Emma estaba sonrojada, era quejumbrosa e increíble, ninguna chica se había quejado nunca al sentirme así, aunque creo que ni yo mismo me había sentido así de duro con una chica.
Nos miramos por un momento y entonces pasó de nuevo, me besó, Emma me besó. Sus labios suaves y cálidos.
Le correspondí. ¿Cómo no hacerlo?
Usé mi lengua para recorrer el interior de su boca, su garganta, su paladar.
¡Dios! ¡Qué delicia de labios!
Rodeé el cuerpo de Emma con mis manos, aprovechando la posición en la que nos encontrábamos acaricié sus deliciosos glúteos por encima de la bata, subí mis manos por sus caderas, su cintura, su espalda, su nuca y su suave cabello, nuestros labios se acariciaban al mismo ritmo, Emma era especial, me sentía perdido en una suave y esponjosa nube. Pronto mi amigo comenzó a buscar una salida, la pijama que usaba era de seda fina y delgada, Emma sintió más la dureza, pensé que se apartaría, en su lugar gimió, lento, suave, bajito.
-Mmm...
Ese gemido me volvió loco, metí mi