Capítulo 7. Soy Petra

Adelaide pasa todo el día en la habitación lamentándose. Sus ojos están tan hinchados que hasta le dificulta abrirlos por completo.

Mercedes vino muchas veces a preguntar desde la puerta si necesitaba algo; sin embargo, ella solo le dijo que se fuera y la dejara sola. No comió ni bebió nada durante el día.

Se levanta perezosa y mira alrededor. La noche ya cayó y la fría ventisca que entra por su ventana la hace estremecer.

A pesar de lo cansada que se encuentra, consigue deshacerse del pomposo vestido de novia que ya le está empezando a dar comezón y va directo al baño a limpiarse la cara con agua fría.

En el espejo consigue ver las enormes ojeras que cuelgan bajo sus ojos y su peinado ya maltrecho. Suspira, se ve terrible.

Se baña y busca ella misma una muda de ropa para estar más cómoda y con un chal sobre hombros sale hasta el balcón a admirar el paisaje nocturno de la hacienda Arrabal.

Hoy es un día despejado y muchas estrellas titilan en el oscuro cielo. ¿Qué más se supone que pueda hacer encerrada en este lugar? No cree que sea pecado salir en su propio balcón de vez en cuando.

Petra camina por el pasillo que conduce a la habitación de Adelaide y al notarla sin vigilancia, siente que la suerte se encuentra hoy de su lado.

Con mucho sigilo, coloca su oído en la puerta y al no escuchar nada, gira la perilla y entra. Mira alrededor con la cara asqueada. El espacio es horrendo, las cortinas son de unas telas de muy poca calidad, al igual que las sábanas y ni qué decir de la decoración. Esto parece más la habitación de una sirvienta que la recámara de la esposa de Egil.

Se pregunta cómo alguien puede ser tan poco ambiciosa y exigente. Si ella estuviera en su lugar, disfrutaría y exigiría todos los beneficios que le corresponde por derecho, jamás permitiría este tipo de tratos tan degradantes. 

Desde donde está puede verla parada en el balcón. Se acerca lo suficiente para mirarla detenidamente. Ella solo la vio por unos minutos en la ceremonia de la boda, por eso no la había podido detallar muy bien, pero ahora viéndola detenidamente se da cuenta de que Adelaide es hermosa y mucho más joven que ella, que ya había cumplido 25 años hace un mes. Su piel, aunque pecosa, se ve muy tersa y blanca, sus labios finos y rojizos, pero lo que más llama la atención es sin duda su pelo rojizo y ondulado.  

Al momento un caudal de envidia y celos se forma en su pecho. No puede permitir que Egil sienta un ápice de atracción por ella. Así como había conseguido mantener a raya a las demás mujeres, lo hará con ella sin duda.

De pronto, como sintiendo la presencia de alguien más en su habitación, Adelaide se voltea asustada por la presencia de esa mujer que ya conoce bien. ¿Qué hace ella aquí?

—¿Qué hace aquí? ¿Quién le dio permiso de entrar? —Consigue preguntar tratando de mantenerse impasible, aunque por dentro está muy nerviosa.

—Soy Petra —Responde la mujer con la ceja arqueada y una arrogancia que a Adelaide no le gusta para nada. Ella no se ha relacionado con muchas personas en el pasado, pero hay algo que nunca le falla y esa es su intuición. Esta mujer es mala y lo puede ver en sus ojos.

—¿Qué hace en mi recámara, Petra? ¿Quién la autorizó a entrar a estas horas? —Vuelve a preguntar, Adelaide, al no recibir esa respuesta de ella.

—No necesito ninguna autorización para entrar aquí —Señala Petra con el dedo—. Tengo el permiso de Egil para circular por toda la hacienda, sin restricción alguna.

Por su tono, la joven sabe que Petra no es de fiar. Muy seguramente es de esas que cree tener poder para controlar al mundo solo porque son capaces de satisfacer sexualmente a un hombre.

—No creo que sea hora para visitas, Petra —Replica de nuevo, la joven. —En todo caso podríamos vernos otro día para platicar, si eso es lo que desea, ahora ya es tarde.

—Estaba con Egil en su habitación y decidí dar una vuelta por aquí antes de volver a la mía y así conocer mejor a la esposa —Petra se quita el chal que trae sobre sus hombros y deja a la vista unas manchas en su cuello y pecho que parecen ser moretones o chupetones. Adelaide siente una incomodidad revolviéndose en su estómago, algo parecido a la decepción. Además, percibe el aroma de Egil en ella y eso la aturde de una manera que no entiende.

—Le agradezco mucho su visita, pero deseo descansar, así que tendré que pedirle que se vaya —Petra tiene otros planes distintos a los de Adelaide y solo sonríe ante su pedido.

—Unos minutos más no le harán daño —Petra se pone a su lado invadiendo su espacio personal y la mira detenidamente—. Además, no necesitará hacer demasiado en la hacienda Arrabal como para que necesite descansar temprano, no creo que su esposo la llame a su habitación después de lo sucedido en la ceremonia. Le diré la verdad, señorita, usted no es su gusto precisamente y creo que ya lo tiene comprobado, ya que él ni siquiera quiso estar a su lado el festejo de su boda. Eso debe ser muy humillante, ¿no es así?

La forma despectiva en que Petra habla deja a Adelaide muy dolida. Lo mismo pensó ella cuando le ordenó que se retirara.

—Yo no soy nadie para discutir los gustos de Egil, además solo nos conocimos ayer —Responde ella inteligentemente. A Petra se le borra su sonrisa de un momento a otro—. Solo me queda acatar sus órdenes como todos en esta hacienda. Él está en su derecho de elegir a la persona que desea que lo acompañe en las reuniones y siempre será la mejor decisión.

La amante de Egil desea replicar, pero unas voces en el pasillo la obligan a desistir. Sonríe y hace un asentimiento antes de dirigirse hasta la salida. Desaparece del mismo modo en que llegó.

Este encuentro entre ellas deja un mal sabor en la boca de Adelaide. No está en su casa ni en su territorio y es obvio que esa mujer le va a poner las cosas muy difíciles en la hacienda Arrabal.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo