—Qué infantil, ya no juego con estas pistolas de juguete o coches a control remoto.
Ximena observó a Mateo, quien parecía un pequeño erizo, erizando sus espinas y encerrándose en una coraza impenetrable, rechazando la cercanía de todos. Su corazón se llenaba de un dolor inmenso.
—¡Mateo, la felicida