—Tampoco esperaba que José fuera tan cruel como para no perdonar ni a sus propios hijos, —admitió él.
—Ahí lo ves, crees que al ser un mero espectador, estás libre de culpa, —dijo Ximena.
—¡Ya basta, Ximena! Discutir por cosas ajenas es inútil.
Dijo Lisandro, soltando el freno de la silla de ruedas