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—Tu nunca serás el heredero de mi padre, tan solo eres un bastardo, el hijo de una zorra a la que el nunca pudo amar —

Mirándose en el espejo, Alexandre volvió a notar el color particular de su cabello y de sus ojos; herencia no deseada del hombre que lo engendro, cuya familia albina de nacimiento hacia lo impensable para mantener “su honor”. Aquellas palabras que venían a su mente en ese momento, se las había dicho su miserable medio hermano, a quien odiaba y despreciaba profundamente.

Por supuesto, el no era un legitimo Edevane, ni siquiera estaba reconocido como tal; su “padre” enamoro a su madre cuando ambos eran aún muy jóvenes, ambos nacidos de cuna alta y de casa poderosa, su madre, siendo una Bertrand, se convirtió en el interés del siempre respetado y temido Octavius Edevane, quien luego de descubrir que había un apellido más poderoso que el de su madre, la dejo abandonada con un hijo ya creciendo en su vientre, hijo que el miserable Edevane jamás reconoció…ese hijo era el, el bastardo Alexandre, como le llamaban en la alta sociedad.

Su madre había sufrido demasiado por todo ello, siendo despreciada por ser una mujer de clase alta que se convirtió en madre soltera, su sufrimiento termino provocándole la muerte…el jamás olvidaría ese día, y no era algo que quisiera recordar en esos momentos.

Su abuelo, el imponente y magnificente Augustus Bertrand, le reprocho toda la vida a su madre por el error cometido, y aun cuando a él siempre lo trato con cierta frialdad, siendo su único nieto y sin tener hijos varones, se convirtió en su heredero legítimo, y por ello, aun cuando se sabia despreciado por la clase alta, nadie se metía con él, tenía mucho más poder que cualquiera.

Venganza, eso era todo lo que Alexandre Bertrand había deseado; deseaba vengarse del hombre que desprecio a su madre y le provocó la muerte, quería vengarse también de su siempre consentido medio hermano menor quien no perdía oportunidad para despreciarlo, de la esposa de su progenitor que humillo a su madre hasta el ultimo de sus días…deseaba destruir a la familia Edevane hasta que no quedase nada de ellos.

Una esposa era indispensable para su plan, una que le sirviera a su propósito, a su venganza. Perfecta y hermosa como ninguna, y, por supuesto, ¿Qué mejor que aquella a la que los Edevane habían destruido en primer lugar?

Élise Bernadette era justamente aquello; sabía que era la ex esposa de su medio hermano, y aunque no conocía las razones del divorcio, si que sabía que los Edevane habían puesto demasiado empeño en cubrir el escándalo, y que ahora Armand Edevane, estaba prometido a otra mujer de buena cuna, y que pretendían hacer como si el nunca hubiese estado casado.

A ella era en primer lugar a quien había decidido ir a buscar, enamorarla y usarla en su venganza, ¿Quién iba a decir que justamente su maquillista para esa absurda sesión de fotografías seria precisamente ella? Parecía que el destino estaba de su lado. El primer paso era enamorarla, y después…la venganza llegaría.

En su casa, Élise miraba las cuentas a pagar y tan solo suspiraba, no llegaba aún el aviso oficial para firmar el divorcio con su ex esposo, aunque aquello no la sorprendía, Armand no deseaba dejarla libre, era el mismo maldito egoísta de siempre.

Aun recordaba todo aquello como si fuera ayer, los traumas, los golpes…la terrible perdida.

—¡Élise, abre ahora mismo! — me ordena enfurecido, lo ignoro. — ¡Élise Bernadette, te he dicho que abras la puerta! ¡Tenemos que hablar! — le había ordenado esperando a que lo obedezca igual que siempre.

Tenía miedo, sabia de lo que Armand es capaz. Sin embargo, él cambio repentinamente su estrategia.

—Élise, mi amor…por favor — continúo hablando, pero de una forma más dulce. — Sé que me equivoqué, soy un tonto — al oírlo decir aquello ella había sentido un estremecimiento, ¿Tonto?, no, no fue solo un tonto, fue un completo monstruo que le destrozo la vida.

—Élise, ¡maldita sea, abre! —grita de pronto. El miedo la invadía nuevamente. En ese momento había ido por un sartén para defenderse de él. — Élise, a mí también me duele la perdida, lo lamento, no debí golpearte tan fuerte, ábreme —repetía con esa voz dulce, y ella había puesto seguro a la puerta para abrirla un poco.

—¿Qué haces aquí? — le pregunto duramente.

—No hagas preguntas tontas, Élise. Sabes que quiero hablar contigo

Élise tragaba saliva. —No hay nada que decir. Yo firmare el divorcio, eres libre… — le aseguro con la intención de volver a cerrar la puerta.

—Ese papel no importa, te quiero a mi lado, eres mi mujer y no pienso dejar que te vayas con otro — da un golpe a la puerta para empujarla y luego se encoleriza otra vez — ¡Abre la puerta de una m*****a vez! — grita nuevamente encolerizado.

—¡No! —respondía, empujando la puerta para que se cierre.

—Élise, te he dicho que abras. No querrás verme molesto — Nuevamente la amenazaba. Todo su cuerpo se entumeció del miedo.

—¡Vete! — le rogó esperando a que se marche de una buena vez.

—¡Tú no me das órdenes! — empuja más la puerta, comienzo a desesperarme.

—¡Vete, por favor! — le rogó una vez más con desesperación.

—¿Eso quieres? — Armand le cuestiona casi incrédulo.

—Sí… — le respondía esperando que, con ello, se marche de una buena vez.

—Bien — dice, y dejando de empujar la puerta se retira. Aliviada, me acerco a cerrar enteramente la puerta.

Cuando Élise estaba cerrando, un fuerte impacto se escuchó y sintió y la madera de la puerta se había abierto violentamente. Élise cayó al piso producto de la fuerza del embiste. Se golpeó la cabeza contra el suelo. Dolía, no entendía del todo lo que ha sucedido, es demasiado confuso, todo se ve borroso.

—Tu eres mía, Élise. — ella escucho su voz…aquella voz que tanto odio.

Ante aquellos recuerdos Élise se estremeció y una lagrima le rodo por el rostro. Ella ya lo sabía, tan solo era una estadística más, y con lo poderoso e influyente que era Armand Edevane, ella no había podido hacer nada…aquella ocasión, habían sido sus amables vecinos quienes la ayudaron a sobrevivir, pero el resultado fue devastador; un par de costillas rotas, el rostro casi desfigurado y una fractura de columna que casi la envía directamente a Dios…y, aun así, no hubo justicia, ni para esa ni para ninguna otra atrocidad que su ex esposo le hizo, su caso fue archivado, y ella tan solo deseaba el divorcio para finalmente ser libre.

Había huido, Armand no sabía en donde vivía actualmente ella, pero siempre vivía con el temor de ser encontrada por el monstruo y que la historia volviera a repetirse.

Mirándose al espejo, ella no era la misma Élise temerosa, tenia un empleo, una nueva vida, y no iba a perderla por culpa de los fantasmas de su pasado. Se terminaba de acomodar el maquillaje, en cualquier momento ese guapo hombre, Alexandre Bertrand, llegaría por ella; seria su guía de turismo en la gran manzana de New York, y ese dinero ofrecido le serviría para volver a huir, esta vez, a un rancho alejado en Washington, solo tres horas y un poco más de viaje en carretera y estaría lejos, siendo profesora en una comunidad pequeña, el lugar perfecto para esconderse y que su servicio social le ofrecía.    

El timbre de su casa había sonado, estaba segura de que era ese hombre, y tomando su bolso, decidió salir, aun cuando ese hombre que era algunos años mayor a ella, le recordaba siniestramente a Armand…y con ello a su doloroso pasado.

Al mirarla salir, Alexandre miro a Élise. Era una mujer hermosa, de eso no cabía ninguna duda; su cabello era largo y negro, sedoso a la vista. Sus ojos eran azules, casi como el color del mar, aunque profundamente tristes. Su piel era blanca, tersa a la vista y su rostro era hermoso, similar al de una muñeca…y entonces repentinamente no comprendió el porque aquella era hermosa mujer había sido abandonada por su medio hermano, si el no la hubiera dejado irse nunca.

—Buenas tardes señorita Bernadette, que honor que sea usted mi acompañante esta tarde, le agradezco mucho el ser mi guía, le aseguro que se dará por bien servida — aseguro Alexandre ofreciendo su brazo a la joven dama que con desconfianza lo tomo.

Un paseo por la ciudad, eso era todo, Élise tan solo deseaba aquello, aunque no tenia idea de lo que Alexandre estaba pensando. Alexandre, mirando el hermoso perfil de su acompañante, supo que aquella tarea no le sería difícil, y ¿Por qué no? ¿Por qué no quedarse con esa belleza para siempre? Esa seria la perfecta venganza que el estaba buscando, pues sabía que Armand aun la estaba buscando.

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