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Aquella noche apenas comenzaba, y quizás, movida por lo que había ocurrido apenas un rato atrás, Élise se sintió a gusto con Alexandre, después de todo, el hombre la había defendido de su ex esposo.

Había aceptado ir con él a algún bar, y por supuesto, había escogido el mejor de la región, y sin fijarse mucho en lo que estaba haciendo, había comenzado a beber un tanto de más, quería olvidarse del mal rato y del miedo que en esos momentos estaba sintiendo al ser nuevamente encontrada por Armad.

Alexandre miraba a Élise; había rastros de lágrimas en sus mejillas, y no pudo evitar preguntarse si había sufrido maltrato en su matrimonio con el imbécil de Armand Edevane. Ella no había hecho ningún comentario, ni siquiera le había explicado que aquel era su ex pareja, tan solo estaba evadiendo el tema, y el, fiel a su palabra, no iba a preguntarle, seguramente ella estaba aun traumatizada por ello.

—¿Qué tanto me ves? — Élise pregunto al notar la penetrante mirada de Alexandre sobre ella, y ya subida de copas, incluso había olvidado hablarle de usted.

—Lo hermosa que eres Élise — le respondió Alexandre.

—Qué galante resultaste ser, mi acompañante — respondió Élise con un sonrojo.

Alexandre, atreviéndose a un poco más, se levanto de la mesa en la que se encontraban bebiendo y le ofreció a Élise bailar, y ella, con un poco de timidez, acepto hacerlo.

Élise, poniendo las manos en el cuello de Alexandre, ya con unas copas de más, comenzaba a bailar con él. Había música romántica, casi como si la hubiesen puesto a propósito. Alexandre, tomando por la cintura a Élise, se dejo llevar por el momento, quizás por lo ocurrido, en ese momento se había olvidado que esa hermosa mujer era el objeto perfecto para llevar a cabo su venganza.

Un mesero pasaba cerca de ambos con unos tragos, ella se soltó un momento y tomo dos de ellos con una mirada sugerente.

—Toma, mi garganta está muy seca — acto seguido, Élise se puso a beber aquel cóctel de color anaranjado con ramitas de menta, sorprendiendo a Alexandre por beberlo de golpe, quizás debería detenerla.

—¿Qué esperas? — le cuestiona Elsie. — Está muy buena —

Alexandre bebió de golpe aquel vaso de tequila, sintiendo como este le quemaba agradablemente la garganta.

—¿Verdad que está bueno? — le dice Élise más desinhibida que antes.

—Sí — lograba Alexandre articular, pretendiendo recuperar la compostura.

Con cada minuto que transcurre la distancia entre ambos se reduce, tal cual se conocieran desde toda la vida, a pesar que esa era la primera vez que estaban de esa forma. Ella se movía sensualmente, provocándolo. Los saltos, risas y abrazos de Élise provocaban que Alexandre se quedase tentado de aquellos carnosos labios que parecían llamarlo y le pedían que los pruebe.

La miró fijamente y ella le dedico otra seductora sonrisa, la rodeo con sus brazos y se acercó. Ella cerrando los ojos, presintiendo lo que viene a continuación, se dejó ser, quizás, lo había estado esperando, aunque, aun así, Élise se sintió sorprendida en ese momento. Gracias al alcohol, sin embargo, ella se relaja y le corresponde. Sus labios son suaves y generosos, deliciosos, con un dulce sabor que le recordaba a Alexandre el sabor de la miel pura.

Élise, cerrando a los ojos, sintió ese beso tan abrazador como el fuego, tan pasional como nunca antes había sido besada, y entonces…un momento de lucidez la hizo separarse, ella acababa de besarse con un desconocido, uno que la había salvado de su agresor.

—Disculpa, creo que me deje llevar…. — Alexander, recuperando un poco de cordura, se disculpó.

Su lado más racional, y aun cuando esa mujer era quien podría ayudarle con su venganza, lo hizo sentirse culpable. Había visto como Élise había sido agredida por su medio hermano, como ella estaba verdaderamente aterrorizada ante Armand…y el seria un maldito si la utilizaba para algo tan ruin como vengarse siendo ella una victima más de los Edevane. Sin embargo, la suave y pequeña mano de Élise toco su rostro en ese momento.

—No lo hagas, no te disculpes, eres bueno y dulce, me gustó — le dijo Élise mostrando una de esas sonrisas que tanto le gustaban a Alexandre, una sonrisa dulce, sincera…similar a la de su madre.

Sin lograr resistirse, la beso de nuevo, esa mujer lo estaba llevando a la locura, y no creía que esa noche fuera capaz de resistirme a sus encantos. Ella no protestaba, dejaba que las cosas fluyeran y se relajaba. Quería jugar el juego, estaba lista. Las caricias, los roces, la temperatura de sus cuerpos y el alcohol en el sistema de ambos, les hacía salir de ahí y continuar en otro lugar.

—Creo que debería mostrarte mis habilidades en otro lugar —susurraba Alexandre en el cuello de Élise, quien en ese momento sintió como todo su cuerpo tembló de deseo. En realidad, ella nunca había deseado estar con un hombre, su matrimonio con Armand había sido una pesadilla a la que estuvo obligada a soportar por culpa de su padre, aquella era genuinamente la primera vez que deseaba a un hombre, y despojada de su razonamiento debido al alcohol, decidió disfrutar de aquel hombre apuesto y fuerte que la había protegido.

—¿Qué esperamos? —Élise pregunto sonriente.

—¿Quieres ir a un lugar más privado? —pregunto Armand con la esperanza de que ella lo detuviera a tiempo, pero ella asintió con la mirada, aquella noche no se salvarían el uno del otro.

—Vas a hacer que pierda la cabeza por ti — confesaba Alexandre.

Quizás era por su estado de ebriedad, quizás lo decía en serio, pero al menos algo tenía en claro; Élise Bernadette lo estaba volviendo loco en ese momento. Era una mujer hermosa, sensual, tanto como ninguna otra mujer que antes hubiera tenido, genuinamente quería besarla, hacerle el amor, sentirse su dueño.

—Piérdela entonces — respondió Élise volviéndolo a besar. Sus besos dulces como la miel bronca lo estaban enloqueciendo. Estaba rendido a sus pies, al menos por ese momento.

Tomándola de nuevo por la cintura, la llevo hasta su auto para irse al hotel en donde el se estaba hospedando. No podría soportarlo ni un momento más; si no le hacia el amor terminaría demente de por vida.

En ese momento no importaba su padre, o su medio hermano, tan solo deseaba hacérselo a ella, a Élise.

Élise, mirando a Alexandre, toma su mano mientras esta al volante. Quizás, se arrepentiría de aquello que estaban a punto de hacer, pero no le importaba en ese momento.

Al llegar a aquella lujosa habitación, la desesperación se apodero de ambos, y despojándose casi como animales la ropa, se entregaron a su faena pasional sin perder detalle del otro. Alexandre pudo ver la timidez en los ojos de Élise, había marcas en su cuerpo, marcas que no eran naturales, marcas de maltrato, cicatrices que hablaban de golpes, de una vida sufrida, y entonces, recordando a su medio hermano, sintió como la sangre hirvió, ¿Qué le había hecho el a ella?

Sintiendo vergüenza de las cicatrices que las golpizas de Armand le dejaron el cuerpo, Élise intento cubrirse, sin embargo, la mano de Alexandre acaricio su rostro.

—No te avergüences, eres hermosa — le dijo para luego besar cada parte de su cuerpo femenino.

Las lagrimas estuvieron a punto de brotar, el Bertrand no la veía asquerosa, y entregándose a él, lo beso con pasión. Gemidos se escuchaban, la pasión se desbordaba. Mirándose a los ojos, Élise y Alexandre dejaron de sentirse solos, y se entregaron al otro al menos solo por ese momento.

Llegando al clímax juntos, se quedaron durmiendo el uno junto a el otro, y Alexandre, ya con su cordura de vuelta, quiso saber más de Élise…quiso protegerla.

Cuando el sol salió, Élise despertó junto a ese hombre que la había defendido. El color subió a sus mejillas, había cometido un error, se había acostado con un desconocido después de dos años de no estar con Armand. ¿Qué había hecho? Mirando el hermoso rostro de ese hombre se sintió culpable, él la había tratado tan lindo y ella…ella no estaba lista para nadie nuevo.

Tomando sus cosas del suelo y como si fuera una cobarde, salió de aquella habitación de hotel huyendo. Esperaba no tener que volver a verlo nunca.

Cuando Alexandre despertó y se encontró solo, se sintió decepcionado. Élise había huido de él, aunque, quizás, eso era lo mejor. Si volvían a verse quizás el terminaría haciéndole daño.

Dos meses después de aquello y después de estarse refugiando con algunos amigos en New York para estar a salvo de Armand, Élise finalmente estaba lista para irse a aquel rancho en Washington. “La escondida” así se llamaba, y según lo que le habían dicho, era administrado por su dueño, un hombre de mal carácter supuestamente, pero con un interés por el crecimiento de su comunidad. Irónico era que se lugar se llamase “La escondida” cuando ella misma iba a esconderse allí de su violento ex esposo.

Alexandre se preparaba para la llegada de la nueva maestra para la pequeña escuela que él había mandado a construir para que los hijos de sus apreciados trabajadores no tuviesen que irse hasta el siguiente pueblo para estudiar. Se preguntaba como seria la nueva profesora, ¿Seria hermosa? Quizás si lo seria, aunque de su mente no podía borrar el recuerdo de esa noche hacía meses atrás con Élise Bernadette, quien lo había atrapado y lo había botado, todo en una sola noche.

Alexandre Bertrand, sin embargo, el dueño del rancho “La escondida”.

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