El territorio de la Manada Luna de Sangre se extendía a lo largo de tres estados, empequeñeciendo las modestas tierras de la Manada Sombra de Tormenta.
Observando desde el auto de Emma, entendí por qué Guillermo y Catalina siempre le habían temido a Alejandro.
—Toda su manada podría caber solo en nuestros terrenos de caza —me explicó Emma mientras conducíamos—. Necesitan nuestros recursos para sobrevivir, madera, presas y rutas comerciales.
—Bienvenida a casa, hermana —me dijo Alejandro cálidamente.
—Este es tu nuevo hogar —me dijo Emma suavemente, guiándome hacia una extensa casa de piedra con un jardín privado—. Alejandro se aseguró de que tuviera todo lo que necesitas.
El mejor sanador de la manada me visitaba diariamente, intentando curar las heridas que la plata había dejado en mi alma.
Mi armario se llenó de vestidos que nunca usaría, joyas que no podían reemplazar lo que había perdido.
La primera mañana, encontré a Raúl arrodillado fuera de mi puerta, con un ramo de rosas blanca