—Déjame sola —pidió Atenea en un susurro apenas audible.
—Atenea.
—Por favor —suplicó, enrollándose en la cama y aferrándose a su almohada—, necesito estar sola para pensar.
—Tenemos que hablar con ellos...
—No ahora, después, cuando esté más calmada —esnifó, presionando sus dedos contra la suave te