89: El abrazo.
Territorio de la manada Silver Lake.
Esther Coback.
Él no dice nada mientras preparo el desayuno. Ya me di cuenta que sabe que ya comí, pero me sentí tan mal en arrebatarle la ilusión de cocinar que tuve que mentir. Me reprocho eso, porque se supone que no debo actuar así; sin embargo, es inevitable.
Todavía lo odio, sé que eso no se irá de mi pecho tan rápido, pero se me hace imposible estar molesta con él. No después de todo lo que sentí y pasó anoche.
Que nombrara a su compañera muerta me hizo sentir triste. No imagino lo difícil que fue seguir adelante sin ella, con cachorros.
Lo veo perderse en la habitación donde dormí, en las sabanas donde su aroma estaba impregnado, y suspiro.
Preparo la mesa con nuestros platos y veo las cosas de nuevo en los sillones. Es tan loco. ¿Cómo pudo comprar ropa sin saber mi talla? Me acerco a las bolsas para ver, y me sorprende darme cuenta que ha acertado. Luego mis mejillas se encienden con la escogencia de la ropa interior, pues todo lo que traj