Capítulo 4. Un dolor muy profundo

Narra Alondra Ferreyra Pérez

–Pues créelo, hemos terminado y no quiero hablar del tema – Seguí devastada – No quiero vivir. No quiero sentir nada, quiero algo que anestesie el dolor y se quede ahí recluido en mi interior, para siempre. Por culpa de la imbécil de Lola, David me ha dejado, Axel vio cómo se puso el día de mi santo, en mi festejo.

Como si esa mujer hubiera sido mejor que yo, por eso la defendió, yo no valí nada para él, ahí me di cuenta de que de nada valía decir que me amaba, si al final iba a preferir a una muerta que a mí.

–Sí, me pude dar cuenta de eso, pero Alondra todos somos personas diferentes – Axel, quería calmarme – Tu chico, piensa las cosas de una forma que no las pensamos nosotros y está en su derecho, pero a mi forma de ver, eso no era razón contundente para terminar.

Pero eso no era lo que David, pensaba, yo era la inhumana, la que se había burlado de una persona muerta, la que no tenía sentimientos y por eso había tomado la decisión de terminar, de dejarme con el corazón en la mano, aun palpitando por él, no le importó que me humillara, que le rogara que no se fuera, que no me dejara.

–No lo era, pero así ha pasado – Me recargué en el pecho de Axel – Quisiera morirme, ya no tengo dónde vivir, ni con quién dormir y lo peor de todo, no tengo a quién amar, ni quien me ame.

Era la única realidad, estaba sola en el mundo de nuevo, estaba peor que un mendigo de la calle, porque aun teniendo yo familiares, no tenía a nadie, quien se iba a hacer cargo de mí ahora, si no lo habían hecho antes, siempre estaba rebotando de un lugar para otro, como si fuera un estorbo para todos.

–Nosotras te amamos tía Alondra – Dijeron a coro mis dos sobrinas Hada y Paola.

Mis sobrinas y mi cuñado, se sentaron con nosotros en la sala, entre todos hablaron y me ofrecieron su casa, para que yo viviera ahí con ellos, en lo que veía a ver qué era lo que iba a hacer con mi vida, yo para esto no decía nada, la verdad me encontraba en calidad de bulto, porque no me importaba nada de lo que dijeran. Mi hermana empezó a preparar el desayuno.

–Espero que te quedes a desayunar, Axel.

Mi hermana invitó a Axel, a que se quedara a desayunar con ellos, yo no tenía ganas de comer nada, no tenía hambre, estaba segura de que así como me lo sirviera lo iba a dejar, solo necesitaba la cama para dormir para siempre, era lo único que quería hacer.

–Claro que sí, Anastasia, muchas gracias.

Nos sentamos todos a la mesa y Anastasia, sirvió el desayuno para todos y yo casi no probé lo que había preparado, lo que necesitaba era una botella de alcohol para desconectarme del mundo, para adormecer el dolor que me estaba consumiendo por dentro, quería que se fuera para siempre, que ya no existiera.

–Tienes que comer tía, no quiero que te enfermes, no me gusta verte así, te amo.

Me dijo Hada, yo ni siquiera hice el intento por contestarle, sabía que nadie era culpable de mi sufrimiento, pero no sabía cómo sobrellevarlo, era la primera vez que sentía de esta manera una ruptura, porque antes eso no había existido para mí, nunca había amado a nadie, como para sentir tal dolor.

–Déjala, hija, tu tía se siente mal, ahora que tome una ducha y duerma algo, tal vez se sienta mejor y pueda hablar contigo.

Terminaron todos de comer y mi plato seguía en las mismas, ya ni siquiera hacía el intento por comer, era una pérdida de tiempo y de comida el que me haya servido. Mi cuñado ayudó a mi hermana a recoger todos los platos de la mesa, y nos dejaron a Axel a mis sobrinas y a mí, sentados en el comedor.

–Anastasia, me llevo a las chicas a casa de mi mamá, espero que te mejores Alondra.

Dijo mi cuñado, y en verdad les agradecía que se preocuparan por mí, pero prefería ya estar acostada, no que vieran mi pobre humanidad acabarse ante sus ojos.

–Sí, tía, mejórate y ya cuando regresemos jugamos contigo.

Mis sobrinas me abrazaron y yo les devolví el abrazo, ellas no tenían la culpa de lo mal que me sentía, eran tan inocentes, esperaba que no les pasara lo que a mí, me había pasado, que nunca se enamoraran.

–Nos vemos, tía, te quiero mucho.

Mis sobrinas eran un encanto, yo las amaba mucho, pero en estos momentos, era una muy mala compañía, no estaba de ánimos para jugar como lo hacíamos antes, ahora solo lo que quiero es acostarme, cerrar los ojos y dejar de pensar, aniquilar todos los recuerdos, los buenos y los malos, no quiero saber nada de nada.

Al quedarme solo con Axel y con mi hermana Anastasia, ellos trataron por todos los medios hacerme reaccionar, pero era inútil, porque cada palabra que me decían, era peor para mí, porque no me quería animar, era muy duro para mí, estar viva y no tenerlo a él junto a mí, David, lo es todo en mi vida y sin él, me estaba muriendo lentamente.

–Ya me voy chicas, espero que te mejores Alondra, no ganas nada con deprimirte, a lo mejor sería bueno llevarte a algún lugar para que medites, cualquier cosa me llamas Anastasia.

Eso era lo peor que me pudo haber dicho, tendría que ir a algún lugar para no pensar, para borrar de mi mente todo recuerdo, poder cerrar los ojos y que me pusieran una máquina en la cabeza, para olvidar este dolor tan profundo, era una agonía que me estaba consumiendo a cada minuto.

–Muchas gracias Axel, por todo, y te aviso cualquier cosa que pase.

Después de un rato Axel se fue y al quedarme sola con Anastasia, ella se metió a bañar conmigo y prácticamente ella me baño, yo no tenía ganas ni fuerzas de bañarme, ni de hacer nada. Estaba fatal, hundida en una depresión que no tenía nombre, o más bien si lo tenía, el de mi amado David de María, el hombre al que hubiera dado lo que fuera porque me diera otra oportunidad, pero eso no iba a pasar.

–Ven Alondra, vamos a arreglar la recámara de las chicas.

Entramos a la recámara de mis sobrinas, le ayudé a mi hermana, pues yo me iba a quedar a dormir con ellas, y eso estaba bien, porque no estaba acostumbrada a dormir sola.

Me sentía demasiado desanimada, como si estuviera muerta en vida, el dolor que atravesaba mi pecho era muy profundo, extrañaba a David, como no tenía una idea, cada día, cada hora, cada minuto que había pasado, y sentía que mi vida sin él no tenía sentido. Ya no quería seguir viviendo así, quería seguir llorando, pero ya no tenía lágrimas, estaba seca por dentro.

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