Odiaba esperar. Nunca fue una virtud que aprendiera a perfeccionar, pero en este caso lo hizo. Pero Patrick estaba tardando tanto en hacer un movimiento, cualquier movimiento.
Esperar a que sonara el teléfono o a que llamaran a la puerta era una agonía.
Al final de la segunda semana, Charlotte llegó a la fase de aceptación de su dolor. Por fin aceptó que Patrick no acudiera a ella para rogarle que volviera. Le dolió. Diablos, le dolió más que aquella vez que descubrió que su padre la había entregado voluntariamente. Pero tuvo que afrontarlo.
Nunca contestó a las llamadas de nadie, ni siquiera de su madre o de Jimena, que parecía intuir que pasaba algo porque le había estado enviando mensajes de texto preguntándole si Patrick y ella estaban bien.
Ella nunca contestaba, sin intención de hacerlo.
Su madre fue la primera en asustarse cuando supo que había vuelto a su casa.
—Mamá, estoy bien. Patrick y yo sólo nos hemos peleado. Eso es todo. Necesito tiempo para estar sola y pensar—, le di