El agua se agitaba alrededor de nosotros, salpicando en todas direcciones. Mi respiración se volvió caótica mientras mis manos se aferraban a sus hombros en un intento desesperado por apartarlo, pero su fuerza era abrumadora. El vapor hacía que todo pareciera más irreal, como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar.

Caí sobre él en medio del forcejeo, y en ese instante lo sentí tensarse bajo mi cuerpo. Nuestros rostros quedaron a escasos centímetros; podía ver la chispa oscura que ardía en sus ojos, el destello de un peligro que no sabía si provenía de su furia… o de algo mucho peor.

El silencio que se creó entre nosotros fue más aterrador que los gritos. Yo jadeaba, con el corazón a punto de salirse de mi pecho, mientras él me sostenía con una mano firme en la cintura, inmovilizándome con facilidad. No hacía falta que dijera nada: el simple contacto bastaba para recordarme lo vulnerable que estaba, lo fácil que sería para él quebrarme en un segundo.

—¿Qué