Cuando me llevaron a toda prisa a la clínica del sanador de la manada, mi respiración se había vuelto peligrosamente débil. Por suerte, la intervención médica oportuna me salvó la vida.
Mi hermano estaba sentado junto a mi cama, completamente concentrado en consolar a la mujer que lloraba entre sus brazos.
—Todo es mi culpa —sollozó Selena, enterrando su rostro en el pecho de él—. Si no la hubiera obligado a comer tanto, no habría entrado en shock.
—No llores, no es tu culpa —murmuró él, acariciándole el cabello—. Ella es la imprudente, sabe que su estómago es delicado y, aun así, comió sin cuidado.
«Vaya, así que después de todo era mi culpa.»
—¡Cielo, estás despierta! —Selena se secó las lágrimas, volteando hacia mí con exagerada sorpresa. Su rostro se iluminó con fingida preocupación mientras se acercaba a mi cama.
Mi hermano habló antes de que ella pudiera alcanzarme.
—¿Por qué no nos dijiste que te sentías mal? ¿Por qué insististe en comer cuando sabías que no debías?
—Dije que no podía comerlo —susurré—. Pero cuando me negué, te enojaste.
Mi respuesta pareció enfurecerlo aún más.
—¿Lo estás haciendo a propósito? —preguntó, entrecerrando sus ojos—. ¿Crees que haciéndote la víctima me harás sentir culpable? ¿Es tu forma de vengarte de mí?
No entendía por qué mi hermano seguía malinterpretándome de esa manera. Negué frenéticamente con la cabeza, sin saber qué había hecho mal, pero mi tiempo en el centro de rehabilitación me había enseñado que siempre debía admitir la culpa si quería evitar el castigo.
—Es mi culpa, hermano —dije con voz temblorosa—. Pero no fue mi intención... por favor... por favor, no te enojes.
—Tú... —murmuró, mirándome miró fijamente e inspirando de forma brusca.
Luego tomó la mano de Selena y salió furioso. No regresó para ver cómo estaba.
Después de dos días en la clínica, me exigieron el pago, pero yo no tenía dinero.
—¿Podría llamar a alguien de mi familia? —pregunté tímidamente.
La sanadora alzó una ceja sorprendida.
—Por supuesto.
Mi hermano no contestó, ni a la primera llamada ni a la décima. La sanadora que me había tratado se impacientó visiblemente mientras me veía intentarlo una y otra vez.
—¿Quién pagará los gastos médicos? —me recordó finalmente.
—Los pagaré —prometí, aunque no pude sostenerle la mirada. Mi rostro ardía de vergüenza.
Pasó otro día en el que seguía sin poder contactar a mi hermano, y el personal de la clínica volvió a presionar por el pago.
—No estarás tratando de evadir el pago quedándote aquí indefinidamente, ¿verdad? —preguntó la sanadora jefe con dureza.
—Pareces mayor de edad —agregó otra—. Si realmente no puedes contactar a tu familia, deberemos llamar al Consejo de Hombres Lobo.
No sabía cómo explicar mi situación.
—Podría dejar esto como garantía —ofrecí, señalando el collar que llevaba en torno a mi cuello—. Iré a casa, conseguiré el dinero y volveré a pagar.
El collar de cristal sanador era algo que mi madre me había puesto en su lecho de muerte. Durante aquellas noches insoportables en el centro de rehabilitación, ese collar había sido mi única ancla emocional, también era lo único de valor que poseía ahora.
La sanadora aceptó mi collar de mala gana, permitiéndome marchar.
—¿Es... por aquí?
Por alguna razón, mi memoria se había vuelto poco fiable y no dejaba de perderme.
Después de pedir indicaciones a la Patrulla de la Manada, tropezando porque no podía transformarme en loba, me tomó un día y una noche encontrar el camino a casa.
Fuera de la puerta, temblaba por el viento frío, pero mi llave no abría la puerta principal.
No podía entrar, pero a través de la ventana, los oía reír dentro.
—¿Te gusta tu regalo? —la voz de mi hermano era tierna.
—Este anillo es hermoso —exclamó Selena—. ¡Es un cristal sanador de grado superior! Son tan raros.
—Lo vi en la casa de subastas y supe que te encantaría —respondió él—. Pagaría cualquier precio para hacerte feliz.
La forma en que mi hermano la miraba, era tan dulce y amorosa…. Selena se acurrucó en sus brazos, con una sonrisa que irradiaba felicidad.
Por un momento, me sentí desorientada. En el pasado, en cada cumpleaños, mi hermano preparaba mi regalo con semanas de anticipación, poniendo todo su corazón en la elección. En ese entonces, me miraba con esa misma expresión dulce.
Después de golpear fuertemente durante lo que pareció una eternidad, mi hermano abrió la puerta.
—¿Tú? —preguntó, aparentemente sorprendido—. ¿Por qué volviste sin llamar primero?