Capítulo 4 – una decisión obligada.

Aquella mañana, Henry no se tomó solo un café en el carrito que solía estacionarse en la esquina antes de entrar a Industrias Neville, el hombre se sentía tan frustrado por tener que enfrentar a Axel después de lo que había pasado la noche anterior, que tuvo que permanecer alrededor de una hora bebiéndose casi cuatro cafés negros que esperaba le dieran el suficiente valor para meterse dentro e ir a su oficina para enfrentarse a la humillación a la que su hija lo expuso.

Sin duda alguna Valeria había hecho muchas estupideces a lo largo de su vida, pero esa era una que él jamás le iba a perdonar.

Sin otra opción a su situación, Henry entró en el edifico como si nada hubiera sucedido, se montó en el ascensor y llegó hasta su piso, en el que estaba esperándolo su secretaria con noticias que seguramente no le iban a agradar.

–Señor, el jefe Neville quiere verlo – le dijo la mujer con cara de preocupación. Algo le decía que tenía que comenzar a buscar un nuevo empleo – me pidió que le avisara en cuanto llegara.

Henry asintió con la cabeza, se arregló el blazer negro que tenía puesto esa mañana y entonces caminó en dirección a la oficina de Axel Neville. Cuando llegó allí, tocó a la puerta y esperó hasta que Axel le dio permiso de entrar.

–Me dijeron que querías verme – soltó.  

–Si Darcy, tememos asuntos que arreglar – Axel habló con voz pausada pero firme – ya que está claro que nuestros hijos no van a casarse y que Valeria ha demostrado ser…bueno, una mujerzuela – dijo sin rodeo – creo que es momento de que finiquitemos nuestros asuntos. Esta mañana revisé las cuentas pendientes que tienes, no solo conmigo, si no con la empresa – Axel deslizó una hoja sobre el escritorio, en la cual estaba la escandalosa cifra que le debía Henry a industrias Neville.

En cuanto vio el número, que se componía de muchos ceros, quiso matar a Valeria con sus propias manos por ponerlo en una situación tan complicada.

–Estoy consciente de que no tienes con que pagar esa suma, así que tomaremos tu casa a modo de garantía, a partir de hoy mismo un secuestre se instalará en ella, para vigilar que no vayas a hacer ningún movimiento sucio – explicó.

–¡¿Hoy mismo?! ¿Y dónde pretendes que vaya a vivir? ¡Tú no puedes tratarnos como si fuéramos unos perros, Axel! – chilló Henry.

–Puedo tratarte como se me dé la puta gana. No me interesa a donde vayan a parar ni tu ni, ni tu familia, eso no es asunto mío. Pero me parece que ustedes no son personas de fiar, tú no eres más que un apostador enfermo y yo tengo que proteger mis intereses. Así que será mejor que te vayas buscando un nuevo hogar antes de esta medianoche. Eso es todo lo que tengo para decirte, no sobra recordarte que ya no trabajas para esta empresa y que nuestros asuntos a partir de ahora se basan en lo estrictamente financiero.

–Axel… – Henry estaba dispuesto a rogar por piedad si tenía que hacerlo, esa era una mejor opción que pasar la noche en la calle, pero Axel Neville era un hombre frio y más bien rencoroso que no estaba dispuesto a perdonar todo lo que sucedió.

–Que tengas un buen día – lo interrumpió, antes de que Henry pudiera volver a hablar, dándole la espalda.

–¡No puedes hacerme esto por una rencilla personal! – la desesperación acababa de convertirse en rabia, la adrenalina se subió rápidamente a la cabeza de Henry, quien no iba a seguir tolerando semejante trato – lo que haya hecho mi hija no es problema mío.

Axel no contestó, sentía que no valía la pena gastar saliva en alguien como Henry.

–¡No puedes tirar todos estos años de mi trabajo a la basura! – le gritó y en vista de que Axel no emitía ninguna otra palabra, Henry agarró todos los portarretratos que había sobre el escritorio de su exjefe y los tiro al suelo.

El sonido de los cristales quebrandose sobresaltaron a Axel, quien enseguida se dio la vuelta.

–¡¿Qué demonios te pasa, Darcy?!

–Pasa que puedes irte al infierno, Axel, tú y tu hijo pueden irse al demonio – Henry caminó un par de pasos hacia Axel que lo miraba con los ojos bien abiertos y entonces, le escupió en la cara – eso es lo que te mereces por estarme haciendo esta porquería.

Henry salió de la oficina de Axel, tendría que buscar un lugar nuevo en el que vivir, pero por lo menos se había sacado la espina de tratar a Axel de la forma en que sentía que se merecía. El hombre no se molestó en recoger sus cosas, simplemente las dejó allí tiradas y se dirigió al casino que en el pasado solía frecuentar. Un lugar ubicado en una bóveda, cuya dirección era completamente incógnita y que funcionaba las veinticuatro horas del día.

Axel no se había equivocado, Henry si tenía problemas con las apuestas, pero justo en esa mañana, no le interesaba, tenía que descargar toda la rabia que había en su cuerpo y lo haría gastándose allí los últimos ahorros que tenía.

Henry estuvo apostando toda la mañana, ganó las dos primeras partidas de póker, sin embargo, la tercera, que había jugado estando mayormente ebrio, la perdió, quedando con las manos completamente vacías.

Layla, una de las rameras que trabajaba en el bar, se dio cuenta de lo triste y solitario que estaba Henry, y antes de que pudiera marcharse, lo abordó, no importaba si lo que Henry podía darle era apenas unos centavos, él tenía algo que capturaba su atención.

–¿Ya te vas? – Layla puso su mano sobre el pecho de Henry, tocándolo de forma provocadora sobre la tela de la camisa blanca.

–No tengo dinero, mujer – él alejó su mano y soltó un hipo a causa del licor.

–No es el dinero lo que me importa, por lo menos no viniendo de ti – ella le sonrió, se mordió la boca que tenía pintada con un colorete rojo y entonces Henry sintió que veía a un ángel frente a él.

Layla tenía los ojos negros como el infierno, la piel blanca como la nieve, sus pestañas eran largas y rizadas y sus mejillas ligeramente rojas, ella podía ser la mujer más bonita que él hubiera visto en su vida, sobre todo por su perfecta figura y sus piernas largas.

–¿Por qué no te había visto antes? – le preguntó.

Ella levantó los hombros con indiferencia y ese gesto altanero fue suficiente para que Henry la agarrara de la muñeca y la metiera dentro de una de las habitaciones con las que contaba el casino.

–¿Volveré a verte alguna vez? – le preguntó la chica una vez que Henry comenzó a vestirse mientras ella permanecía desnuda sobre la cama.

–No lo sé, mujer.

–Estaré aquí siempre que quieras verme – el hombre le dio una mirada rápida por encima del hombro, probablemente esa sería la primera y última vez en que volvería a ver a esa ramera.

Un poco más sobrio, Henry condujo hacia su casa, donde lo esperaban su mujer y su hija.

–Tenemos que mudarnos hoy mismo, empaquen sus cosas – ordenó sin darles más explicaciones.

–¿De qué estás hablando, papá? – cuestionó Valeria.

–¿Has vuelto a beber? – Antonia frunció el ceño y olfateó a su esposo que tenía una mezcla rara de aromas encima.

–¡Eso no es asunto tuyo! – le gritó a su esposa, tan alto que hizo que ambas mujeres se asustaran y dieran un salto hacia atrás.

–Henry ¿Qué sucede contigo?

–Sucede que por culpa de la estúpida de tu hija tenemos que irnos de esta casa esta misma noche – vociferó – así que hagan maletas y las veré acá abajo en una hora.

Antonia miró a Valeria y entonces se echó a llorar desconsoladamente, esa casa era la herencia que su abuelo había dejado a ella. Su abuelo, por el contrario a sus padres, fue el único que la apoyó cuando ella decidió casarse con Henry. Por aquellas épocas Henry no era más que el trabajador de una imprenta, pobre, mugroso y mayormente iletrado, sin embargo, Antonia se enamoró de él y se encargó de que tuviera todo para salir de ese mundo y poder entrar en el de ella.

Estar empacando todas sus pertenencias para sacarlas de su casa era una de las cosas más difíciles que hizo Antonia en su vida, sobre todo, porque no sabía a donde irían a parar. Un error había puesto sus vidas patas arriba y lo peor de todo era que Valeria, la principal responsable, no parecía preocupada en absoluto, como si para Valeria aquel fuera solo otro día común y corriente.

–¿A dónde vamos a ir, Henry? – preguntó Antonia, mientras comenzaban a amontonar sus pertenencias en la entrada principal de la gran casa.

–Iremos a vivir con el culpable – soltó – nos mudaremos con Ezra Astley – anunció.

Valeria saltó de la emoción, Antonia volvió a llorar y Henry rodó los ojos mientras lamentaba el día en que había concebido a Valeria. Esa noche, debió haber ido a un casino, haberse acostado con alguna ramera, sin duda alguna, eso habría sido mejor.

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