Dana observó las cortinas balancearse con el viento que se filtraba por la ventana abierta. La habitación estaba sumida en una penumbra cálida, interrumpida solo por el resplandor tenue del atardecer. Había estado intentando concentrarse en los documentos frente a ella, pero su mente no dejaba de divagar hacia los últimos acontecimientos. La investigación en el hospital seguía su curso, pero la incertidumbre se había convertido en su sombra constante. La angustia la envolvía como una segunda piel, y cada minuto que pasaba sin noticias de Mateo o Melina era como un golpe invisible que debilitaba su fortaleza.
Mientras Dana luchaba contra sus propios pensamientos, en un café al otro lado de la ciudad, Lisana compartía una conversación con Clara. La amabilidad y los recuerdos de infancia fluían entre ellas, como si fueran amigas de toda la vida. Ambas habían estudiado en el mismo cole