Un amor imposible

La esposa rebelde del rey alfa.

Capítulo 2.

Diana.

Los alfas y sus familias se desvivían en atenciones para tratar de congraciarse con mi padre, pues eran conscientes de que de esa manera las posibilidades de ser elegido se incrementaban, propuestas de negocios, obsequios costosos y toda una parafernalia tal como se acostumbraba en el círculo social de los licántropos de las grandes ciudades.

Descendía por las escaleras de nuestra casa y sentía que con cada paso estaba dejando atrás mí preciada libertad para dar paso a una serie de acontecimientos desafortunados, y si las cosas ya iban mal, lo que estaba a punto de ocurrir terminaría por empeorarlo.

—Diana, luces espectacular, nadie podrá quitarte los ojos de encima esta noche —me dijo Ariel con esa sonrisa deslumbrante que tanto me cautivaba.

— Agradezco que seas amable conmigo, sobre todo en esta noche tan difícil —contesté tratando de reprimir las lágrimas que amenazaban con salir a borbotones.

— No he dicho eso por amabilidad, sino porque así lo siento, además no es ninguna mentira, tu realmente eres hermosa —susurró mientras tomaba mi mano.

Su tacto me hizo estremecer, sentí como una corriente eléctrica me recorría de pies a cabeza, Ariel era el alfa con el que me habría encantado unir mi vida, pero él prefirió a mi hermana convirtiéndose en un amor imposible.

Estábamos muy cerca y su proximidad me ponía muy nerviosa, él me miraba con un destello inusual y eso alertó mis sentidos, amaba a Ariel, pero él era el alfa que se convertiría en el compañero de mi hermana y solo por eso tenía que evitar cualquier mal entendido que pudiera surgir.

—Que diferente hubiera sido todo si con quien fuera a unirme fueras tú —pronunció causándome una sensación indescriptible.

—No entiendo porque dices eso, Ariel, si tú y yo siempre hemos sido amigos, y ahora formarás parte de esta familia al ser el compañero de Elena —señalé.

— No me hagas caso, seguro es por la nostalgia que siento, vienen a mi mente tantos recuerdos de nuestros buenos tiempos que me resulta imposible no extrañar todo lo que vivimos, y pensar que pronto tendrás a alguien especial, es algo difícil de asimilar —manifestó.

Ariel rodeó mi cintura con sus fuertes brazos, quise retroceder pero él me lo impidió, era un abrazo diferente, y su mirada, era intensa, tal pareciera que algo nuevo se estuviera despertando en su interior, y aún cuando en el pasado lo habría dado todo porque él me mirara en la forma en la que lo estaba haciendo, ahora no podía permitirlo.

–Tengo que irme, todos esperan por mí y no quiero hacer enfadar a mi padre —le dije apartándome bruscamente de él.

Estaba por marcharme cuando vi a Elena, la cual seguro lo había presenciado todo, me sentí avergonzada, y un extraño calor subió por mis mejillas, fue una situación muy incómoda así que salí corriendo, solo quería desaparecer, pero no podía hacerlo, tenía que enfrentarme con mi destino, y era mejor hacerlo de inmediato, por lo que me dirigí al salón donde se llevaba a cabo la celebración.

Respiré profundo e hice acopio de las últimas fuerzas que me quedaban y caminé con paso firme, estaba dispuesta a aceptar lo que mi padre tuviera dispuesto para mí, pues resultaba necesario poner una barrera entre Ariel y yo, y eso solo podría ocurrir si hubiera un compromiso de por medio.

Estaba muy cerca del salón y entonces una extraña sensación me embargó, jamás había experimentado algo semejante, primero una opresión en el pecho y luego un calor inexplicable me recorría de los pies a la cabeza, y para colmo mi loba se hacía presente después de mucho tiempo de dejarme en completo abandono.

Ambas teníamos un grave conflicto debido a la diferencia de opinión en cuanto a nuestros intereses, pero se le ocurría aparecer justo en ese momento en el que me sentía tan mal, y claro, resultaba lógico cuando tantos alfas estaban presentes, a ella lo único que le importaba era que pudiéramos encontrar a nuestro compañero para poder cumplir con el siclo natural, lo cual me resultaba patético, no entendía como nuestra vida tenía que limitarse a cumplir con un deber y dejar de experimentar tantas otras cosas.

— Ya, Lara, basta, deja de atormentarme —le dije a mi loba interior en un susurro.

— Él está aquí, nuestro compañero por el que tanto hemos esperado —contestó a través de nuestro vínculo.

— Si hablas de Ariel, sabes que no puede ser, él es el mate de Elena—repliqué.

—No se trata de él, nuestro mate es un ser grandioso —pronunció con firmeza.

No entendía lo que ella estaba diciéndome, Lara sabía perfectamente que a quien yo amaba era Ariel, y que no había nadie más en el cual estuviera interesada, pero entonces, ¿Por qué me sentía así?

Un sinfín de preguntas se repetían en mi interior, pero no podía concentrarme a causa de Lara que no paraba de molestarme con la existencia de ese supuesto compañero destinado.

Estaba absorta en mis pensamientos cuando una idea apareció en forma intempestiva aclarando mi confusión.

— Lara, dime por favor, ¿estás segura que él está aquí? —pregunté aterrada.

— ¿lo que siento es el llamado de mi mate? —seguí insistiendo.

No logré escucharla porque en ese momento llegó mi padre que me tomó del brazo para conducirme al salón donde todos esperaban.

—Vamos, Diana, todos están ansiosos por verte —indicó papá.

—Por favor, padre, espera un momento, no me siento bien —le supliqué tratando de retrasar lo inevitable.

—Deja de mentir, lo que sucede es que no quieres cumplir con tus obligaciones y estás poniendo excusas —dedujo.

Las lágrimas asomaron a mis ojos que lo miraban suplicantes, estaba pasando por un momento muy complejo y él no era capaz de entenderme.

La sensación continuaba y si Lara tenía razón, mi mate estaría allá adentro y me reconocería inmediatamente por mi aroma, y aún cuando sabía que él podría seguir mi rastro a donde quiera que me encontrara, era preferible que antes pudiera digerir la noticia de que mi compañero había aparecido.

—Camina, y cambia esa expresión en tu rostro, no queremos que los alfas salgan corriendo —comentó con cinismo.

Abrí la boca para replicar pero no pude decir ni una sola palabra, ya que mi padre prácticamente me arrastró hasta el recinto donde estaban todos reunidos.

Abrió la puerta y me paralicé por completo, solo caminaba dejándome llevar automáticamente por el agarre de papá, pero el malestar aumentaba y el momento decisivo estaba por llegar sin que pudiera evitarlo.

Desde que entramos, todas las miradas se posaron en nosotros, se escuchaban los murmullos por parte de todos los presentes, y por supuesto la lluvia de halagos no tardaron en aparecer.

—Tiene usted una hija preciosa —exclamó un tipo gordo y de aspecto repugnante que no dejaba de mirarme lascivamente.

—Él podría ser un buen partido, hijita, posee una fortuna incalculable —insinuó mi padre dejándome perpleja.

—Ni lo sueñes, si se te ocurre unirme a este tipo te juro que me largo aunque con eso me gane el destierro —le advertí.

Mi padre frunció el ceño, obviamente prefería lo que conviniera a sus intereses sin preocuparle al espécimen al que tuviera que entregarme, y si bien era cierto que necesitaba huir del sentimiento que me unía a Ariel, no iba a entregarme a una abominación como esa.

Desfilábamos por todas las mesas saludando al numeroso grupo de invitados, mi padre sonreía complacido y yo trataba de contener los impulsos de salir corriendo para escapar de todo esa farsa.

El malestar iba en aumento, las piernas me temblaban y mi respiración se tornó pesada, estaba haciendo un esfuerzo enorme para mantenerme en pie, por lo que una vez terminar de dar la bienvenida a todos los invitados, busqué un lugar apartado, tomé una copa, y me la bebí de un sorbo.

La fiesta se encontraba en su apogeo, todos disfrutaban en grande del acontecimiento, y yo me sentía cada vez peor, así que salí al jardín para respirar aire fresco, el silencio me trajo un alivio momentáneo, suspiré y un delicioso aroma masculino inundó mis fosas nasales, embargando todos mis sentidos, y entonces la sensación se hizo presente de nuevo.

—Él viene hacia acá —se escuchó la voz de Lara que resonaba en mi interior.

—Ay, no, esto no puede estar pasándome —gruñí con enfado.

—¿estás segura? —me arriesgué a preguntar.

Ella revoloteaba dentro de mí debido a la gran emoción que la invadía, por lo que no contestó, y cuando quise salir huyendo, unos fuertes brazos me detuvieron evitando que me marchara.

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