La llamada se llenó con los sollozos de Mateo.
Lisandro, muy preocupado, pidió a Elena la ubicación de inmediato.
Elena colgó y envió rápidamente la dirección.
Estaba en las montañas, a más de sesenta kilómetros de Nubiazura.
Cuando se cortó la llamada, Mateo detuvo su llanto, mostrando impaciencia: —¿Por qué siempre engañamos a papi?
—No lo estamos engañando, ¡el auto realmente tuvo un problema! —dijo Elena.
—Me hiciste llorar.
—Si no lloras, ¿crees que papi vendría rápido? ¡Está hechiza