Alexandre
En cuanto empujé la puerta del penthouse, fui recibido por un silencio absoluto. Pero una sonrisa satisfecha se formó en mis labios al notar lo que descansaba sobre el sofá. Un montón de bolsas. Marcas conocidas, empaques elegantes y algunos tejidos finos escapando entre las asas. El aroma suave en el aire denunciaba que Jaqueline había estado allí.
Caminé despacio observando las bolsas, sabiendo que significaban la presencia de Jaqueline, y eso llenó mi pecho de un contentamiento difícil de ocultar. Ella estaba nuevamente en mi casa, en mi espacio. Crucé la sala con pasos firmes pero silenciosos. Me detuve frente a la puerta de mi habitación y la empujé despacio. Apenas entré, el aire pareció transformarse.
Jaqueline estaba acostada en el centro de mi cama.
Dormía profundamente, el cuerpo sereno, vestida con una de mis camisas: blanca, amplia, con el tejido deslizándose por sus hombros. Sus piernas morenas, torneadas, se extendían sobre la sábana. Llevaba el cabello suelto,