MI SEÑOR
MI SEÑOR
Por: Tatty G.H
PREFACIO

—¡Basta! ¡Solo esta vez deténgase! —le rogó ella entre llantos, aferrada a su pierna mientras su bata roja resbalaba de sus delgados hombros. La había visto.

Un sonoro golpe de metal contra mi puerta me hizo apretar los ojos, a la vez que mis propios sollozos aterrados me ensordecían los oídos. Quería que parará, solo esa vez. Solo una última vez.

—¡Déjela en paz! —volvió a suplicarle ella, su voz se oía ronca a causa de lo mucho que ya había gritado esa noche—. ¡Por favor, solo una vez más! ¡Solo esta vez...!

—¡Suéltame ya, zorra! —le gritó él con una estruendosa voz grave—. ¡Me tienes harto!

Posteriormente, escuché el seco impactó de la barra de metal contra algo blando, seguido de un desgarrador grito agonizante.

—¡Isabel!

Me giré rápidamente y con las dos manos me aferré a la perilla de la puerta, comencé a abrirla...

—¡No! —exclamó ella—. ¡Quédate dentro, Dulce! ¡No salgas!

A través de la pequeña rendija que había logrado abrir, la pude ver tendida en el suelo, a los pies de nuestro dueño. Su delgado cuerpo estaba llenó de marcas y golpes, y de su frente manaba un lento hilillo de sangre. Exhalé de dolor.

—¡Sal ya, pequeña basura! —me exigió nuestro dueño e intentó abrir la puerta.

Rápidamente coloqué mis pies descalzos contra la puerta y apoyé todo mi peso contra ella; no iba a dejarlo entrar, no podía.

—¡Abre la m*****a puerta o te arrepentirás, basura! —me gritó con la enorme cara roja contra la rendija de la puerta, sujetando la barra metálica con una gran mano.

No obstante, todo el miedo que hasta momentos antes sentía, ya no estaba. Ya no había nada en mí, más que aturdimiento y vacío. A sus pies, mi hermana, mi única familia y amiga me miró con desesperación antes de apoyar su cabeza en el suelo de madera y cerrar los ojos.

Lagrimas cálidas rodaron por mis frías mejillas. Y sentí el momento exacto en que mi alma se hizo nada, igual que la suya.

—¡Abre la jodida...!

—¿Isabel? —musité su nombre con un hilillo de voz.

No se levantó, solo un lago de sangre comenzó a formarse a su alrededor. Me dolió el pecho más de lo que me había dolido nunca.

—¡No, no, no! ¡Isabel! —grité abriendo la puerta y lazándome hacia ella a gatas.

Pero antes de poder llegar a su lado, él me alcanzó y me sujetó del cabello. Apenas sentí dolor, y le arañé las manos tratando de liberarme, mirando a mi amiga en el suelo.

—¡Isabel!

A base de tirones de cabello, él me hizo ponerme de pie.

—Vaya, la otra zorra está muerta.

Yo sentí que también estaba muriendo.

—Pero no fue culpa mía, le dije que me soltará y no quiso. Ella se lo buscó.

Sollocé e intenté que me soltará; quería verla, quería estar con ella. Pero con sus dedos sujetándome el cabello desde la raíz, nuestro dueño me alejó de Isabel y me arrastró escaleras abajo.

En medio de la gran sala, me arrojó y luego, riéndose, me señaló con su barra de metal.

—¿Acaso tú y la otra zorra creían que te ignoraría toda la vida? —dijo burlonamente—. ¿No te compré para verte crecer y no disfrutar de ti? Ella ya no era suficiente para mí, debió saberlo antes de acabar muerta.

En el frío piso, me abracé a mí misma y me hice un ovillo. Llorando, deseé morir. Ella había luchado contra él por años para que no me tocará, y por un tiempo había funcionado. Ella se había ofrecido por mí, y al final de nada había servido.

Deseé que no me hubiese dejado sola con él. Deseé morir igual que ella.

Sin embargo, no moriría, de hecho, él no me lastimaría. No tendría la oportunidad de acabar conmigo.

Más tarde, descubriría que había una larga vida para mí gracias a un hombre que me miraría y me sonreiria, a pesar de verme rota. Y gracias a él, conocería la libertad, pero sería momentánea, tambien gracias a él.

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