CAPÍTULO 3

PARTE UNO: LA TRAICIÓN 

CAPÍTULO TRES 

SEIS AÑOS DESPUÉS

Viernes por la noche. Un fin de semana más que llegaba como lo era cada vez que ella deseaba en que no llegara. Los ruidos altos, la música que no toleraba, la música que era obscena en ese lugar junto con  todos esos hombres que iban siempre a divertirse y a pasarla bien por un momento mientras ella tenía que tolerarlos por el dinero que le pagaban con el solo hecho de que ella se acercara a la mesa de la gente que siempre estaba pasada de copas.

Nada había cambiado en ese tiempo. Habían sido ya más de cuatro años trabajando en lo mismo y más de un año trabajando en ese bar que le había abierto las puertas como si de un trabajo más decente se tratara. Era cierto que se ganaba bien, era cierto que ella no había tenido que hacer nada más allá de vestir el vestuario para las meseras en ese lugar.

Cinco años se habían ido ya desde el momento en que se juró hacer lo que fuera por mantener con vida aquella luz que había llegado a su vida y más que haber llegado, había sobrevivido.

Una vez más el olor a cigarrillo, como lo era cada fin de semana, entró en los pulmones de aquella mujer que había estado respirando el mismo olor por años. Las mesas comenzaban a llenarse, unos iban y otros venían en compañía de amigos, grupos de amistades y compañeros del trabajo que solo buscaban desestresarse un poco después de una semana tan dura de trabajo.

Y siendo ese bar el que más famoso era entre la gente, era al que siempre terminaban yendo después de una semana tan difícil.

Nada cambiaba en ella, nada parecía moverse y seguir adelante en la vida de aquella mujer que había sido mal pagada y que ahora, solo buscaba mantener con vida aquel divino lucero que solo era de ella y de nadie más. Al final, la vida no era tan injusta como ella llegó a pensar en un momento, no era tan injusta como pensó que lo era cuando creyó que la vida de su hija no tenía esperanza alguna.   

— ¿Qué pasa, Victoria? ¿Cómo va todo? —Preguntó la mujer detrás de la barra al ver la manera en la que su amiga se recargaba en la misma barra para después, entre sus manos, recargar su cabeza.

La noche estaba comenzando y ella parecía ya haber perdido todas las energías que había ahorrado en todos esos días esperando por el fin de semana.

Victoria levantó la cabeza de manera estresada. Era increíble lo que esa mujer le estaba preguntando cuando ya era más que obvia la respuesta que le iba a dar.

—Julia, este lugar me está matando.

—Muy temprano para que lo digas, sabes perfectamente que la noche apenas comienza y los billetes están por caer.

—No soporto la m*****a mirada de muchos de ellos.

Julia sonrió. Al final del día, ya no quedaba nada más que hacer fuera de sonreír pues al final, eran los hombres los del dinero y era por ellos que Victoria había logrado llevar a su hijo hasta donde ahora estaba. — ¿Qué quieres hacer?

Y sin recibir respuesta de Victoria, la mujer que había sido llamada Julia continuó su trabajo, preparándose para los hombres que estaban a punto de sentase en esa barra mientras pedían trago tras trago.

Victoria suspiró. Había soportado años en trabajos como esos, ¿qué más daba soportar otro fin de semana?

Y tomando la charola y en ella las botanas que tenía que ofrecer al cliente, Victoria continuó su camino adelante. Sería una larga noche como ya se lo había dicho su amiga, solo esperaba que al final fueran más los billetes que tuviera que contar que los hombres borrachos que la recorrían con la mirada.

            En aquel pequeño cuarto, con un solo foco en medio, el mismo que alumbraba –o mejor dicho –debía de alumbrar cada esquina de ese cuarto cuatro por cuatro que Victoria había logrado rentar, se encontraba el mismo pequeño de siempre.

— ¿Cuánto es dos más dos? —preguntó la mujer que se quedaba a cargo del pequeño niño cada fin de semana.

Carlos Daniel sonrió. —No sé —dijo sin mostrarse preocupado.

—Vamos, Carlos Daniel, tienes que terminar esto sino tu madre pensara que solo venimos a jugar.

No había alegría más grande que aquella que llenaba su corazón por cada vez que la mujer mencionaba algo de su madre. Era muy temprano para siquiera imaginar que ella podía llegar en cualquier momento pero no por eso, el pequeño Carlos Daniel se daría por vencido. Llegaría la hora en que la señora a su lado le diría que ya solo faltaban unos minutos para que ella llegara.

— ¿A qué hora llega mamá? —preguntó el pequeño sin dejar de sonreír.

La mujer de avanzada edad que estaba a cargo de él no evitó sentir cómo la dulzura de ese niño invadió su corazón al momento. Inmediatamente sus manos se acercaron a sus grandes cachetes color ojo. Aquel pequeño solo tenía cinco años.

—Tu madre se acaba de ir, falta mucho para que llegue.

— ¿Puedo esperarla despierto?

—Si terminas lo que me pidió, sí.

Y sin más, el pequeño Carlos Daniel se dedicó a tomar el lapicero y a continuar la tarea que su madre le había dejado.

Un pequeño de cinco años, un pequeño tan inteligente, y todo lo que quería su madre es que él no pasara por lo que ella había pasado. Se había jurado vivir una vida tranquila, si la vida permitió el nacimiento de aquel ser debía de ser por una razón. Él debía de vivir una vida feliz y tranquila.

Ocho, nueve, diez… once de la noche. La hora en que estaba destinado a suceder aquel momento como todo momento en la vida, había llegado. Once de la noche era la hora que marcaba el reloj en su muñeca.

Con ligeros movimientos, la vista podía ser descrita como aquella que vemos cuando se trata de una escena que es pasada por televisión en cámara lenta.

Un traje color negro, las piernas un poco separadas la una de la otra, los zapatos bien lustrados, uno de sus brazos que reposaba en el marco del vidrio por el que aquel hombre miraba mientras en la otra mano tenía aquel celular que no paraba de sonar a menos que él lo apagara. La corbata en el cuello color vino junto con la camisa blanca. No era mucho lo que se podía apreciar pero la imagen era tan perfecta como aquel físico masculino bien trabajado.

En el cuello, una de venas que resaltaban, de la misma manera que en las manos. Un hombre estaba llegando a aquel bar que no tenía mucho de haber sido abierto.

Cualquiera que lo viera viajar en esa camioneta, vestido de esa manera que hacía enloquecer a las mujeres que lo conocían, sabrían que era un hombre misterioso, un hombre que no hablaba más de lo que no debía. 

Y si los misterios pudieran hacerse vivir, seguramente se diría que habrían hecho presa al cuerpo del aquel hombre misterioso, como si se tratara del hijo deldiablo. El mismo que describen siendo el joven más guapo y más poderoso. ¿Cuál podría ser su nombre? Si tan solo pudieran imaginar que el nombre de aquel ser no estaba lejos de ser el nombre de un demonio más en el infierno al que había llegado con la intención de hacerlo suyo. 

Un hombre capaz de vivir dos vidas en una pero, ¿por cuánto tiempo? Quizá solo necesitaba de una pieza más para que se diera cuenta de quien era él realmente. Un mafioso con un corazón hecho en el paraíso de Dios, solo necesitaba una pieza final. 

—Vaya muy despacio, se dice que las cosas son mejores vistas cuando no hay prisa —ordenó a su chofer aquel hombre con esa voz masculina que a tantas mujeres volvía locas con tan solo escucharlo hablar.

Y de esa manera, un auto color negro con los vidrios polarizados se acercaba a aquel bar

Un secreto por descubrir, un amante por conocer, un corazón por cambiar su rumbo y dos destinos que estaban a punto de hacerse uno. ¡Qué pequeño era el mundo cuando se trataba de conspirar contra nosotros! Tarde Victoria se iba a dar cuenta que hay secretos que era mejor no guardar. 

Victpria, nombre de una mujer que lo obtenía todo con el solo hecho de proponerselo. 

Lucifer, el nombre que usaba un mafioso ante el mundo de la magia negra.  

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