Muy pocas veces en su vida le tembló la mano al lider de la Yakuza a la hora de disparar contra un enemigo, pero cuando llegó a aquel taller abandonado y vio a su hermano, oculto tras la máscara del demonio rojo sosteniendo un puñal , casi a punto de clavarlo en el vientre de su esposa, Hiroshi Yamamoto conoció el verdadero terror.
Quería a su hermano, eso era cierto.
Sus padres los habían criado para ser líder y ejecutor, solo vivían y respiraban para engrandecer a la Yakuza, cada uno a su manera, pero no podía permitir que por el motivo que fuese su propia familia dañara a la mujer que amaba.
Dirigió la mirilla de su revolver al rostro del demonio rojo y disparó.
***
Cuando recuperó la consciencia, se encontraba en el suelo, desatada y algo apartada de la silla donde la habían tenido prisionera.
A su lado habían dos hombres muertos, dos hombres que reconocía bien, porque formaban parte del equipo de seguridad de Hiroshi.
Por todos lados lados llovían los balazos y reinaba un