ANDREA
—¿Así estás bien? —pregunta Danna, sus ojos llenos de preocupación y ternura. Asiento con una sonrisa débil. —No dudes en decirme si te sientes incómoda y quieres que te acomoden de otro modo —insiste, con una suavidad en su voz que me reconforta y me abruma a la vez.
Danna ha sido tan amable y paciente conmigo, que me da miedo abusar de esa amabilidad. Me siento frustrada e impotente; el no poder moverme y valerme por mí misma me molesta profundamente. No estoy enojada con los demás, estoy enojada conmigo misma.
Quiero hacer algo más, algo que me ayude a volver a caminar lo más pronto posible, aunque los médicos ya me dieron la mejor recomendación: hacer terapia para recuperar la movilidad en mis piernas.
Por un lado, es bueno saber que mi columna no está dañada, que todo es cuestión de tiempo y esfuerzo, pero eso no quita que me sienta como ahora: débil y atrapada en mi propio cuerpo.
—Gracias —pronuncio cuando el enfermero me acomoda las almohadas. Su presencia es un recorda