03 - Hasta la mujer maravilla necesitó tener amigos

Londres, U.K

29 de diciembre, 2020

Ha pasado más de un mes desde mi llegada a Londres y debo decir que las cosas no van tan mal como imagine.

Tener un trabajo ha hecho grandes cosas por mi mente, manteniéndola siempre ocupada.

No puedo decir que me he olvidado por completo de mi pasado, mucho menos de mis sentimientos, eso es algo que me ha resultado muy difícil y no basta con chasquear los dedos; sin embargo, he aprendido a sobrellevar mejor mi dolor, a sonreír de vez en cuando y a no asociar cualquier cosa de mi presente con Charlie.

Mi nueva casa sigue pareciéndome ajena, aunque he intentado agregarle cosas que me hagan asociarla con mi antiguo hogar y parte de lo que alguna vez fui.

No duermo ocho horas seguidas porque las pesadillas siguen atormentándome, pero al menos consigo descansar lo suficiente para mantenerme en pie por el día.

Algo que debo agradecerle a mi hermana Aby, es el haberme encomendado con una persona tan comprensiva como Jayson Graham. Él ha sido un gran jefe y con la mayor paciencia del mundo, ha logrado enseñarme todo lo que debía saber sobre el manejo de su negocio; y,  bien es cierto que el trato nos ha vuelto cercanos, pero no podría decir que lo considero un amigo.

Aunque creo que Jayson me ve como algo más.

Sigo saltándome las comidas y hace una semana empecé a fotografiar de nuevo como un pasatiempo que me trae paz. Amo mi profesión y creo que fue un grave error haberlo dejado de lado cuando eso no tenía nada que ver con lo ocurrido.

Muchas personas creen que estar deprimido es solo sentarte a llorar todo el día, pero... es mucho más que eso. La depresión es como una especie de cáncer que se instaura en el cerebro y va consumiéndolo todo y como toda enfermedad, el primer paso y el más importante, es darnos cuenta de que algo va mal y encontrar el valor necesario para pedir ayuda.

Por más de un año me mantuve en el fondo, viviendo a través de las sombras, viendo solo dolor a mí alrededor mientras todos intentaban salvarme; y la cuestión era que yo no quería ser salvada, no quería una cura y aunque tuviera miles frente a mí, no tomaría ninguna porque no estaba en mí el querer sanarme.

Tal vez ahora es diferente, tal vez llego el momento de tomar un nuevo impulso y dejar atrás toda esa oscuridad que amenaza con consumir lo poco que queda de mí.

Miro la bolsa de comida junto a mí con desdén, se supone que era mi almuerzo, pero ya no me apetece comerlo; sin darme cuenta me había quedado dormida recostada bajo un árbol seco mientras observaba a los niños jugar con la nieve.

―Me parece que a alguien le hace falta esto ―me sobresalto al reconocer la voz de Jayson, está de pie justo frente a mí con una de sus manos ofreciéndome una cajetilla de cigarrillos―. Te vi fumar uno antes de quedarte dormida ―aclaró ante mi cara de confusión―. ¡Tómalo! Y no te preocupes, esto tampoco se lo diré a Aby.

No pienso negar lo evidente; sé que  lo que dice es cierto porque el sitio donde me encuentro queda justo frente de su librería.

Se trata de un bonito parque que abarca casi una manzana completa, incluso hay un pequeño lago artificial que lo atraviesa y una hermosa pileta de piedra en estilo medieval,  adornando el centro del lugar con una fuente que se supone borbotea agua, aunque ahora todo se encuentra congelado y cubierto de nieve.

Jayson no pide permiso alguno para sentarse junto a mí.

Saco un cigarrillo de la cajetilla porque de verdad lo necesito y él no tarda en ofrecerme fuego. Fumar es otra de las cosas que me ayuda a despejar la mente y lo descubrí un mes después de mi accidente, luego de haber salido del coma.

Recuerdo que la primera vez que lo hice, fue cuando visité un bar que Charlie y yo solíamos frecuentar, pero termine echa un mar de lágrimas y mocos entre un montón de gente ebria, hasta que una chica gótica y llena de perforaciones y tatuajes se apiado de mí. Me tendió un pañuelo para las lágrimas y un cigarrillo para olvidar, eso fue lo que me dijo.

―No pienso preguntar qué ocurre porque no es mi problema ―comenta Jayson luego de unos minutos de silencio; dejo salir el humo lentamente por mis labios entreabiertos antes de mirarlo―. Pero... sea lo que sea que te pone así de triste, estoy seguro de que pasara. O al menos ya no dolerá demasiado. Es una frase muy trillada, pero... el tiempo si logra sanar las heridas.

No percibí en sus palabras ni una mínima chispa de lastima o compasión, solo se trataba de una afirmación positiva y me alegró que por primera vez no me hablaran como si me fuese a partir en miles de pedazos por culpa del dolor.

―Muchas gracias, Jayson ―correspondí con sinceridad a sus palabras.

―No veo porque me agradeces ―se encogió de hombros mientras sus manos enguantadas jugaban con el encendedor―. Solo ha sido un cigarrillo.

Sonreí mirando al frente donde una niña lloraba porque se había caído del subí baja y se había raspado las manos; me lleve nuevamente el cigarrillo a los labios e inhale sin perder detalle de cómo su madre corría para consolarla entre sus brazos.

―Ha sido más que eso, Jayson ―volví mi vista hacia él―. Ha sido mucho más.

Tome la bolsa de papel con mi comida ya fría y me puse de pie; le tendí la mano a Jayson para ayudarlo a levantarse.

― ¿Te gustaría ir a cenar conmigo esta noche? ―me pregunta, cuando ya vamos de vuelta a la librería―. No lo veas como una cita ―aclara de inmediato―. Solo busco ser amable contigo, darte un poco de apoyo porque estas lejos de tu familia en esta época y yo sé cómo se siente eso.

―Yo no he dicho nada ―murmure tirando mi almuerzo en un bote de basura que me quedaba de camino y continúe fumando lo último de mi cigarrillo―. ¿Por qué haces esto? ¿Por qué insiste conmigo?

Se encoge de hombros y juntos nos detenemos para cruzar la calle; me mira de soslayo y sonríe.

―Eres una mujer fuerte, Charlotte. No necesitas que nadie te cuide, pero hasta la mujer maravilla necesitó tener amigos que la respaldaran en sus luchas.

Sonrió ante sus palabras porque sin saberlo, son algo que necesitaba escuchar.

―Abigail no me advirtió que fueras tan bueno con las palabras ―bromeo y tiro la colilla de cigarro sobre la acera un tanto húmeda.

―No olvides que soy profesor en la universidad y de vez en cuando debo dar una que otra charla motivacional ―me sigue la broma, guiñándome un ojo―. Si no te sentías bien, debiste quedarte en casa esta noche, Charlotte.

Y claro que lo pensé, pero quedarme en casa sola con mis pensamientos no parecía la mejor idea.

―Me sienta bien venir al trabajo ―Jayson decide no alargar el asunto y a la par cruzamos la calle.

Nos detenemos frente a la tienda y puedo ver a través de la ventana a Martina, mi compañera de trabajo, bailar con un plumero mientras Víctor la observa embobado desde la terraza; Jayson sigue mi mirada y sonríe conmigo.

―Entonces, ¿Qué respondes a mi propuesta?

Me sorprendo al sentir el toque cálido de su mano sobre la mía; hoy se me olvidaron mis guantes, pero no me di cuenta en que momento él se quitó los suyos. El contacto me resulta agradable, incluso reconfortante y familiar; es la primera vez que nos tocábamos.

Ambos guardamos silencio mientras disfrutamos de la brisa fría acariciándonos el rostro y por primera vez en meses siento la necesidad de recibir un abrazo; gire hacia él y sonreí con sinceridad.

―Pasa por mí a las diez ―respondo serena y libero mi mano de las suyas―. Estoy muy segura de que sabes donde vivo.

Jayson asiente y vuelve a colocarse los guantes.

―En realidad no lo sé, pero dudo que Abigail se niegue a darme la dirección ―y contra todo pronóstico, rompe la barrera del espacio personal, se inclina levemente en mi dirección y besa mi mejilla, provocando que mi corazón sufra una arritmia momentánea.

El roce de sus labios en mi mejilla es tibio y se expande como lava por toda mi piel, mis mejillas arden y no cabe duda que deben lucir un bonito color carmín.

― ¡Ya debo entrar! ―me excuso de forma patética y él lo sabe, por eso sonríe con amabilidad mientras se toca el labio inferior como si no creyera lo que acaba de pasar.

―De acuerdo ―concede de buen ánimo y me abre la puerta―. ¡Te veo a las diez, Charlotte!

Evito a toda costa las miradas curiosas que me dedican mis compañeros del trabajo luego de escuchar lo que el jefe me ha dicho y me escabullo hasta el depósito mientras aguardo a que mi corazón deje de palpitar acelerado.

Me siento rara, y no en el sentido romántico, pero prefiero mil veces esto que seguir en mi estado depresivo habitual.

Solo espero no estarme equivocando, odiaría hacerle daño a Jayson.

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