Esa noche, marido y mujer descansaron sobre un mismo lecho, respetando los límites de sus cuerpos muy a pesar de Ciro quien moría por querer dormirla entre sus brazos, solo eso, sin pretenciones pasionales. Solo quería tenerla sobre su pecho y sentir de cerca los latidos de su corazón, y creer ingenuamente que todavía le pertenecía, aunque fuera una ilusión. Su alma lo necesitaba tanto como el pájaro necesita sus alas para no caer. Pero se contenía. Miraba su esbelta espalda que quedaba un poco descubierta por la camisa de tirantes de su pijama y en un atrevido acto decidió delinear su piel con la yema de su dedo. Eran suaves roces que corrían de un lado al otro, descendiendo para luego subir de nuevo y repetir el proceso.
No pretendía depertarla. Aunque no tenía ningún caso, ya estaba despierta. Hacía mucho tiempo, desde el día que descubrió quién era