No sé qué rayos se trae Massimiliano entre manos, pero que me esté haciendo esperar en el pasillo afuera de nuestra casa no me parece nada divertido. Golpeo mi pie una y otra vez contra el suelo y sí, soy impaciente —¡Massimiliano, anda ya por favor. ¡Déjame entrar! — Exclamo mientras golpeo la puerta una vez más.
—¡Solo un minuto más cariño!— Lo escucho decirme y solo puedo seguir esperando.
No sé cuantos minutos más han transcurrido, pero finalmente él abre la puerta y al verlo me quedo sin palabras. Esmoquin, una tela negra en su mano, y una sonrisa como si me estuviese perdiendo de algo importante.
—Necesito cubr