CAMERON
Recuerdo que en mi infancia y adolescencia solía preguntarme mucho por qué siempre me pasaban cosas malas, por qué nadie parecía quererme, o por qué mi propia familia me despreciaba. Siendo sincero, viendo esa vida con cabeza fría, era un milagro que ahora estuviera aquí, que escuchara la risa de mi hijo y viera un nuevo futuro en mi camino.
Pero sabía que no podía huir del pasado, y no era el único.
Esa mañana, luego de largos días en los pasados meses, me levanté con un objetivo en mente.
—¿Ya vas a salir? —murmuró Gia, recostada en la cama a mi lado.
—Iré a despertar al camaroncito y a prepararnos para salir.
—Uuuuhg, no me quiero mover —musitó ella y se acomodó en posición fetal.
—Quédate acostada, hoy es sábado. Pero para la próxima ten más cuidado con lo que comes. Estás muy golosa.
La rubia soltó la risa y resopló.
—¿A Su Majestad no le gusto gordita?
—Me encantas como sea que te veas, amor, pero te advertí anoche que no comieras tanto y no me hiciste caso.
—Sí, sí… ya