Mi Dulce amor ¡Déjate querer!
Mi Dulce amor ¡Déjate querer!
Por: Milkaina
Prologo

Prologo

Britania Rossi, a su llegada a París, lo primero que hizo fue visitar los museos de arte, especialmente el antiguo palacio donde estaba el Louvre. Un año después de su llegada a esta ciudad, confiaba firmemente en que este era sin duda alguna el mejor lugar para pensar en su futuro tan incierto.

La sala estaba repleta de personas, que iban de un lado para otro para contemplar las pinturas que llenaban las paredes. Cualquier persona que la observara pensaría que esa pintura que fijamente observaba llamó fuertemente su atención.

No obstante, en este justo momento, ella no estaba viendo nada, absolutamente nada. Realmente ella solo reflexionaba sobre lo que su padrastro le había ordenado hacer dos días antes, según él, ya había transcurrido un tiempo suficiente, y ella debía regresar con urgencia y dejar de perder el tiempo. Ese hombre miserable y arrogante le tenía preparado un matrimonio de conveniencia que beneficiaria a las dos partes involucradas.

En otras palabras, ella dejaría de ser su problema, para convertirse en la dificultad de su marido.

En palabras textuales de ese hombre, Antón Lewis, un matrimonio de conveniencia era lo único para lo que ella servía, y debía agradecerle que le había buscado un buen marido, lo mejor de la aristocracia, lo cual serviría para la tranquilidad de su madre, quien vivía preocupada por ella todos los días.

Se preguntó así misma llena de rabia ¿Quién lo autorizo a él para decidir con quién se casaba ella o si se casaba? La impotencia la condujo a este lugar. Era, de entre todos los lugares de la capital de París, un sitio para la reflexión. Hoy debía decidir entre acatar su ultimátum, o romper definitivamente con su sumisa madre y su nueva familia, e independizarse y vivir a su manera, en otras palabras, probablemente no volvería a ver a su mamá.

Era muy fácil perderse en esta ciudad, pero sin el apoyo económico de su padrastro, no sabía cómo le podría ir, aunque quizás pudiera intentarlo. Antes ni en sueños pensó jamás en estar aquí, su estilo de vida, previo al matrimonio de su querida madre con el déspota de su padrastro, era totalmente diferente.

Antón Lewis era un magnate petrolero de aproximadamente 60 años. Su mamá fue una de sus secretarias por muchos años, supuestamente él tenía tiempo enamorado de ella sin decírselo, y sin tener ninguna intimidad, uno de sus problemas en el pasado fue que ella ya estaba casada y sabía que Victoria Rossi, su mamá era muy moralista.

No obstante, en la actualidad había una dificultad adicional en esa relación… ella misma, su hija. Su padrastro tenía ya dos hijas adultas, cizañeras y exitosas, y a ella no la soportaba, la consideraba una perdedora sin ningún oficio, como su difunto padre, y cuando su madre quedo nuevamente embarazada, él de inmediato le propuso enviarla a donde ella quisiera, pero lejos de su madre y donde no les estorbara, era una especie de molestia para su felicidad conyugal.

Entendiendo que ese hombre no la quería cerca, ya que al parecer preocupaba mucho a su querida esposa, ella aceptó y decidió conocer y estudiar en París.

Ante el desprecio evidente de Antón, y a pesar de su miedo de viajar y vivir sola, ella puso solo una condición para irse, quería estudiar arte, lo cual le causo mayor repulsión a su padrastro, quien vio tal cosa como una pérdida miserable de tiempo.

Sintió pesar de que su dolor tan grande que represento para ella que su mamá aceptara tranquilamente sin discusión esta idea, y más bien la motivo a alejarse, esto le dio a entender que al parecer ella también era una espina en el zapato de su madre.

No obstante, ella de ninguna manera quería convertirse en un obstáculo para su felicidad, su madre había sufrido suficiente en su matrimonio con su papá, un jugador empedernido, que las dejo sin nada, casi que en la calle, sin casa y sin recursos, a los cuales poder aferrarse económicamente. Por esa razón, Britania estaba convencida de que la decisión de casarse con el magnate petrolero había sido también por ella misma, por Britania y su futuro económico.

A pesar de su miedo, por su futuro, y el pensar en vivir sola en otro país, en cuanto subió al avión y había llegado a París, se sintió libre y esperanzada. Solo deseaba que el valor no la abandonara más adelante.

Hoy otra vez, estaba allí de nuevo frente a la pintura, como a su llegada hace un año, ensimismada en sus propios pensamientos, no como al principio llena de ilusión, esta vez preocupada y triste.

En eso un hombre muy alto, con rasgos asiáticos, capto de inmediato su atención, observaba un cuadro como si se estuviera respondiendo a sus propias dudas, preguntándose algo que rondaba por su mente. De inmediato él sintió que alguien lo observaba y se dio la vuelta. Al observar que ella rápidamente volvió a poner su vista en el cuadro, él sonrió y se le acercó.

— ¿Puedes entender esa pintura? —le pregunto mirándola directamente y señalando la pintura que ella había estado observando

Ella dio media vuelta, observó al hombre sintiendo una ligera excitación, tenía el cabello muy negro y su piel blanca, debía tener alrededor de 30 a 35 años

—En realidad las pinturas le hablan a cada uno de manera diferente, quizás nunca la interpretemos desde el punto de vista del autor—le dijo con aires de sabiduría y ganas de impresionarlo, sin saber nada de lo que estaba diciendo en realidad

—Muy buena respuesta, mucho gusto, mi nombre es Sebastián Myers —estiro la mano a modo de saludo y ella correspondió, comenzando a divagar sin parar

— Soy Britania Rossi y estudio Arte, desgraciadamente no creo que mis obras lleguen aquí nunca, en la actualidad no he desarrollado una técnica propia, aunque estoy tratando de hacerlo… Pero espero tenga suficiente tiempo—recordó la llamada de su padrastro hablándole de su próximo enlace matrimonial ¿Quién le diría que tenía derecho a decidir con quién se casaba?—por un momento se quedó pensativa

—A mi modo de ver tienes suficiente tiempo, eres muy joven, en verdad–ella observó inquieta la hora en su teléfono móvil, ante la sonrisa divertida de Sebastián

—. Cielos, debo ir a almorzar, ya es tarde ¡Hasta luego!—le dijo apresurada, aturdida ante su maravillosa sonrisa

La inspiración vino de pronto en ayuda de Sebastián Myers— ¿Sería muy osado si te invitara a almorzar? —le pregunto dudando un poco, ya que no acostumbraba abordar a una desconocida en un sitio como este, donde había venido a descansar la mente.

Puesto que pronto debería tomar una decisión, Britania pensó que estaba bueno de tanta prudencia y recato, y decidió aventurarse, este hombre no se veía nada mal, su constitución era bastante atractiva, y no se veía como un mal tipo.

—Siempre y cuando sea en un sitio público, no me lo tome a mal, pero desconfió de los hombres guapos

— ¿Solo de los hombres guapos?

—En realidad de cualquier hombre—decidió corregirse a sí misma, avergonzada en su yo interno por esta atracción sexual vertiginosa que sentía por este desconocido

—Bueno, aquí cerca hay un sitio, podemos ir y déjame decirte que no me siento guapo—le sonrió, y esa sonrisa le pareció hipnótica, él era tan perfecto, tan compuesto, casi que… Irreal y humilde

—Bueno, está bien, siempre y cuando sea aquí cerca—se sentía atraída por él físicamente, pero tampoco podía ser tan imprudente

Sebastián la observo, no llevaba anillo de compromiso o de casada, era ágil aunque no se veía elegante, su cabello rubio y muy largo lo llevaba suelto y alborotado, más bien se veía muy bohemia con sus pantalones anchos y su suéter ancho también, incluso con zapatos deportivos y una pequeña cartera, pero a Sebastián le resulto toda una revelación, con su espontaneidad y naturalidad, así que la siguió.

Britania sintió algo muy extraño, por lo general, era bastante tímida, pero en aquel momento no se sentía ni cohibida ni preocupada, sabía que estaba haciendo lo correcto.

De pronto, pensó que estaba de mejor humor, en realidad durante ese año se sintió muy sola, así se sentía desde que su papá murió y sus vidas cambiaron para siempre, el museo era su lugar de esparcimiento y su sitio preferido para tomar una decisión, una de ellas la llevaría a no ver nunca a su madre, su única familia en este mundo. Además, temía verdaderamente que a ese déspota se le pasara el amor por Victoria en el futuro. y quién sabe lo que podía hacer su padrastro con ella.

Su mamá no tenía un carácter fuerte, más bien era de las personas que seguía órdenes, aún no entendía que le gusto de ese miserable y como llegaron a congeniar, siendo ella tan bondadosa y el tan arrogante.

Sintiendo que sus ojos se llenaban de lágrimas, compadeciéndose a sí misma, parpadeo para alejarlas.

Sebastián, por su parte, tenía una maravillosa sensación interna, le cedió el paso y la siguió, ambos salieron juntos del museo.

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