecho, la otra bajo su muslo, más cerca de su centro de lo que nadie la ha tocado en siglos.

Con el corazón en la garganta, atemorizada por lo cerca que estuvo de abrirse la cabeza y demasiado afectada por el agarre de Matteo, lo único que puede hacer es mirarlo; pasmada, con los labios entreabiertos, respirando con cuidado. Sin querer hacer mucho ruido, temiendo que vaya a romper el momento.

Pero eso no queda a su decisión. Es Liv, escandalosa como siempre, que llama idiota a Pame diciéndole que es Matteo quien entró a la cocina, obviamente.

Él la deposita con cuidado en el piso, le pregunta si está bien y luego de que Andrea asienta enmudecida, se larga de ahí, sin decir nada más. Y es tan desesperante que todos sus encuentros terminen de la misma forma, que cuando se encuentran en la cocina para el desayuno de la mañana siguiente y ella se quema el dedo intentando prender la cocinilla repita la misma pregunta y una vez que ella le da la misma respuesta vuelva a lo suyo; que cuando ella le echa Lysoform en los ojos sin quererlo, tan solo le diga que está bien y luego se largué a su cuarto. Que formulé una respuesta inafectada luego de casi verla desnuda en el baño y desaparezca de nuevo; hombre, lo único que puede hacer es intentar mirar disimuladamente. Y sí, sabe que es una doble moral, porque con cualquier otro hombre se habría sentido fuertemente violentada, pero es Matteo, el sexy compañero de piso con el cual está desarrollando una tensión sexual, que probablemente está solo en su mente. Y si no tuviera tantos traumas con su relación pasada tal vez haría algo, no siempre fue así de tímida e insegura.

Si tan solo su última último novio no hubiera destruido toda su autoestima y la hubiera tratado como una perra caliente y superficial, entonces no se sentiría tan mal. Una parte de ella sabía que no era cierto, que ambos habían estado asustados por sus creencias e influencias cristianas, pero eso no justificaba lo mal que la había tratado al final de la relación, además, ella no tenía la culpa de tener un apetito sexual.

Pero, en fin, algunos hombres eran b****a y no se podía hacer nada con eso más que ignorarlos o intentar erradicar el recuerdo de su existencia con chupitos.

Después de acabarse el vino y haber rebuscado por todo el departamento algo para beber, encontrando tan solo resto de vodka y tequila, había empezado con el primero, no creyendo que duraría tanto, pero aquí estaba: cuatro de la mañana, sola y ebria, pero todavía consciente intentando decidir si era mejor beber de la botella o ir por vasos chiquitos para el tequila. Ni siquiera había pensado en el limón y sal, en su estado no era necesario aplacar el sabor del alcohol, aunque ahora que estaba pensando en la cocina el hambre hizo rugir su estómago.

Debían quedar sobras de lo que Matteo preparo esa noche, recordaba el olor intenso de los condimentos y chisporroteo del sartén. Umh, se le hacía agua la boca.

Apoyó un brazo en la cama e intento levantarse, pero no encontró la fuerza suficiente para hacerlo. Fue después del tercer intento que logró quedar de rodillas, pero desde ahí fue pan comido levantarse, caminar por el contrario se le hizo mucho más difícil. No recordaba que una acción tan simple pudiera costar tanto, pero al menos había logrado llegar a su puerta sin partirse el cuello o quebrar algo y eso era un gran logro.

Salió de su cuarto trastabillando, intentando seguir una línea recta, pero se dio cuenta del fracaso que estaba siendo cuando paso del sillón a la mesa y luego devuelta al sillón. Estos dos objetos creaban una especie de pasillo que la dejo justo frente a la cocina.

Entro tambaleándose, yendo directo al refrigerador, maldiciendo por la poca iluminación. Extrajo el pote de comida con una sonrisa triunfante. Carne mongoliana y arroz chaufa; como amaba a Matteo.

Tal vez no había sido mala idea quedarse a vivir con él. Ese chico cocinaba como los mismos dioses, lo que sus manos tocaban se convertía en manjares.

Puso el pote en el microondas y se puso a buscar el servicio y un vaso. No estaba mal si cenaba bebiendo tequila, ¿cierto? Era un intercambio, en vez de vino, tequila. Ambos eran alcohol y la gente no tenía problema con el primero, así que tampoco debería tenerlo con el segundo, ¿o no?

En todo caso, que le importaba a ella lo que pensara el resto, no había nadie para juzgarla en este momento.

Agarró los cubiertos y luego el vaso de la rejilla en donde se estaba secando, el problema es que este estaba debajo de otras cosas que tuvo que levantar para poder sacarlo. En su estado de ebriedad fue difícil conseguirlo sin botar el resto de loza, pero iba bien, si tan solo pudiera ver un poco mejor para atrapar ese pote de plástico antes de que se cayera y se llevara consigo todo lo demás.

Cerró los ojos con fuerza, su rostro se arrugó compungido, entrando en pánico por el fuerte ruido de los platos y otras cosas cayendo. Sus hombros se subieron, haciendo desaparecer por completo su cuello y Andrea misma se achico unos centímetros.

Así la encontró Matteo, toda compacta, con una pierna ligeramente levantada. Al prender la luz, para verla mejor ella se giró hacia él con un brinco, su cuerpo se relajó y el susto en sus ojos se convirtió en sorpresa.

—Sí que eres un dios, hiciste luz— exclama.

—¿Qué…?

El pitido del microondas lo interrumpe.

Andrea cambia su atención de él a la comida en un dos por tres, olvidándose por un segundo de su presencia cuando el aroma inunda la cocina y sus sentidos, haciéndola salivar. No ha tenido ni un solo bocado, pero ya está segura de que sabrá exquisito.

—Mmh, delicioso— gime tomando un trozo de carne y echándoselo a la boca.

Agarra el resto de las cosas que fue a buscar y comienza su camino de vuelta a la habitación. No da ni dos pasos y ya ha chocado contra la puerta y va directo al suelo, si no fuera por Matteo, que la estabiliza pasando un brazo por su cintura.

—Cuidado— su voz rasposa la pone la piel de gallina.

Al sentir la yema de sus dedos presionándose en su cadera, piel con piel, recuerda que está usando, un top blanco que se le ha enrollado en la cintura y sus pantalones de pijama desgastados que caen por sus caderas. Matteo parece notarlo también, porque la suelta de inmediato e incluso retrocede un paso.

—Estoy bien— gruñe, enojada con su falsa preocupación, cuando Matteo la agarra del codo y ayuda a caminar.

—Difiero.

—Ni siquiera he empezado con lo bueno— agita el vasito que tiene, pero Matteo no le presta mucha atención.

Andrea resopla, se suelta de su agarre y luego se deja caer en el piso, en un punto cualquier de su cuarto. Se estira, apoyando las rodillas en el piso para alcanzar el control de las luces led que tiñen su cuarto de verde y las pone en un tono celeste. Agarra la botella de tequila, al lado de las otras dos vacías y se apoya en su trasero, como corresponde.

Matteo carraspea, se rasca la mejilla, obviamente incómodo y pasea la mirada por todo el cuarto, evitando poner los ojos sobre Andrea, quien ya ha empezado a comer y hacer toda clase de sonidos de placer, sin importarle que él esté allí, lo cual indica lo ebria que está.

Lamentando su decisión se sienta al lado de Andrea, toma la botella de tequila, le quita la toma y da un buen trago. El alcohol quema como la m****a mientras desciende por su garganta, pero lo necesita para despertar, después de todo son las cuatro de la mañana y él debería estar en su tercer sueño en vez de cuidando a su compañera de piso, evitando que se muera ahogada en su propio vomito o devorando la comida.

—Sírveme a mí también— con su penosa modulación y falta de contexto logra deducir lo que quiere y le pone un poco de tequila que ella se toma de inmediato, luego continúa comiendo como si nada.

Al parecer su compañera de cuarto es una gran bebedora, no debería sorprenderle tanto si cada vez que se la encuentra está consumiendo licor de algún tipo. Sus favoritas son el vino y la cerveza.

—Si vas a quedarte aquí al menos podrías hablar.

Matteo la mira de reojo, su expresión dejando muy en claro lo que opina de eso.

Ella suelta una carcajada y se echa hacia atrás. La falta de control la hace terminar en el suelo, riéndose como loca, obteniendo una mirada preocupada por parte de su compañero.

—¿Tan mal te caigo? — pregunta algo triste.

—No me caes mal.

Andrea bufa, estaba claro que había mentido. Ella sabía cuándo le agradaba a alguien y Matteo no tenía ninguno de los síntomas. El hecho de que la estuviera mirando fijamente, con los labios en una mueca tensa y el ceño sutilmente fruncido, le decía que sentía por ella de todo menos simpatía.

—Mentiroso— se sienta derecha y achina los ojos en su dirección

—¿Por qué mentiría? — toma un poco de tequila directo de la botella.

Sus labios rodean el vidrio con cuidado y al terminar de beber, limpia sus labios con esa lengua rosada que le trae muchas fantasías.

Andrea le quita la botella de las manos. Sus ojos se encuentran y se enredan en los hilos que los atraen, sin romper con el contacto visual, ella bebe. Arruga el ceño ante el sabor intenso del tequila, pero no le afecta tanto como debería y no lo suficiente para arruinar su pequeña coquetería.

Le devuelve el tequila y se echa hacia atrás, recostándose en sus codos, estirando el cuello y ladeando la cabeza para evaluar a Matteo.

Cabello oscuro, piel morena, más rasgos que no le importan. Lo que le llama la atención son sus labios bien formados y rellenos, el rojo con que los pintaron debe provenir del infierno, porque nada debería tentar tanto como ellos. Su mandíbula marcada, sus brazos musculosos que puede apreciar en toda su gloria por la manera en que él también se recarga en ellos.

Matteo se relaja, acostándose en el suelo, pasa un brazo por detrás de su cabeza, una posición tan… masculina y perfecta que la hace salivar mucho más que su comida. Pone la otra mano sobre su pecho y tamborilea la superficie dura. Sus ojos se cierran por unos segundos y cuando los abre de nuevo, se van directamente a los de ella. Negros como sus deseos más profundos, fulgurantes con emociones que no puede entender.

—Eres rara y bonita, no sé cómo tratar con eso.

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