La Obertura del Abismo del Tiempo I La Condena
La Obertura del Abismo del Tiempo I La Condena
Por: Rhosdel
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Edgar H. S. Rhosdel

La Obertura del Abismo del Tiempo I

La Condena

Chihuahua, México, 2019

Derechos reservados, 2019

© Edgar H. S. Rhosdel

Registro en trámite.

Cuidado de la edición: Jorge Villalobos/envés

Diseño de portada: Rebecca Kaylock

Prohibida la reproducción o transmisión total o parcial del contenido de esta obra por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, en cualquier forma, sin permiso previo por escrito del autor.

Los personajes y hechos retratados en esta obra son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia.

A mi esposa,

por la ayuda, atención, y sobre todo

por la paciencia que me ha brindado:

Te convertiste en el combustible

que necesito para continuar.

Mantén la puerta cerrada

para que no entren monstruos.

Prólogo

Estaba muerta, lo sabía. Pero continuó su camino a pesar de aún sentir la soga que rodeaba su cuello unos momentos atrás, aprisionando su garganta mientras arrojaba patadas al viento y se le agotaba el aire, aunque en ese instante sentía que aquella sensación se repetía. Quería respirar pero no parecía existir aire que llenara sus pulmones, a pesar de sentir como éste se le escurría por los dedos, por su cuello. Y en su nuevo sendero lloró, o al menos creyó que lo hacía. Aunque en realidad este llanto imaginario se debía a que finalmente había alcanzado algo que anheló desde muchas estaciones atrás.

Su espíritu, alma o lo que fuese ya se había separado de su cuerpo, de aquel envoltorio inútil que encarcelaba ciertas libertades. Y ahora tenía que acostumbrarse a navegar sin el peso de su cuerpo, aunque se volvía difícil con cada paso que daba, ya que sentía una ligereza extraordinaria, pero de lo que no pudo separarse es de sus sentimientos, de todo lo que éstos obsequiaban. Quizá podría pensar que lloraba pero sin lágrimas que emergieran y surcaran sus mejillas, o golpearse a sí misma sin dolor alguno. Era como un fantasma, podía verse pero no tocarse.

Los lamentos cabalgaron sobre la oscuridad, y los gritos a lo lejos perforaron la densa neblina. Éstos llegaron como un golpe agudo a sus oídos. Al instante sus ojos se humedecieron (o eso creyó), y el sendero se volvió aún más difícil de recorrer. Un escalofrío envolvió su cuerpo en el momento en el que sintió que las lágrimas descendieron y se desprendieron de sus mejillas para golpear el suelo junto con algunas rocas. Todo parecía tan real, su mente iba creando lo que ella quería ver. La hierba crujía bajo sus pies con cada paso que daba. Estaba tan seca que cualquier llama podría incendiar todo a su alrededor. Consumir las tierras que forjaron su vida y a la vez su muerte.

Sus añejados recuerdos se dibujaban con tintes de dolor y nostalgia. Incluso su pasado se desmoronaba junto con su futuro. Y no le quedaba más que disfrutar ese preciso momento, de muerte, y nada más.

—La oscuridad se ha vuelto inmortal, niña, ni siquiera el dolor que sientes por tu madre puede superarlo. El amor y la muerte son sólo pasajeros, acostúmbrate a ello –le había dicho una anciana, al transcurrir apenas unas horas de la muerte de su madre, hace ya algunas estaciones. ¿Y qué podía decir o siquiera pensar una simple niña al respecto? Buscó apoyo, y lo que logró encontrar no fueron más que palabras que no lograba entender, comentarios vacíos y sin sentido. Aunque ahora todo comienza a tener un poco de significado. La oscuridad es inmortal, siempre ha estado presente desde el momento en el que nací hasta… bueno, hasta ahora, se dijo hacia sus adentros sin detenerse, intentando escudriñar un velo lóbrego, al mismo tiempo en que los arbustos golpeaban sus ropas viejas. Las espinas perforaban su piel, pero no existía dolor alguno, la muerte tenía ciertos privilegios.

Mientras se alejaba de la ciudad, le llegaban sonidos hermosos, y otros no tanto. Intentaba ignorar el llanto y los gritos llenos de maldiciones que lanzaban las demás ánimas, las cuales se alejaban al igual que ella. Pero de un lugar más lejano le llegaba una dulce melodía, quizá un laúd era tocado en memoria de uno de aquellos que perecieron. Pero ninguna cuerda entonaría su nombre, ninguna voz cantaría su vida y ningún poeta se molestaría en inmortalizar su beldad en papel con sutiles palabras. Su muerte había llegado desde hace mucho, demasiado tiempo atrás.

En su camino interminable hacia el inevitable y amargo final, logró recordar a su madre. Tenues imágenes se formaban de su rostro, y en ciertos momentos un frío interno le recorría la espina. De pronto sus pensamientos navegaron en un mar distinto, aguas cristalinas y en total calma le inundaron en completa felicidad, pero una leve tormenta llegó. Y es que a pesar de tanto anhelarlo, no apareció ningún recuerdo de su padre.

—Un gran hombre, hija, te amó con la misma intensidad desde el momento en el que se enteró de que yo estaba embarazada hasta el día en que naciste. Dedicado en exceso a su familia y después a su trabajo. Gentil y solidario con cada una de las personas de la aldea, tan paciente como ningún otro hombre –le decía Aresmar siempre que preguntaba por él; una y otra vez la respuesta no fue más que la misma.

Cerró ambos puños y alzó la vista, la neblina decoraba a la misma oscuridad. Los secos árboles la refugiaban, y sobre ellos se alzaba imponente una pequeña montaña, rasgando con sus rocas afiladas el vestido de niebla que a los cielos adornaba. No era más que otra sombra en un mundo plagado ya de sombras. Estaba segura de que no era la Montaña del Gigante, ya que esta no tenía ninguna figura tallada en sus rocas.

—¿Tu padre? Es mejor hablar de tu madre, niña. ¿Por qué quieres añadir otro dolor a un mundo lleno de tempestades? ¿Qué acaso odias tu vida? –comentó un señor que tenía un mercado muy cerca de su hogar. Y le extendió su mano, obsequiándole un pedazo de pan duro bañado en una salsa agria de fresas y uvas.

—Una sucia rata, un violador. Si no llegó a robar más de mil veces en mi tienda, no me robó ninguna. Yo sé lo que te digo, niña, quizá por eso Ildarios se llevó a tu madre. Tu padre ocasionó tanto daño a la aldea que su vida no fue suficiente para remediar lo que hizo –se había entrometido una anciana jorobada, que tenía su negocio a un lado.

—Déjala en paz, no es más que una niña –respondió el hombre de mala gana en su defensa, aunque en su rostro no mostraba interés alguno por hacerla sentir mejor.

—Ella ha preguntado por su padre, sólo le he dicho la verdad –reclamó tosiendo sobre la mercancía, luego expectoró y lanzó las flemas hacia un lado– y deberías de pensarlo bien, dejar de juntarte con ella sería lo más sensato, en cualquier momento podría robarte, si es que no lo ha hecho ya. Muestra tus manos, maldita rata, eso de robar es hereditario al igual que cualquier otra enfermedad. Ennegrece la sangre de cualquiera –terminó lanzándole una mirada hostil.

No importaba a quién le preguntara, cualquier persona le respondía algo similar. Hablaban tan mal de su padre que llegó a odiarlo junto con Aresmar por haberle mentido. Aunque con el paso de los días y las estaciones logró entender por qué su madre le había ocultado la realidad, o al menos creyó entenderlo. Pero luego de un tiempo, y cansada de escuchar verdades y mentiras, cambió su hogar por unas cuantas monedas y comida. Abandonó la pequeña aldea, se adentró a los bosques y finalmente se alojó en las calles de la gran ciudad de Edorel. Estaba segura de que nadie la conocería en ese inmenso lugar, y las burlas y reproches de los vecinos deberían terminar.

Se alejó, y por breves momentos la neblina dejó entrar un rayo de luz que descansó sobre la montaña, y ésta a su vez extendió sus sombras sobre ella. Luego de unos segundos, la noche lo devoró todo de nuevo. Quizá no bastaba la vida de él y la de mi madre, podría ser que yo esté pagando sus yerros.

*    *    *

El sonido de las cuerdas ya había quedado atrás. Los lamentos aún se escuchaban, aunque cada vez más lejos. Cada quien seguía un sendero distinto, aunque el destino fuese el mismo para todos.

Caminó bajo la fresca oscuridad, rodeada de niebla, la cual acariciaba su piel fría como un pequeño río que erosiona piedras inertes. Sus pasos eran lentos, y su cuerpo muerto no parecía querer abandonar el Mundo Vivo. Los recuerdos le atormentaban, cruzaban por su memoria, llevándola a aquel instante en el que se hicieron promesas, las cuales el tiempo ya comenzaba a borrar con su inevitable paso. Las lágrimas fueron un testigo más de un dolor que alimentó y atormentó su pasado. No tengo promesas que cumplir; me mentiste, madre, así que no debo preocuparme más por eso, se decía constantemente, deseaba quitar de alguna manera el peso que había cargado por tantas estaciones.

La larga cabellera se cargó hacia su lado izquierdo, danzando sobre el aire y encobijada a su vez por la oscuridad impenetrable. Su cuerpo estaba cubierto de ropas oscuras, viejas y desgarradas. Apoderándose de ella, una imagen agónica y hostil en su camino hacia el fondo del acantilado, allá donde le esperaban las Puertas de la Muerte. Decían aquellos miserables de las Tierras de Edorel que eran grandes y pesadas rocas (que mantenían encerrados a los Espíritus Rojos), pero, sin importar su tamaño, éstas podían moverse sin la ayuda de nadie, bastaba nada más que la presencia de un Espíritu Puro para que comenzaran a caminar pesadamente sobre la misma roca del suelo. En ocasiones podía escucharse cómo las bestias murmuraban entre sí dentro de la oscuridad de todo Edorel, pero los mismos habitantes atribuían estos roncos sonidos al movimiento de las puertas al abrirse.

Este temible e inexplorado lugar le aguardaba allá en la profundidad del abismo. Pero ella no quería verlo, mucho menos atravesar sus puertas. Era difícil aceptar su propia muerte a pesar de desearla por demasiado tiempo, y más al verse rodeada de aquellas tierras, de aquella ciudad que la vio crecer, la misma que le brindó cierta tranquilidad y le ayudó a olvidar amargos recuerdos. Tierras oscuras, pero aún así llenas de vida, observaban el paso de la tiranía creada por un solo ser, del cual no se podía esperar misericordia alguna.

Los recuerdos se consumían, y otros nuevos resurgían casi de inmediato. El viento mecía el pasto, el camino se acortaba y el dolor aumentaba. Le perforaba el corazón inerte, como una nube de flechas que desciende de los cielos sobre un imperio enemigo.

Un viento cálido sopló muy cerca de ella, llevándose con él aquellas pequeñas lágrimas que sólo ella podía ver, despegándolas de sus mejillas y desvaneciéndose allá a lo lejos antes de tocar las rocas. El olor del aire cambió de pronto, en este ya no viajaban los olores de la ciudad como el de los panes recién horneados, el hierro forjándose sobre el yunque y bajo el marro o el de los excrementos que se alejaban por el drenaje. Este era fresco y puro, con el olor a hierba y pocas veces a tierra mojada. Y cuando menos se dio cuenta sus pasos eran tan lentos que no había avanzado mucho a su destino.

Ya se había retrasado bastante, no había ya nadie que caminara cerca de ella. Todos aquellos que compartieron un mismo pasado cargado de vida, ya se habían adelantado a un temible futuro cargado de la muerte vacía. Su rostro denotaba más que cualquier otro sentimiento, bastaba con verse a sí misma sobre el reflejo de algún lago para así poder observar su pesar, su temor y dolor. Ya no habría tranquilidad en su interior, aunque le daba igual si llegaba a encontrar paz. Muerte, esa era su realidad, sólo muerte. Y así como la vida se pierde y desvanece, la muerte se olvida y convierte en cenizas.

El terror circulaba por sus venas. No sabía ya dónde se encontraba, no recordaba haber llegado tan lejos cuando tuvo la oportunidad, pero aún así siguió su camino, a paso lento pero ininterrumpido. Dejo atrás unos pequeños lagos, continuó caminando y se vio obligada a girar a la izquierda y después a la derecha, alejándose de algunas chozas y cultivos.

El aire le acarició el rostro y su cabello se extendió sobre su espalda. No se atrevió a mirar atrás, y sólo pensaba en los días de infancia. El tiempo pasa y nos golpea en la cara, nos muestra que no somos más que un grano de arena sobre el suelo, se dijo a sus adentros, intentaba llorar pero las lágrimas ya se habían acabado. Aunque hubiese preferido que aquello que se extinguiera primero no fuese más que el temor.

Avanza, este ya no es tu mundo, se dijo a sí misma, susurrándose con una voz tan baja como el viento discreto que le golpeaba al rostro. Pero a cada paso que recorría le era más difícil olvidar lo que un día fue y aceptar lo que ya era. Poco a poco los recuerdos torturaban el presente, y el presente se adueñaba de su pasado. El calor era tal que sus brazos desnudos estaban ya empapados en gotas de sudor; el ambiente era pesado y continuamente tomaba grandes bocanadas de aire, aunque éstas no le sirvieran de nada. Creía estar agitada y nerviosa.

Luego de recorrer pesadamente aquel oscuro sendero, que le encadenaba y aprisionaba, una voz clara y hermosa se escuchó mientras continuaba hablándose a sí misma. Un dulce canto se unió a la oscuridad y a sus pasos, y a sus oídos llegaban aullidos desde los escondites más lejanos; pensó quizá que los lobos cantaban a las Lunas Extintas, deseando poder verlas de nuevo. Pero el canto que le sobresaltó en un inicio no era de algún lobo o cualquier otro animal o bestia, no era otro más que el de un mortal, y este coro le acompañó por pocos segundos en su pena y dolor. El sendero no se hizo más fácil de recorrer con su compañía.

Por efímeros segundos deseó con anhelo que todo eso no fuese más que un sueño; aún a pesar del viento caluroso y del apacible canto, pidió que eso no fuese más que un sueño. Una fuerza invisible le llevaba recuerdos tan hermosos que deseaba ignorarlos antes de quedar cubierta por tan bellos detalles.

La bella voz y el hermoso canto le atrajeron, el tono de la melodía le recordó un pasado, el cual nunca llegó a pensar que existiera hasta ese instante. Esto le obligó a detenerse. Indagó con sus ojos a su alrededor, pero no logró ver a nadie cerca, aunque la dulce voz que cantaba la canción se acercaba más y más. En ese momento, el velo de la neblina se volvió espeso, casi tan espeso como un charco de agua, impidiéndole ver lo que se encontraba más allá a un metro de distancia.

La bella melodía parecía ocultarse tras una máscara atemorizante.

Y de los cielos una lluvia de cenizas descendió, Hojas Negras se dibujaron meciéndose sobre el viento y golpeando el suelo. Como si en lo alto una tormenta de fuego estuviese calcinando miles de árboles, y el Mundo Vivo, al igual que la mujer, era testigo de ello.

¿Un Espíritu Negro?, pensó; no quiso decirlo en voz alta ni susurrárselo al viento, ya que pensar o hablar de estos seres era preocupante y demasiado peligroso. Incluso aunque una parte de ella estuviera muerta, podría sufrir la ira de estas bestias. Ese momento dejó de ser bello y terminó convirtiéndose en algo angustiante; quedó paralizada, inmóvil como un viejo tronco aferrado al suelo, orgulloso de no caer aún después de su muerte.

Las Puertas Negras desean tu presencia, ¿qué esperas para continuar? –se escuchó la misma voz que anteriormente le había sobresaltado. Aunque en este momento su tono había cambiado, parecía contener tintes amenazantes.

—¿Quién eres? –preguntó Spectra, mirando alrededor con cuidado, escudriñando la oscuridad con sus ojos cansados. No quería perder detalle alguno, y, más que eso, deseaba conocer la identidad de esta extraña y peligrosa mujer. Era consciente de que era la primera vez en la que esa bestia, ese espíritu, descendía a los suelos o hablaba con alguien, ya que la presencia de Hojas Negras sólo sucedía una vez. Sin embargo, la voz no se escuchó de nuevo. El silencio acurrucó el paisaje y ella siguió pertinente. Eliminando el temor, o al menos eso pensaba.

—¿Quién eres? ¿Que es lo que buscas? No creo que yo deba importarte mucho si voy a las Puertas de la Muerte, ya que sin duda tú las abandonaste.

Tienes razón. Es normal querer abandonarlas después de algunas estaciones dentro. Sin embargo, no entiendo por qué dudas en entrar a ellas si nunca has estado ahí. Eres un Espíritu Puro, y mientras no te decidas a bajar a ese lugar, nunca aceptarás esto, en lo que te has convertido. Ahora contéstame, ¿por qué razón te aferras a tu pasado?, ¿qué existe en él que te es tan valioso? –preguntó el Espíritu Negro sin dar la cara para calmarle.

Dudó en contestar, quedó meditabunda antes de dar alguna respuesta. ¿Por qué tenía que responder a sus preguntas, si ni siquiera le conocía? O mejor dicho, ¿por qué razón le interesaba saber eso? Todo a su alrededor dio vueltas, su mente se nublo, y el miedo y la impotencia eran lo único que cruzaba por su cabeza. Sintió cómo un par de Hojas Negras se desintegraban al tocar su frío cuerpo.

—No tengo nada a qué aferrarme. Me es difícil avanzar, solo eso –respondió, deseando que esta cosa la dejara en paz; dio un par de pasos y luego se detuvo de nuevo, pero al ver que todo continuó en absoluta calma, emprendió su marcha.

Cuando recorría las calles de la ciudad de Edorel escuchaba las historias de los viejos. Sentados afuera de sus casas, contaban que los Espíritus Negros nunca hablaban con la gente del Mundo Vivo. Simplemente les daban alcance y los devoraban. Y pensó que tampoco había motivo de iniciar una conversación con los Espíritus Puros, los cuales eran llamados así cuando permanecían en el Mundo Vivo (conservando aún parte de sus vidas) sin bajar hasta el fondo de la Torre de Elcros, la cual era sostenida por las ya mencionadas Puertas de la Muerte. Los Espíritus Negros o Natriols (que también eran conocidos por este nombre) eran considerados ánimas traidoras una vez que abandonaban el interior de las puertas y volvían a los suelos de Krasgos. Aunque en realidad era tan extraño llegar a ver a uno de estos seres que algunos mortales consideraban aquellas historias como mitos.

Spectra quedó callada, el silencio reinó en la oscura y cálida noche por algunos segundos. Sólo se podía escuchar el viento en el momento en el que golpeaba las ramas de algunos árboles, y se lograba distinguir cuando era cortado por los vértices del acantilado. Sus pasos, tan lentos como temerosos, quebraban las hojas secas.

No hay nada a lo que le debas temer, y en este momento no existe nada alrededor de lo que debas cuidarte. Si esa es la razón de tu silencio, permíteme decirte una cosa, Crisdel… –el espíritu fue interrumpido por un notable quejido proveniente de la mujer. Esta palabra la incomodó y sorprendió. Y casi al instante en que el ánima guardó silencio, ella se detuvo, logrando distinguir una silueta que se desvanecía por la densa neblina. Las lágrimas se dibujaron en su delgado rostro de nueva cuenta, aún a pesar de pensar que éstas no podían brotar más ya de sus ojos cansados.

¿A qué has venido, madre? ¿Qué es lo que te ha obligado a venir aquí? Estos pensamientos se apoderaron por completo de su mente. Bajó la vista, y se vio obligada a creer que todo aquello que a su alrededor se alzaba no era otra cosa más que un sueño, incluso pudo ver cómo uno de los árboles se desmoronaba al darse cuenta de ello, o quizá sólo lo había imaginado.

Prefirió reservar cualquier otro comentario, se sintió tan débil que se dejó caer al suelo sobre sus rodillas, alzó su rostro y sonrió a la oscuridad. Quiso despertar en ese instante, y maldijo el momento en el que no pudo. Levantó ambos brazos y golpeó el suelo con los puños. Golpeó y golpeó y luego gritó, pero todo seguía igual, los sentimientos no parecían esfumarse. ¿Por qué sigo aquí? ¿Por qué, maldita sea, sigo en este estúpido lugar?, se gritó hacia sus adentros, pero en ella no se encontraba la respuesta.

—¿A qué has venido? –dijo finalmente al no lograr encontrar las palabras adecuadas. No supo si levantarse y buscar un cálido abrazo, y debido a esto su pregunta fue hostil e indiferente. ¿Pero por que debería ser yo quien le dé un buen trato? Ella pudo venir hasta aquí desde mucho tiempo atrás y no lo hizo, en cambio viene ahora a buscarme, ahora que ya he muerto. No, no lo acepto. El rencor le carcomía la nostalgia, cierto coraje se apoderó de ella aún a pesar de que tenía el anhelo de que eso fuese un sueño, pero un ápice de sus pensamientos gritaba a los cielos oscuros que los pilares de la verdad se alzaran con fuerza para soportar el peso que la realidad presentaba.

Creo que el motivo por el cual no deseas abandonar el Mundo Vivo, las Tierras de Edorel, es más que obvio, ¿aún recuerdas la promesa?

Al no recibir respuesta por su parte continuó:

El Dios del Tiempo ha tomado tu vida junto con la de otros Mortales para regalarle tiempo a las tierras vecinas, al igual que lo hizo conmigo… –sus palabras llenas de confianza y aspereza fueron interrumpidas.

—¿Sólo a esto has venido? ¿A contarme lo que ya sé? –se enjugó los ojos con sus manos antes de levantarse.

La perpetua humedad de la tierra había llenado de hongos y moho las piedras y los troncos de los pocos árboles que contemplaban lo inentendible.

Mírate, ya dejaste de ser aquella niña sonriente, ahora eres toda una mujer. ¿Desconoces realmente por qué estoy aquí? –respondió irónica con otra pregunta, pero observaba a su hija, y maldecía al Dios del Tiempo por haberle arrebatado la oportunidad de poder verla crecer a su lado. Las Hojas Negras continuaban cayendo, y las Puertas de la Muerte esperaban abajo la llegada de Spectra, la cual ya se había demorado bastante.

—¿Eres parte de mis sueños? –interrogó, deseando escuchar un “sí” como respuesta.

No importa cuánto lo desees, esto no es un sueño, hija –su voz parecía alejarse y a la vez se acercaba tanto que llegó a pensar que se encontraba a su lado, susurrándole al oído.

—¿Por qué no viniste antes, madre? –preguntó lanzando ocasionalmente miradas de un lado a otro, pero no logró encontrarla. El velo de la neblina la ocultaba.

No quería hacerte daño, Crisdel –declaró la voz, y la joven sintió cómo algo le acarició sus mejillas y le tomó sus manos. Podía sentirla, sin embargo no había nada que ver. Y entonces se vio obligada a cuestionarse si la muerte traía consigo la locura, delirios infinitos que serían su tempestad en una eternidad que no encontraría jamás la calma.

—¿Daño? No entiendo, viví sola durante todas estas estaciones. Nunca viniste a cuidarme, y ahora vienes a pedir que recuerde una promesa.

Estoy aquí, ahora. No desaproveches los momentos que la vida te otorga.

—No creo poder cumplir con lo que una vez te prometí. Ahora no soy más que un ánima al igual que tú. Deseaba vengar tu muerte, incluso con simples y absurdas maldiciones, sin embargo este sueño quedó sólo en eso, ya se ha desvanecido de mis manos y diluido de mis pensamientos.

Había olvidado el rostro de su madre. Por más que se esforzó no logró recordarlo desde aquella última vez en que la tuvo de frente y sintió esos delgados dedos limpiando las lágrimas de sus mejillas, al tiempo que se despedía de ella.

Hija, en este nuestro mundo existen miles de cosas inexplicables, no esperes encontrar todas las respuestas. Si abandoné las Puertas de la Muerte fue debido a que ya sabía lo que te había sucedido. Heme aquí impidiéndote la entrada ¿por qué?, quebrantaremos las leyes que rigen este mundo, las cuales sólo nos orillan a los caprichos y juegos de un Dios.

—No tengo nada contra Ildarios, lo siento –respondió, y fingió que eso y todo lo demás no le importaba. Emprendió su marcha aún a pesar de que deseaba ver el rostro de Aresmar, abrazarla y dormir en su regazo.

¿Entonces siempre estuviste a favor de mi muerte? ¿Eres feliz ahora? –la voz se escuchaba detrás de ella, por delante y por todos lados; taladraba sus oídos y perforaba sus pensamientos.

—No agradezco tu muerte, ni estoy contenta de la mía. Simplemente no hay nada que hacer. La vida no tiene oportunidad contra su propio creador, mucho menos la muerte puede llegar a tener posibilidades.

Se alejó, y en esta ocasión lo hizo más deprisa. Quizá se encontraba perdida, no lo sabía, pero lo que sí sabía era que quería estar sola. Un abrazo, quizá nunca jamás vuelva a tener la dicha de hacerlo. Podría ser que la vida sea generosa al menos en estos momentos.

Venga mi muerte –la voz penetró cada rincón a su alrededor con un grito desgarrador.

—No tengo nada que vengar. Estoy muerta al igual que tú, y lo mejor que podemos hacer es aceptarlo.

Venga mi muerte, hija, como yo vengaré la tuya.

Su cuerpo apareció frente a Spectra, y ella pudo notar cómo la lluvia de Hojas Negras terminaba. Finalmente pudo ver el rostro de su madre. Era igual, o incluso más bello de lo que recordaba, tan delgado, hermoso y lleno de vida. Pudo distinguir cómo sus ojos se humedecieron al igual que los suyos, como si tuviera frente a ella un espejo gigantesco. La vio tan cerca… deseaba gritarle, maldecirla por haberla dejado y por haberle mentido acerca de su padre, pero no se atrevió a hacerlo. La odiaba, sí, pero mucho más allá de ese odio la quería, la amaba.

—¿Madre? –su voz se cortó por la nostalgia y el dolor. Sus ojos se clavaron en los de ella, en todo su rostro, en recorrer su cabello y su cuerpo. Y su mente trabajó para imaginar aquellos momentos en los que ella no era más que una niña, tomada de la mano de Aresmar despidiéndose por lo que creyó ser la última vez.

Hagamos esto juntas, Crisdel –dichas estas palabras, abrió sus brazos y le dio un cálido y fuerte abrazo. Soltó un largo suspiro acompañado después de un llanto lleno de tristeza y a la vez de alegría. De pronto su cuerpo se desvaneció, quedando una sutil línea en el aire. Ésta envolvió por completo el cuerpo de Spectra, anticipándose a cualquier respuesta. La oscuridad en ese punto se volvió tan negra y densa que incluso se podía tocar.

¿Crisdel, así que ese era mi nombre?, pensó en el mismo momento en el que sus párpados se fueron cerrando, y con ello todo a su alrededor se borro lentamente.

Volvio a respirar, pero hacerlo fue tan pesado como mantenerse de pie. No intentó dar un paso al frente por temor a caer, quedó inmóvil buscando la respuesta a lo que le había sucedido. Su cuerpo había cambiado, sentía que era más alta, que pesaba aún más que antes, su vista perforaba la neblina con más facilidad. Intentó dar un paso y entonces se percató de que portaba una pesada armadura; sintió que la había llevado durante toda su vida ya que no parecía molestarle, pero entorpecía sus movimientos.

Alzó ambas manos y las recorrió con su vista, se sintió tan viva como muerta. Quería sonreír y al mismo tiempo llorar, deseaba gritar pero algo la mantenía en silencio. Dos fuerzas en su interior medían su poder, Spectra podía sentirlo en sus venas, en su mente y músculos. Pero todo esto terminó y, como una estrella fugaz, tan hermosa como efímera, sus fuerzas se esfumaron. Tenía la vista tan cansada que cerró los ojos. Sintió que más de una tonelada de tierra caía sobre ella. De pronto no pudo respirar, no pudo hablar, y mucho menos gritar.

No temas –una voz viajó en su interior, navegó en su cabeza en forma de eco.

¿Quien está ahí? ¿Quién eres? –preguntó asustada, ignorando su propia existencia. Había algo en su interior, alguien que controlaba su mente y parte de sus movimientos. Sumida en la impotencia y en un mundo sin sentido.

Soy tu mente y tú serás mi cuerpo. Hoy y para siempre seremos una, hija.

Esto le obligó a despejar sus pensamientos, a aterrizar a pesar de la tormenta de confusión.

*    *    *

—¿Quién puede ser? –preguntó uno de ellos.

—No lo sé. Lleva bonitas armaduras, quizá alguna guerrera –respondió otro, y lanzó un quejido al viento al intentar levantarla.

—No importa, idiota, sólo llevémosla al molino antes de que alguien nos vea –susurró uno más, quien ni siquiera se molestó en ayudarles.

*    *    *

¿Con qué fin? ¿Qué ganaré yo con esto?, se preguntó en su interior.

Venganza, la buscaremos y encontraremos, sólo si confías en mí.

*    *    *

—Podría haber caballeros cerca, si nos llegan a ver con ella nos matarán –se quejó uno de ellos, aunque de todas formas levantó el cuerpo y comenzó a caminar con dificultad.

—Por eso mismo, cabeza de estiércol, nos estamos apresurando. Deja de parlotear y muévete.

—¿Y si está viva? –sus preguntas denotaban temor y dejaban al descubierto su torpeza.

—Entonces la matamos. Ya cállate y muévete.

—Pero trae armaduras, además creo que puedo sentir su respiración. No puedes matarla sólo así –dijo una vez más, temeroso, mientras alzaba una pierna para dejar atrás el primer obstáculo, una gigantesca raíz que sobresalía sobre la tierra.

—Si morimos aquí, va a ser tu culpa. Cállate de una buena vez –susurró irónico y alzó una espada corta y mellada en señal de amenaza.

*    *    *

No busco venganza, solo quiero descansar. Es lo único que deseo –respondió, y su voz se fue perdiendo en un eco casi indescifrable.

Descansa entonces, y en tus sueños busca esa razón que a mí me ha motivado a venir hasta aquí. Búscala y encuéntrala.

Pudo sentir cómo su hija caía en un largo sueño. No estaba preparada para recibir tal poder, y sólo debía esperar para que ella lo asimilara.

*    *    *

Se inventaron senderos, caminando con cuidado ya que la mujer con las armaduras era demasiado pesada, y cualquier mal paso podría provocarles alguna fractura en los tobillos. El suelo era engañoso, y debido a la oscuridad y la gran cantidad de hojas secas que descansaban sobre éste, era difícil ver si había una roca o algún agujero. Además de que sólo dos de los tres la cargaban, mientras el otro rebanaba una manzana con su hoja oxidada y masticaba alegremente con la boca abierta, lanzando pedazos de comida al suelo al respirar.

—Al fin encontramos algo de valor, podría ser virgen –se rió el que la sujetaba por las piernas.

—Las únicas mujeres vírgenes son las que están dentro del vientre de sus madres. Tiene una respiración lenta y débil, quizá muera dentro de poco –respondió el sujeto de la manzana, y a su vez acarició el rostro de la mujer–. Su cuerpo está helado.

—Deberíamos aprovechar antes de que suceda, entonces –gimió lanzando una risotada.

—Nos van a encontrar, no importa dónde nos escondamos. Parece una persona importante, puede verse a simple vista –se quejó aquel que la cargaba con sus brazos metidos en las axilas de la mujer. El metal frío de la armadura comenzaba a lastimarle ambas manos.

—Si quisiera cargarla ya te habría matado desde el primer lloriqueo que hiciste –gruñó el otro y lanzó los restos de la manzana al suelo, enfocándose en continuar caminando.

*    *    *

Soñó tal y como le indicó Aresmar, pero no pudo ver nada. Sus sueños eran tan oscuros que no existían colores. Alzó ambas manos y tocó sus orejas, y después su nariz y labios. Pensó que quizá le habían arrancado la cabeza ya que no existía sonido alguno, no había olores ni sabores que disfrutar. Estaba muerta en vida, o quizá viva en las hostiles tierras de la muerte. No supo descifrar tan desesperante enigma, así que permitió que la muerte le arrancara la vida a jirones. Le dio la oportunidad de que desgarrara su cuerpo mientras desde algún rincón ella misma se observaba sin comprender el por qué de lo que sucedía. ¿A esto has venido, madre? No esperabas más que mi muerte para venir a buscarme.

*    *    *

—¿La desvestimos entonces? –preguntó sonriendo, dejando a la vista sus dientes quebrados y oscuros.

—No pienso hacerle nada, no quiero ni imaginar cuántas cosas han estado dentro de su vagina. Que lleve armadura no significa que sea de alta cuna –contestó el otro, y de su morral sacó un plátano, el cual estaba más oscuro que la noche misma–. Esos bastardos ya no mandan buenas frutas, y si lo hacen se pudren en el camino –aún así se lo comió, sin otra opción.

—Entonces déjame a mí hacer los honores –se quejó el primero al escuchar la respuesta de su amigo.

—No haremos nada hasta que lleguemos al molino.

—¿Y por qué demonios tenemos que escucharte a ti?

—Porque yo traigo la espada –gritó y le puso el arma tan cerca del cuello que logró perforar un poco la piel.

—Alguien viene, puedo sentirlo, puedo escucharlo –dijo el tercero con voz ahogada.

—Cállate y continúa, Rishk, estás comenzando a molestarme aún más que este otro idiota.

—Yo mismo me encargaré de arrebatarte esa jodida espada mientras duermas. Y después me cogeré a la mujer mientras te obligo a mirar.

—Entonces no dormiré, baboso –respondió sin siquiera molestarse en verle. Se preocupó en vigilar a su alrededor más que nada.

—Tienes que dormir algún día, nadie puede no dormir. Hace unas cinco u ocho estaciones, yo mismo conocí a un sujeto que falleció después de haber planeado durante más de trescientas estaciones el robo perfecto, escúchame bien, en todo este tiempo no durmió por pensar sólo en el jugoso botín. Te lo digo porque yo estuve con él desde un inicio. Me contó una y otra vez su plan, y cada vez que terminaba su boca desprendía espuma blanca y sus ojos le lloraban como a un niño huérfano. Y la noche del golpe se quedó dormido con la boca abierta. Esperé a la mañana siguiente a que despertara, pero nunca más despertó. Su sueño fue tan pesado que una rata se le metió por la boca y comió sus entrañas sin que él se diera cuenta. Cuando despertó estaba tan vacío por dentro como muerto.

—¿Cómo pudo haber despertado si tú mismo acabas de decir que estaba muerto? Sólo cuentas impertinencias –se quejó Rishk.

—Oye, muchacho, yo sé lo que vi –se quejó el otro, y continuó caminando a pasos forzados.

—¿Cuántas estaciones tienes? –preguntó el del plátano, que iba muy por detrás de ellos.

—No lo sé, quizá unas trescientas diez estaciones –respondió, sin importarle la falta de coherencia con lo que había contado antes.

—Oh, claro que lo conociste, imbécil. Desde que estabas pegado en la teta de tu madre hasta hace un par de estaciones o menos –se rió al escuchar su respuesta, aunque el sujeto de nombre Rishk no mostró el mismo gesto.

Bajaron algunos arroyos con charcos dentro de ellos, con muros rocosos extensos y tapizados de pinos, que apenas podían sujetarse a la roca con sus raíces. Sus botas se llenaron de lodo y lombrices. En su camino revisaron algunas trampas que ellos mismos habían puesto, pero no había nada en ninguna de ellas, a pesar de que siete de las doce que habían visto se habían activado. Se tomaron un descanso sólo para reacomodar las trampas y prosiguieron. Había animales en su camino, pero eran demasiado grandes como para darles caza con sus pequeñas armas.

Las colinas eran grandes, así como otras tan pequeñas que cargar el cuerpo inconsciente de Spectra no les había costado mucho esfuerzo. Cuando subieron una particularmente alta divisaron tenues luces que apenas perforaban la densa neblina, no era más que una aldea pequeña, pero como ninguno de ellos traía consigo un mapa, no supieron con exactitud cuál pueblillo podría ser. No le prestaron mucha importancia y continuaron, en un par de ocasiones se detuvieron para beber un sorbo de agua de sus cantimploras, pero no se demoraron mucho y de inmediato continuaron con la marcha.

Y finalmente, luego de un largo rato de recorrer y hacer senderos entre los matorrales, llegaron al molino, el cual era grande y muy viejo, pero a pesar de ello se encontraba en perfectas condiciones. Alrededor había demasiados cordones sujetos de un árbol a otro, y sobre éstos yacían cuerpos de serpientes, conejos y uno que otro pequeño pájaro con las alas extendidas.

—Al parecer los otros tontos no han encontrado nada al igual que nosotros –se quejó uno al momento en que abría la puerta del viejo molino. Miró a su alrededor con los ojos desilusionados, contemplando a los flacos animales.

—Ya te dije que nos hemos terminado todo aquí, si queremos continuar viviendo debemos buscar otra zona donde quedarnos, lejos de aquí.

—A ver, pedazo de estiércol, sabes bien que nos están buscando en casi todas las Tierras de Edorel.

—Podríamos entregarnos –opino Rishk, y después bajaron el cuerpo de la mujer en el suelo sucio y húmedo.

—Eres un pedazo de mierda aún más grande –respondió sin verle a los ojos. El cuerpo inconsciente de Spectra robo su atención. El brillo de un par de velas iluminaba escasamente la habitación. El viento sopló con lentitud, y el crujir de las aspas se dejó escuchar. Y continuó contemplando el cuerpo de la mujer, parecía llamarle la atención algo más que sus magníficas armaduras. Y luego de un rato, finalmente dijo aquello que se incrustó de pronto en su cerebro: –No tenemos armas, las trampas están vacías y ya no tenemos comida. Podríamos cocinarla –opinó, sin mostrar ningún tono de gracia.

—¿Estás hablando en serio, Osmur? Quieres comértela, pero cuando opino de cogérmela crees que es asqueroso.

—No pienso comer algo que haya tenido tu maldita cosa pútrida dentro –respondió el hombretón guardando su pequeña espada e ignorando los comentarios que había hecho antes.

—No lo sé, hemos matado a muchos pero nunca habíamos comido a nadie. Además no creo que la carne de un mortal tenga buen sabor.

—Oh, vamos, escúchense. Qué idioteces dicen. Vamos a ver las otras trampas –indico Rishk, el más joven, aún con temor en sus labios, en sus ojos, en todos lados–. En menos de un par de días estaremos comiéndonos a nosotros mismos.

—Bien, podemos quedarnos aquí y esperar a que logremos cazar algo. O podemos largarnos y exponernos a que nos encuentren, o bien comenzar a destazar el cuerpo y cocinarlo.

—Tienes razón, Osmur, te apoyo sólo con la condición de que las tetas sean mías –respondió, recorriendo su lengua húmeda sobre sus labios.

—Como quieras. Pero debemos asegurarnos primero de si aún se encuentra con vida –se inclinó tanto que colocó su oreja por encima de la nariz y boca de Spectra.

—¿Se han vuelto locos? ¿Están hablando en serio? No pienso ser cómplice de esto. Me largo. Buena suerte –su quejido le llevó a dar media vuelta y abrir la puerta del molino. No pensó en mirar atrás ni intercambiar alguna otra palabra. Comprendía que el ambiente en el que se encontraba comenzaba a decorarse con tintes tensos y peligrosos. El canibalismo no entraba en su vida de plagio y asesinatos.

—Nos han encontrado –entraron otros dos al molino antes de que el muchacho pudiera salir. En sus ojos se notaba la preocupación, y en sus palabras el cansancio.

—¿De qué estás hablando? –preguntó Osmur, incorporándose de un salto.

—¿Quién es ella? –preguntó uno de los sujetos, llevaba cabello largo y era de cuerpo áspero. Había entrado después, el asombro de sus ojos denotaron que le preocupaba aún más la presencia de la mujer que las palabras que había llevado hasta ese lugar su acompañante.

—La encontramos en el bosque. ¿Qué sucede, Garslok? –continuó Osmur, con perseverancia y preocupación.

—¿Y por qué maldita sea la han traído aquí? –se quejó de inmediato–. Cuatro o más exploradores de la ciudad nos vieron a Rehel y a mí, ellos saben quiénes somos. Nos han seguido hasta aquí –respondió airado, mirando el cuerpo en el suelo.

—No creo que sea por ella, las armaduras son completamente distintas –respondió Osmur, evadiendo los problemas.

—Hace poco Garslok y yo vimos un globo entrar a la ciudad. Podrían haber comprado armaduras de las tierras vecinas –opino Rishk, mostrándole su error.

—No entiendo, encuentran a una mujer inconsciente con armaduras, ¿y lo primero que se les ocurre es traerla al molino?

—Oye, Rehel, ya estoy cansado de tus quejidos… –el sonido de una flecha al clavarse sobre la madera seca resonó dentro del inmueble. Y a éste se unió de nueva cuenta el de las aspas al girar.

—Ya nos han encontrado –Rehel miró hacia el techo del molino como si esperara una lluvia más de flechas, pero ésta nunca llegó. El silencio en el interior alimentó la desesperación y el miedo en los cinco.

—Imbécil, ustedes los trajeron aquí. Nosotros habíamos llegado antes, sin escuchar ninguna amenaza. Con sus gritos y lloriqueos los trajeron hasta aquí –susurró Osmur con una voz tensa.

—Nosotros no metimos al enemigo hasta nuestro escondite –replicó Garslok, señalando con su mirada a Spectra.

—Ya está muerta, la encontramos moribunda antes de traerla –respondió no muy convencido y dando una patada al cuerpo, golpeando su brazo y parte del abdomen–. ¿Lo ves? –preguntó después, y casi enseguida una flecha golpeó de nuevo, pero en esta ocasión perforo la puerta, lanzando astillas al suelo.

Una de las velas se apagó, dejando sólo una lucecilla combatiendo contra la oscuridad dentro del molino. Un silencio devastador golpeó a todos, la incertidumbre de cuántos podrían estar afuera esperándolos comenzaba a rasgarles los pensamientos. Los ventanales del molino se encontraban muy lejos de donde estaban parados. De cuando en cuando clavaban la vista en esa dirección esperando a que alguien asomase la cabeza, pero no entró más que la oscuridad acompañada del viento cálido y silencioso.

—¿Qué hacemos? –preguntó Rehel al mirar a la puerta, dándole la espalda a los demás. Y al instante su voz se apagó, de su boca salió sangre a chorros bañando la puerta y la punta de acero de la flecha que se asomaba desde afuera. La espada oxidada perforó su espalda, atravesando su pecho. Casi al instante, Osmur la sacó y lanzó una sonrisa.

—¡Hermano! –gritó Rishk, tan alto que los cielos se espantaron, tan fuerte que los suelos se estremecieron.

—Ni siquiera lo pienses, Garslok –amenazó Osmur sin apartar la vista de él; a su lado se encontraba Rishk, el cual estaba aún más asustado. Todo pasó tan rápido… la moneda mostró una cara distinta de pronto. Garslok se mantuvo firme, miró sus ojos pero no pensó en decir nada. Si existía una razón que lo motivó a matarlo no quería saberla, ya que sería la misma que le condenaría también a él.

—Mira, Osmur, el mocoso se ha hecho en los pantalones –soltó una carcajada el de los dientes asquerosos, al cual no parecía importarle mucho la muerte de su compañero, al menos no más que los meados del más joven.

—¿Qué te sucede, idiota? ¿Por qué le has matado? –se quejó Garslok finalmente al ver de reojo cómo el cuerpo se deslizaba por la pared del molino.

—Cientos de mortales mueren aquí y allá. ¿O conocías alguna otra manera de mantenerlo callado?

—¿Te han sacado los sesos o qué? Nosotros cinco pudimos habernos defendido en caso de que quisieran apresarnos. Nos tienen rodeados, si matas a uno más de nosotros será más difícil salir con vida –respondió, aunque en esta ocasión no alzó mucho el tono de sus palabras.

—Pienso salir sólo yo con vida –respondió, lanzando una estocada al rostro del más joven. La hoja hizo un corte tan profundo en la cara que los bordes de piel que se separaron eran tan gruesos como la corteza de un árbol viejo; cortó la piel y quebró el cráneo–. Este cayó aún más rápido que el otro, supongo que es por lo delgado –comentó, denotando su alegría. Un charco de sangre se formó rápidamente bajo sus pies, mezclándose con el suelo húmedo.

La impotencia le susurraba al oído. Su piel se erizó y tensó ambos brazos esperando la siguiente estocada, el próximo golpe en dirección a él. Pero no tenía pensado morir en ese lugar, no importaba si salía sin un brazo o sin una pierna. No quería morir en ese asqueroso lugar. Pudo sentir cómo sus botas se humedecieron por la sangre. Gracias a la espada, la oscuridad se convirtió en enemigo y aliado. Un hedor penetrante comenzó a subir hasta su nariz, la muerte comenzaba a tomarle y jalonearle del brazo.

—Quítale las armaduras, Ergun –ordenó Osmur sin apartar la vista de Garslok.

Pero éste no accedió de manera rápida como Osmur habría deseado. Le lanzó una mirada llena de desconfianza antes de hacer nada.

—Salir junto contigo, amigo –recompuso al ver sus ojos y anticipándose ante su pregunta. Al escuchar sus palabras sonrió dejando al descubierto sus feos dientes. Y Ergun se inclinó tan rápido como pudo para intentar quitar las armaduras a la mujer.

—Las flechas perforarán el metal. No podrán escapar de este lugar así nomás –advirtió Garslok luego de un momento.

—Entonces moriremos juntos –levantó su arma y alzó la voz, pero se detuvo al escuchar a aquel que se encontraba quitando las armaduras.

—No puedo –se quejó Ergun al momento en que jaloneaba el guardabrazo y en varias ocasiones lanzó maldiciones al viento.

—Suelta las amarras primero, imbécil –le gritó Osmur, mirando hacia atrás y volviendo la vista al frente casi de inmediato.

—No tiene, la armadura parece estar pegada a su piel –dijo Ergun y se puso de pie con un sobresalto, cruzó miradas con Osmur y dio un par de pasos atrás–. Está viva –susurró tan bajo que Garslok tuvo que inclinarse un poco hacia delante para escucharle.

—¿Qué quieres decir? –preguntó sin bajar la espada, miró atrás, al cuerpo de la mujer, pero ésta no tenía señal alguna de haberse movido y ni siquiera se escuchaba ya su respiración.

—Acaba de decir algo, la he escuchado –respondió con voz cavernosa y alarmante. El miedo creció aún más luego de que un grito de horror proveniente de los alrededores recorrió la oscuridad y entró hasta el molino. Ergun se había alejado tanto de ambos que una de las ventanas la tenía casi a su hombro derecho, y al escuchar el grito no tuvo otra opción más que mirar afuera.

—Afuera, allá, hay alguien allá –advirtió una vez más con ese susurro espeluznante.

—Claro que hay alguien, idiota. Ahora apártate de la ventana y ven aquí si no quieres que una flecha te perfore el cráneo. Quítale las jodidas armaduras.

—No, no entiendes. Esas cosas no se pueden quitar, no es ningún caballero –respondió sin apartar la vista de la ventana. Existía cierto miedo en sus advertencias.

—¿De qué estás hablando? –Osmur le dio la espalda a Garslok aún con su espada en el brazo, y comenzó a caminar en su dirección.

—No entiendes, no es un caballero –susurró una y otra vez. Sus ojos parecían clavarse más en aquello que desde lejos le miraba y le mantenía anclado al suelo.

—¿Qué es eso? –preguntó Osmur al mirar afuera. Una figura aún más oscura que la noche misma se encontraba de pie allá a la lejanía, bajo la protección de un árbol. No supo decir con exactitud de qué cosa podía tratarse, y lo único que pudo distinguir con claridad fueron sus grandes ojos blanquecinos que escudriñaban y quebraban la oscuridad, que penetraban hasta dentro del molino. La figura dio media vuelta y se alejó con pasos cansados; abandonándolos lentamente se perdió de sus vistas temerosas.

—¿Quién los siguió hasta aquí, Garslok? –preguntó Osmur una vez que ya no logró ver aquella cosa.

—Guardias, no lo sé, caballeros de la Ciudad de Edorel –respondió sin apartar los ojos de Crisdel–. Se ha movido –añadió con los ojos abiertos como un par de platos.

—Lo que sea que esté ahí afuera, ya ha acabado con tus guardias –añadió y de igual manera miró a Spectra, la cual permanecía en el mismo lugar, sin la más mínima señal de que estuviese viva.

—Algo ocurre allá y con el abrigo de la oscuridad se ha manifestado –y al instante le fue arrebatada la espada oxidada de sus manos. Garslok miró con más calma una vez que Ergun alzó el arma.

—Escapa como puedas, Osmur, yo no pienso continuar con tu plan de mierda –advirtió mientras tenía la espada arriba. Quizá no la sabía portar pero no por eso no podría lanzar una fuerte estocada. Garslok se hizo a un lado para no interrumpir en su camino si éste se largaba corriendo por la puerta. Y por el momento sólo intento guardar todo el silencio posible para no llamar su atención.

—Puedes irte, no trataré de detenerte. Sólo baja la espada, que aquí yo no soy tu enemigo –respondió, intentando envolverlo en su misma tranquilidad.

Miedo, olor a sangre, oscuridad y un sonido rechinante proveniente de las aspas que giraban allá afuera lentamente hacían del ambiente un lugar hostil. Un cálido vendaval entró por una de las ventanas. Se creó un silbido por los huecos de la pared de madera y finalmente la otra vela se apagó, dejándolos sumergidos en total oscuridad, y extinguiéndose la mayoría de las sombras.

—Hay alguien ahí –señaló Garslok, abriendo sus ojos tan grandes como sus párpados le permitían. Una cara blanca y amorfa se había asomado sonriendo por la ventana izquierda, pero casi al instante desapareció. Los otros dos miraron, pero ya había sido demasiado tarde.

—¿Qué mierda es lo que está sucediendo aquí? –gritó Ergun y después apretó sus dientes oscuros tan fuerte que creó un sonido irritante. Miró a todas partes como enloquecido, y sin bajar la espada. Pero no había nadie en ese lugar, nadie a excepción de sus compañeros y los cuerpos.

El palpitar de sus corazones se aceleró, casi bombeaban de manera sincronizada. Podían escucharse los latidos en cada uno de los rincones ahí adentro. La frente del hombre que portaba la espada se llenó de sudor, miró a todos lados y, en un acto de desesperación, alzó la espada y la dejó caer sobre el pecho de la mujer. Un agudo sonido rechinó por todos lados, pero a pesar del brutal impacto, la punta no perforó la armadura y el metal se deslizó sobre el metal, para clavarse finalmente en el suelo.

¡Crisdel! –entró un grito agudo al molino, y al momento la mujer abrió los ojos en un mundo de confusión. Soltó un largo suspiro y de inmediato inhaló de nuevo profundamente. Sus ojos miraron al techo, a la penumbra.

—¡La buscan a ella! –gritó Osmur y el filo de la espada bajó de nuevo hacia la mujer, pero antes de que el metal frío la pudiese tocar, una sombra entró por una de las ventanas llevándose a Ergun, abandonando el lugar por la otra ventana. El metal oxidado cayó golpeando el suelo.

—Un Espíritu Negro –advirtió Garslok sin moverse de su lugar, como si esa extraña figura aún se encontrara frente a él, arrinconándolo contra la fría pared. La espada quedó sobre el suelo húmedo y ambos vieron su hoja mellada, pero ninguno pensó en recogerla.

—Me encuentro atada a mí pasado aún después de muerta –susurró la mujer, quien ya se encontraba de cuclillas mirando al suelo–. Aún no estás muerta –se respondió a sí misma y ambos sujetos se miraron extrañados, con la mujer en medio de los dos.

Este ha sido tu destino, pero volveré, Aresmar, luego de ir por respuestas –susurró la sombra una vez más, logrando atraer la mirada de los mortales y desapareciendo al instante.

—¿Disculpa? –preguntó Osmur, pero no obtuvo ninguna respuesta. Dio un par de pasos atrás, y a la mujer no parecía importarle en lo más mínimo su existencia. Dio uno, dos y tres pasos más en dirección a la ventana, y de vez en cuando le echó un vistazo, pero ella continuaba igual. Y cuando menos lo esperó Garslok, Osmur saltó por la ventana y se echó a correr entre la oscuridad del bosque. Así que, sin darle más vueltas a sus decisiones, Garslok siguió sus pasos y abrió la portezuela con mucha delicadeza, pero ésta rechino aún más que cualquier otra vieja puerta, no le quedó otra opción más que abrirla por completo, abandonando el lugar a toda marcha.

*    *    *

Alzó ambas manos y pudo notar sangre seca en uno de los guantes oscuros que llevaba. Olió la sangre que se mezclaba en la tierra húmeda, y alzó su rostro para mirar finalmente a su alrededor. Intentó levantarse, pero el peso de la armadura era demasiado. Volvió en sí con dificultad, y es que aún se sentía aturdida, como si un mazo gigante le hubiese golpeado en la cabeza.

Cerró los ojos, ya que le pesaban bastante, y en el momento en que caería al suelo de nuevo, se reincorporó abriendo los ojos y escudriñando la oscuridad a su alrededor. Pudo distinguir dos cuerpos a su lado izquierdo, de los cuales la sangre había manado a chorros, aunque ya era muy poca la que salía de las heridas. Se puso de pie con apoyo de una espada que encontró cerca de ella; una vez arriba la tiró al suelo y salió del lugar con dificultad. Cada uno de sus pasos era más pesado que el anterior, pero de alguna parte obtenía fuerzas para continuar, y así lo hizo, hasta dejar muy atrás el molino.

—¿Quién soy? –alzó la vista apartándola del suelo, pero nadie caminaba a su lado.

Eres mi hija –respondió finalmente Aresmar, quien sentía la debilidad en su cuerpo, y de alguna manera ella misma la forzaba a seguir.

—Ya no quiero serlo, no más. Solo quiero recostarme y descansar, morir finalmente.

No puedo permitirlo, no mientras esté aquí. No existe retroceso a lo que hemos hecho, hija.

—No estuviste conmigo en vida, ¿qué te hace pensar que te necesito ahora que estoy muerta?

La vida no fue generosa con ninguna de nosotras dos. Pero la muerte ofrece mejores oportunidades.

Su cabellera se alzó con el viento y después cayó sobre su pecho.

—¡Sólo quiero morir, déjame de una vez! ¡Ya basta, lárgate de aquí! –los gritos se alejaron creando ecos en el ambiente lúgubre y solitario. El dolor viajó, se alejó, aunque de inmediato era sembrado en su corazón, evitando que éste se alejara por completo de sus pensamientos.

Se tiró al suelo para caer sobre sus rodillas. Las lágrimas brotaron y descendieron de sus mejillas, mojando el metal que cubría su cuerpo.

Si esa es tu decisión me temo que debo respetarla. En vida no pude verte crecer, no tuve la oportunidad de abrazarte y demostrarte lo que realmente sentía. Y la muerte me regresó eso que en vida se me arrebató, no fue el tiempo que yo hubiese deseado pero este efímero instante ha valido la espera.

Alzó su rostro como si su madre estuviese frente a ella, pudo verla y sentir cómo sus manos sostenían su rostro y acariciaban su cuello. Sintió como un escalofrío empapaba su cuerpo, sintió eso y más. Sus pensamientos temerosos fueron abatidos por hermosas palabras. Se puso en pie aún con los ojos húmedos y dio un paso al frente, y cuando pensó que caería de nuevo logró dar un paso más para dejar atrás sus miedos, o al menos una parte de ellos.

Aresmar continuó dentro de ella y de pronto la armadura pareció desaparecer, dejó de pesarle tanto y se le facilitó un poco más caminar. La humedad en el cabello se había ido con el viento, la sangre que cubría sus manos dejó de oler. Todo de pronto se volvió tan puro y limpio como antes de que todo eso sucediera.

Una nueva luz nació en esa parte de las Tierras de Edorel, en la eterna neblina de ese bosque desconocido. Y a pesar de que se encontraba con su madre, su mente se nubló de desconfianza y temor. En su cuerpo podía sentir una energía que quemaba sus miedos. Pero eso no importaba si continuamente se cuestionaría si lo que estaban a punto de hacer era realmente lo correcto y si ella podría seguir los pasos que su madre le dictase.

Y justo en ese momento se dio cuenta de que ya era demasiado tarde como para decirle que aquella promesa que le hizo en su momento de muerte dejó de seguirla casi al instante en que Aresmar se despidió. Sabía que no era muy inteligente enfrentar a un Dios, no importaba con qué armas se le pensara atacar. Compraría su muerte a un precio muy bajo, pero en su caso, ¿qué más daba si ya estaba muerta?

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