La secretaria del CEO
La secretaria del CEO
Por: Rafa
Capítulo 1

El sabor de la bilis subió a mi garganta antes incluso de que pudiera reaccionar.

Creo que cuando empiezas a "madurar", te das cuenta de que la vida no es un cuento de hadas, y mucho menos una tarea fácil de afrontar. De hecho, la vida es extremadamente desagradable, contigo más de la mitad del tiempo, y todo lo que tenemos que hacer es encontrar la manera de lidiar con ella.

Pero, ¿a quién quiero engañar? La vida era extremadamente injusta conmigo y no sabía cómo afrontar nada de lo que me pasaba. Pero suspirar y rendirme no había sido una opción para mí en los últimos años. No creo haber tenido una sensación de alivio en mi vida, aparte de mi hijo desde que murieron mis padres.

Rebecca Clifford, licenciada en arquitectura y casi diplomada en diseño gráfico, confiesa que seguir una carrera es una de las cosas más difíciles del mundo, y más cuando tienes un hijo y un marido gilipollas.

Empecé a estudiar arquitectura por mi madre, una arquitecta de renombre en su campo. Cuando era más joven, la veía hacer proyectos, soñar a lo grande y sonreír con los ojos cada vez que hablaba de arquitectura. Prácticamente, crecí con una imagen muy alentadora y acogedora de esta profesión y a los dieciocho años entré a estudiar arquitectura.

Pero no todo es un sueño hecho realidad, poco a poco, más concretamente a los 21 años, al comienzo de mi tercer año de arquitectura, me di cuenta de que quizás estaba en una burbuja creada por las palabras de mi madre y mi inocencia infantil. No era lo que yo quería, pero ya había llegado tan lejos, mi madre luchaba por ayudarme a pagar la universidad y cada vez que me veía haciendo un proyecto se le iluminaban los ojos.

Pero con la ayuda de mi padre, y a escondidas de mi madre, empecé a estudiar diseño gráfico. Por las mañanas hacía diseño, por las tardes hacía prácticas en la misma empresa que mi madre y por las noches estudiaba arquitectura. Mi padre me encubría diciendo que estaba ocupada con la boda y que por eso no respondía a las constantes invitaciones a comer con la familia. Para entonces yo estaba en mi segundo año de la escuela de diseño y fue entonces cuando mi madre se enteró.

Le molestó que le ocultáramos que me interesaban otras cosas, pero al cabo de un tiempo me comprendió y me animó a seguir en la universidad. En mi tercer año de diseño, di a luz a Tom.

¿Y dónde entra mi marido en esta historia? Conocí a James a los 15 años, cuando fui a ver a mi madre a la salida del colegio. Por aquel entonces, él estaba en el último curso de arquitectura y hacía prácticas con mi madre.

Era un aprendiz muy querido por mi madre, a ella le caía bien y a menudo le invitaba a comer a nuestra casa. Al principio me trataba como a una hermana pequeña y yo le veía como a un hermano, pero crecí y me di cuenta de que me gustaba mucho más que un "hermano". Cuando tenía 18 años, le propuse matrimonio y él se mostró receloso, como era ocho años mayor, temía que mi madre se opusiera, pero fue todo lo contrario y empezamos a salir.

A los 20 años, en mi segundo año de arquitectura, nos casamos y un año después de la boda, cuando le dije que quería hacer una segunda carrera, me apoyó. Fueron unos años maravillosos con él, tenía trabajo, había terminado la universidad, yo estaba centrada en mis estudios, pero a mitad de camino me quedé embarazada, di a luz a Tom con 24 años y dejé de estudiar diseño a mitad de mi tercer año.

Al principio fue maravilloso, mi madre estaba tan apegada a Tom que James me dijo que debía quedarme en casa y ocuparme únicamente de nuestro hijo. Y así fue durante tres años. En mi vigésimo séptimo cumpleaños, todo fue cuesta abajo. James empezó a cambiar, lo despidieron y después de eso no duró más de cinco meses en una empresa, y poco después mis padres murieron en un repentino accidente de coche.

Y por eso digo que la vida distaba mucho de ser un cuento de hadas, la vida se preparaba poco a poco para darme un puñetazo en el estómago con todas sus fuerzas, y fue entonces cuando intercambié mi puesto con James y él se convirtió en el "ama de casa". Empecé a trabajar en RRHH para una empresa, una empresa a la que le daba igual la carrera que tuvieras, o lo que hubieras hecho, solamente eras un "par de tetas" que trabajaban bien en RRHH. 

Pero por negarme a irme a la cama con mi supervisor, mi carta de dimisión había aparecido mágicamente en mi mesa al día siguiente. Ya estaba destrozada, cansada y muy enfadada por lo que había pasado, pero los gemidos de la casa no hacían más que hacerme sentir aún peor.

En ese momento estaba a punto de derrumbarme allí mismo, sin importarme lo que pensaran esos dos. El día había sido una completa derrota y solo parecía empeorar a cada segundo que pasaba, una verdadera pesadilla, era el "gran final" para desestabilizarme emocionalmente.

Recién desempleada, en la treintena, con un hijo de seis años al que cuidar y un marido gilipollas al que no paran de despedir de las empresas a las que se une, ni siquiera sabía si realmente me había casado con el muy querido becario de mi madre. Dios, pensándolo ahora, ¿cómo me permití llegar a esta situación? ¿Por qué estaba con un tipo de 38 años que ni siquiera trabajaba ni ayudaba a limpiar la casa?

Después de los 27, yo desempeñaba el papel de "cabeza" de familia y, en el fondo, me molestaba porque no llegaba a pasar mucho tiempo con mi hijo. Por supuesto, trabajar no era el verdadero problema ahí, pero ¿cuántas veces me había perdido una de sus presentaciones por culpa de ese maldito trabajo? A veces levantaba la vista y me preguntaba hasta qué punto mi hijo estaba dolido conmigo.

Quizás estaba demasiado anestesiado para hacer nada en ese momento, ambos me miraban, haciendo todo lo posible por ocultar sus cuerpos desnudos bajo la sábana celeste. Mis ojos no daban crédito. No, mis ojos no se equivocaban, al final era mi corazón el que seguía sin querer creerse la escena que tenía delante, diciendo que podía ser solo una alucinación causada por el estrés de haber sido despedido. Agradecí a Dios que Tom no estuviera en casa, porque era posible que no pudiera responder por mí misma en los próximos minutos.

Durante diez años estuve casada con alguien a quien juré que sería para toda la vida, el tipo que a mis ojos era el príncipe azul en su caballo blanco más perfecto, a pesar de sus evidentes defectos. Mi puerto seguro hasta entonces. Solo tenía que aceptar que al final había sido extremadamente tonta al confiar mi vida a alguien que ni siquiera merecía mis lágrimas. A fin de cuentas, Olivia tenía razón al llamarle falso cabrón, solo que yo lo veía como un príncipe perfecto.

Llevaba quince años enamorada de él y solo diez de casados. Más de una década de mi vida se había desperdiciado en una relación demasiado aburrida. Creo que lo único realmente bueno que había allí era mi hijo de seis años, un niño increíble y muy inteligente para su edad. Él era la única razón que tenía para no salir volando de aquel proyecto de putas.

- Supongo que llegué en un momento inoportuno, ¿no? - Me acerqué a la chica de dieciséis años, Emma, que hasta entonces solo había sido la niñera de Tom, y fulminé con la mirada a mi marido. - James, si vas a engañarme, al menos llévate a esa gallina de quinta a un motel de m****a y no a mi cama. Me pone enferma pensar en acostarme en esa cama. Creo que tendré que tirar esas sábanas a la basura.

Los dos me miraron con los ojos muy abiertos de asombro por haber sido pillados, claramente sin arrepentimiento. El corazón me latía deprisa y cada vez me costaba más respirar, me temblaban las manos y sentía que en cualquier momento iba a estallar de rabia y podría matarlos fácilmente a los dos, pero no podía, así que Tom me dijo que me mantuviera firme y en parte tranquila. 

- Ahora mismo me pregunto si ser despedido fue la forma que tuvo el destino de pillarte con las manos en la masa. No sé si darle las gracias al destino o a mi falta de suerte. Prefiero dar las gracias a ambos por haber sido tan tonto como para no oír que se acercaba el coche y se abría la puerta. - Me reí, respirando hondo, mientras sentía que los ojos me escocían por las lágrimas que querían caer. - Tienes exactamente dos minutos para recoger tus cosas y salir de mi casa. Si te atreves a decirme UNA sola palabra -señalé a Emma, callándola cuando se atrevió a abrir la boca- te juro que te parto por la mitad, no tengo paciencia contigo y me da igual que seas menor de edad. Creo que será mejor que te apartes de mi vista antes de que pase algo.

Me di la vuelta y salí de la habitación, cerrando la puerta tras de mí. Antes de llegar al salón, me flaquearon las piernas y caí de rodillas allí mismo. Mientras luchaba por no llorar, la chica pasó corriendo a mi lado sin mirarme. Al menos no tendría que fingir ser fuerte en aquella humillante escena.

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