CAPÍTULO 4. ¿Embarazada?

En Ciudad La Rosa, Sofía:

En el interior de mi Bugatti, me esforcé por recordar con exactitud, que me ocurrió en la noche anterior. Aún siento mareos, náuseas y mucha hambre, además de un extraño dolor y ardor en mis entrepiernas.

«No puedo creer, que me haya acostado con alguien y haber perdido así mi virginidad» especulé, arrepentida de no haber vigilado mi bebida, puesto que sé que esto es normal en este tipo de lugares.

Llegué al Conjunto Residencial donde habito con mis amigas gemelas Shayla y Sheyli Núñez, ellas son idénticas, liberales, independientes, mayores que yo por tres años, pero excelentes amigas. Cuando entré al ascensor recibí el primer rayo de luz sobre lo que pasó…

«Después de estar como dos horas bailando, salí de la pista muy sudada y me senté en nuestra mesa, en la cual estaban servidas nuestras bebidas. Estuve un rato ahí, sentada, bebiendo cuando de repente, comencé a sentirme mal».

Justo cuando recordé esto, se abrieron las puertas del ascensor y mis amigas estaban de pie, ante la puerta esperando.

—¡SOFÍAAA! —Gritaron ellas, emocionadas de verme, me abrazaron y comenzaron a hablar y preguntarme simultáneamente.

—¿Dónde estabas? ¿Qué te pasó? ¿Por qué dejaste tu coche en el estacionamiento de la Discoteca? —Me preguntaron las dos.

—Estábamos muy preocupadas por ti —me comentó Shayla, con su voz desgarrada y dejando escapar unas lágrimas.

—Íbamos otra vez a la disco, para saber de ti —me afirmó Sheyli, con una voz dramática.

—¡Tranquilas, amigas! ¡Cálmense porque estoy bien! Viva y sana —les respondí con una sonrisa fingida, para no preocuparlas más.

»Déjenme comer, bañarme, descansar y luego hablamos —susurré muy bajo, mostrando nuevamente una falsa sonrisa.

—¡Genial! —Me contestó Sheyli— Así nos volvemos a acostar para descansar otro rato más, pues tengo una fuerte resaca.

Entramos las tres en el apartamento, cada una en su propia habitación. Cuando de repente, me vino a la memoria, otra imagen borrosa de lo que me pasó anoche.

«Alguien me arrastró por las escaleras, hacia el área de las salas privadas de la Discoteca, me pegó duró en la cara y me caí»

Recordé esto, pero de forma muy confusa y distorsionada, no veía bien el rostro. Me dolía la boca, me acerqué al espejo en mi habitación, observé la partidura en mi labio inferior. Asimismo, me llegó la imagen de un hombre fuerte, musculoso, ayudándome, pero hasta ahí, llegó la memoria.

«No recuerdo ni siquiera su nombre», pensé decepcionada de mí misma, no me esforcé por recordar más, puesto que esto, acentuaba el dolor de cabeza que sentía.

Al final, para evitar preocupaciones a mis amigas, no les hice referencia a lo que me había sucedido. No obstante, tomé una decisión, nunca más visitaría ese lugar. Fue una experiencia muy traumatizante para mí.

Quince días después, Sofía:

—¡¡¡Dios!!! ¡Ayyy! —grité fuertemente, haciendo que mis amigas corrieran a mi habitación.

—¿Qué te pasó, Sofía? —me interrogó Shayla, mirándome a la cara, mientras me colocaba su mano en la frente, porque estaba muy sudada y me veía demacrada.

—Siento unos retorcijones en el estómago, como si algo me diera vuelta en él. ¡Ayyy! Es un dolor muy agudo —me quejé, agarrándome de su cintura, mientras estaba sentada en la cama.

Ellas me llevaron al baño e insistieron en llevarme al médico, pero no quise ir, porque eso se me pasaría, pensé yo, creyendo que era un cólico cualquiera por lo que comí el día anterior. Así estuve varios días más.

Justo antes de cumplir el mes de mi acto de graduación, mis padres insistieron en llamar. Para que me dejaran tranquila, decidí responder su videollamada.

—¿Hija que tienes? —me preguntó mi madre al verme acostada.

—¡Nada! Estoy descansando ¿Para qué me llaman? —pregunté con rebeldía y resentida con ellos, por no haberme acompañado a mi acto de grado. De repente, si hubiesen venido, nada de lo que supongo que me pasó, me hubiera sucedido.

—¿Por qué nos tratas así, Sofía? Somos tus padres —respondió papá, con una sonrisa maliciosa, la cual ya conozco.

«Algo quiere de mí», reflexioné entrecerrando mis ojos, preparándome para alguna solicitud de parte de él y mi madre lo confirmó con su mirada angustiada. Dispuesta a no complacerlo, sea lo que sea, le pregunté…

—¿Qué quieres de mí? Porque tú solo llamas cuando “tú” deseas algo.

—¿Por qué eres tan grosera y altanera, Sofía? Recuerda que somos tus padres…

—Y ustedes, ¿si recuerdan que soy su única hija? —Interrumpí violentamente y con rabia— ¡En fin…! ¿Qué quieren? ¿Para qué me llaman?

—¡Ejem, ejem! —Carraspeó mi padre— ¿Recuerdas tu compromiso con José David? —preguntó mi padre, sin filtro alguno.

—¿Mi qué? —Cuestioné asombrada— ¿Vas a seguir con esa estupidez? En pleno siglo XXI y tú con una mentalidad tan retrógrada de principios de mundo ¡Olvídalo! —grité.

»Yo no te mandé que dieras tu palabra a tu amigo, cuando era aún una niña. Resuelve “tus problemas” A mí me dejas tranquila.  ¡Por Dios! —gruñí nuevamente, cerrando la llamada, dejando a mi padre con la palabra en la boca.

«¡Mierda! ¿Qué se cree? ¿Qué puede negociar mi vida, como si fuera una más de sus posesiones?», analicé con rabia, al ver como no le importa lo que pienso, siento o deseo. Ellos insistieron varias veces en la llamada, pero no les respondí.

Al mes de mi graduación…

Con nuevos síntomas de enfermedad en mi cuerpo, náuseas, vómitos matinales intensos, dificultad para respirar, dolor pélvico y cansancio extremo, opté por pedir a mis amigas me llevarán a la clínica.

Una vez en la clínica, al comenzar el médico a examinarme me hizo toda una serie de preguntas, mientras me retorcía de dolor cólico, no sabría explicar bien que era. El caso es que no me dio nada para el dolor ni el malestar, sino que ordenó a mis amigas me llevaran al laboratorio.

En el laboratorio, me hicieron exámenes de sangre, heces y orina. Por lo visto, el médico que me atendió lo que menos quería era calmar mis malestares. Con la sangre que me sacaron, creo que analizaría hasta la fecha de nacimiento de mis abuelos.

«¡Por Dios! Reconozco que no soy valiente para las jeringas, me dan pavor y encima me duele mucho cuando la aguja entra en mi piel» pensé, a punto de comenzar a llorar por todo lo que estaba sintiendo en ese momento.

—¡Calma hermanita! Ya pronto sabremos que tienes y al empezar el tratamiento sentirás alivio —me consoló Shayla, mientras Sheyli, empujaba la silla de ruedas de vuelta a la emergencia, en donde esperáremos los resultados.

A la hora exacta de haber tomado las muestras, los de laboratorio le entregaron al médico mis resultados. Este, revisando detalladamente los mismos, se acercó para darme una nueva orden: «Hacer ecografía pélvica».

Tragando en seco y preocupada, en vista que el médico no me dio un diagnóstico, sino que me ordenó hacer otro examen, le pregunté:

—Doctor ¿Por qué requiero de una ecografía pélvica? —interrogué con mucha inquietud y un poquito de susto en el estómago, que, por cierto no se había vuelto a quejar de dolor ni de retorcijón.

—Porque necesito comprobar que ocurre con el feto, en vista, que lo único que arrojan los resultados, es que estás embarazada.

—¿Quéeeeee…? —grité asombrada y muerta de pánico.

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