Adrián quiso abrazarme, pero lo aparté. “No, no te atrevas a acercarte. Necesito estar sola. Necesito pensar”. Me levanté y salí del despacho, cerrando la puerta tras de mí. Me dirigí a mi habitación, sintiendo todo lo que había sentido estos últimos años. Pensaba que lo había olvidado todo, pero no; las heridas seguían ahí.
Pasaron unos días y yo ignoraba a Adrian. Quería tiempo para pensar en todo y en cómo podíamos seguir adelante. Una noche, Adrian llegó a casa cuando los niños ya estaban dormidos. Cuando levanté la vista, lo vi intentando pasar por delante de la sala. “¿Adrian?”, lo llamé.
Se detuvo y se giró hacia mí. Casi jadeo al ver las ojeras que tenía. “¿Sí?”, respondió finalmente y pude oír lo cansado que sonaba. Me sentí mal por lo que estaba a punto de decir, pero sabía que tenía que hacerlo.
“¿Puedo hablar contigo un momento, por favor?”.
Asintió y entró en la sala. Se quedó de pie frente al sofá, esperando a que yo hablara. Respiré hondo mientras le miraba esos prec