Yo estaba acostada en mi cama. Recuerdo levantarme por el malestar que hizo reaccionar a mi cuerpo, despertando ese instinto de supervivencia que lo hacía aferrarse al delgado hilo de vida que estaba a punto de romper.
Mi paladar estaba amargo y el burbujeo de mi estómago invadido por pastillas me quemaba la garganta.
Esa tarde estaba sola: era la oportunidad que por muchos meses había esperado, porque sabía que, en mi casa, nadie podría irrumpir mi intento de suicidio. Y ahí estaba, con los oídos absortos de silencio que deambulaba por la habitación.
El mover mi mano para tomar el celular que reposaba a mi izquierda era verdaderamente cansado. La agonía comenzaba a acostarse sobre mi cuerpo y me susurraba al oído que pronto comenzaría a descender por las escaleras de la muerte.
Pero… ¿entonces por qué quería revisar en mi celular si había alg&u