Finalmente llegamos a la villa.
—¡Es aquí! —dice ella.
Orillo el auto, pero antes de que me baje para abrirle la puerta, Alba desciende del coche un tanto enojada. Puedo reconocer rápidamente los gestos y facciones de cada mujer que se me pone en frente, sus gestos, cuando están enojadas o cuando me coquetean. Aunque hay algo en ella diferente que me hace dudar de mis convicciones con respecto a todo el resto de mujeres con las que he estado.
A mis treinta tres años, no sólo soy exitoso en el tema de los buenos negocios, sino de las mujeres.
Ella voltea a verme, apresuro el paso y le doy alcance.
—¿Está enojada por qué no me detuve en el camino? —ella me mira y responde parcamente.
—¡No! ¿Cómo podría exigirle algo a un hombre tan ocupado como usted que sólo piensa en lo que le conviene?
Chasqueo los dientes como respuestas. Nos acercamos a la pequeña casa. Debe ser del tamaño de mi baño, nada más de verla por fuera.
Ella saca las llaves de su bolsa y abre la pue