Con Federico fuera de todo peligro, el pudo regresar a la casa, siempre cumpliendo a rajatabla la indicación de los médicos.
Se acostó apenas llegó y después que los sirvientes dejaron la cena, todo preparado en la habitación y se fueron, Lizzy le dio de comer en la boca.
— Elizabeth, puedo comer solo, ya estoy bien, el médico sólo me recomendó descanso y tranquilidad, pero puedo seguir mi vida normalmente.
Ella arqueó una ceja y asintió de mala gana.
— Está bien, toma un poco de agua y ya está.
Él sonrió y obedeció.
Jamás lo habían cuidado así y se sentía afortunado y satisfecho por tenerla. Elizabeth se había sentado a comer su cena, ensimismada en esa tarea, no podía percibir la adoración con la que él la miraba.
Lo dicho: el cazador cazado.
Cuando la joven terminó con su cena, él le pidió que se acostara a su lado —Ven por favor pequeña, te necesito.
Ella se desvistió y se puso un camisolín corto de satén blanco con encaje, se soltó su oscuro y largo cabello, remarcando esa belleza